Más allá de si Cristina termina presa o no, lo cierto es que estamos asistiendo a la implosión del kirchnerismo. Un derrumbe hacia adentro. La avalancha de arrepentidos y la catarata de informaciones que confirman las dimensiones colosales del robo del siglo, tiene todos los día un capítulo nuevo y demoledor. Es clave analizar que dos de los gerentes de las estafas están contando todos los detalles.
Hablo de Carlos Wagner el empresario que puso Néstor para coordinar el club de la coima y Claudio Uberti, un hombre del riñón de los pingüinos que fue abandonado a su suerte y ahora se está tomando venganza contando hasta situaciones insignificantes que condenan al kirchnerismo al peor lugar de la historia. Uberti confirmó que Néstor y Cristina recibían los bolsos y que utilizaban los aviones de todos los argentinos para robarle el dinero a todos los argentinos. El primer piloto civil del Tango 01, Sergio Velázquez aseguró que la aeronave presidencial transportaba bolsos repletos que no pasaban por los controles del scanner y que tampoco iban a la bodega. Viajaban al lado de los pasajeros, atrás de los asientos. Es importantísimo esto porque el senador Eduardo Costa me dijo anoche que, tal vez, todavía haya montañas de dinero enterrado en la Patagonia. Y sugiere que el que sabe todo eso es Osvaldo Sanfelice, (a) el Bochi. Siempre recibía los bolsos en Rio Gallegos y era y es el socio histórico de Néstor y Máximo Kirchner.
Es lo único que falta en esta cadena delictiva nefasta. El último eslabón: encontrar el dinero físico.
Y la otra señal clara de descomposición fue la pelea a trompadas entre tres vertientes distintas de kirchneristas corruptos en la cárcel de Ezeiza. El Pata Medina, un mafioso sindical le asestó tres puñetazos demoledores a Fabián de Souza, socio de Cristóbal en todos los negocios ilegales y José María Nuñez Carmona, el testaferro de Amado Boudou, el cuentapropista del choreo, el patrón de los billetes.
Hace una semana, un legislador presentó un proyecto de ley para que sea removido el monumento a Néstor Kirchner que está en la puerta de la sede de la Unasur en Quito. Su moción fue aprobada por amplia mayoría. Y su discurso nos debería dar vergüenza ajena porque entre sus argumentos dijo que la estatua del ex presidente argentino “era una apología de la corrupción rampante”. Pidió sacar esa imagen para preservar la dignidad del pueblo ecuatoriano y porque no era un buen mensaje para la educación de los chicos de ese país. Es todo un símbolo que representa lo que está pasando con el derrumbe ético de Cristina y sus cómplices en los tribunales argentinos. Y aquella decisión de entronizar una imagen de Néstor por parte de Rafael Correa también fue un síntoma de época.
Los funcionarios más chupamedias de Cristina cantaron en la ciudad del centro del planeta: “Somos la gloriosa juventud peronista”, y la presidenta los acompañó junto a Hebe de Bonafini, Sergio Urribarri, Carlos Zannini y Nicolás Maduro, entre otros. Cristina se detuvo en los dedos de bronce de Néstor, “más finitos y más largos” que los de ella. Hoy esa imagen es patética. Jurásica. Rinde el culto a la personalidad al jefe de la asociación ilícita más grande que se haya organizado en democracia para saquear al Estado.
Esto generó que en varios rincones de nuestra patria, florecieran exigencias de ciudadanos comunes o de funcionarios para cambiar los nombres de calles, plazas y retirar otros monumentos de Néstor que se diseminaron como nunca antes con otro ex presidente. Hoy todo está más claro y es una ofensa a los argentinos de bien, a los ciudadanos honrados, designar cualquier lugar público con el nombre del más grande de los corruptos junto a Cristina.
Por lo pronto volvieron los reclamos de reemplazar el nombre del Centro Cultural Kirchner. La placa que se colocó en su inauguración está firmada por toda la banda estafadora liderada por Cristina, coordinada por Julio de Vido y ejecutada por José López. Eso hay que dejarlo como emblema de la caradurez y la impunidad. Hoy el debate y la polémica es que nombre más, abarcador, ecuménico y democrático se le puede poner y que nos represente a todos los argentinos. Algunos dicen María Elena Waslh, otros Centro Cultural del Bicentenario, otros hablan de la contracara de Néstor, alguien de una honradez a prueba de bala (menos la que lo suicidó) de René Favaloro. Es un debate no urgente pero es un debate que nos debemos dar. La historia y los iconos no son cuestiones menores. Son expresiones de los anhelos de la población y banderas de lucha por un país más igualitario, más honrado y menos autoritario.
En este mismo marco, también se reinstaló una idea que en su momento lanzó Ernesto Sanz y nosotros potenciamos. Hoy tiene más vigencia que nunca. Por un lado generar un “Nunca Más y una Conadep de la Corrupción” y por el otro, que eso sirva como un acto institucional, como un puente hacia el futuro de una Segunda República. Sería una nueva fundación. Ya ocurrió en 1983 con el regreso de la democracia algo parecido y un pacto no escrito que dice: nunca más golpes de estado y nunca más violencia para dirimir los conflictos políticos. El nuevo acuerdo debería decir “Nunca más corrupción de estado”. Sería algo así como un parto republicano que garantice con normas específicas la transparencia en la vida pública. Una ley de extinción de dominio en serio. Algo profundo que permita que todo lo que robaron vuelva al pueblo y no ese proyecto del Partido Justicialista que patea la pelota para adelante y tarda años en no resolver nada. Una nueva ley de financiamiento de los partidos políticos para que los aportes sean bancarizados y para que los gastos de campaña tengan un límite razonable y no se conviertan en una orgía de publicidad que nadie mira. Una ley que aumente fuertemente las penas a los funcionarios que metan la mano en la lata. Hoy los castigos son muy suaves y las distintas instancias, chicanas, amparos y apelaciones hacen que pasen siglos hasta que haya una condena efectiva. Una ley que le quite los fueros parlamentarios cuando hay una investigación seria, con pruebas firmes para que no haya que esperar años para condenar a un corrupto hecho y derecho como Menem o como Cristina, por ejemplo.
Esa comisión del Nunca Más a la Corrupción debería estar integrada por personalidades públicas de todo el arco ideológico y con una ética insobornable y con la suficiente autoridad moral para que produzcan un libro, el libro Negro de la Corrupción que describa todos los mecanismos que se utilizaron desde el poder para robarle el dinero a los ciudadanos de a pie. Serían hechos refundacionales ahora que las instituciones están tan cuestionadas y atravesadas por la falta de confianza.
Ya lo dije muchas veces. En lo personal, en sus características y temperamento tanto Cristina como Néstor eran insaciables en su codicia y padecían de bulimia de poder y de dinero. Más allá de las nuevas miradas, como las de Jorge Fernández Díaz que dice que hay un componente setentista de las agrupaciones como Montoneros que creían que robaban o secuestraban para la patria y el que muchos argumentaron que era para hacer política y quedarse a vivir en el poder para construir un estado totalitario al estilo Venezuela. De todo eso nos salvamos. Todo eso tenemos que condenar. Hoy y siempre.