Los espacios de poder
Si hay una regla política que raramente tiene excepciones, esa regla es la que dice que no existen vacíos de Poder permanentes. Además, la cantidad de Poder disponible en un sistema político es una magnitud estable - medida en tiempos históricos - de modo que los actores de dicho sistema están, a los efectos prácticos, siempre encerrados en un espacio de Poder finito y que no admite huecos.
Ése es el principal problema auténticamente político de Kirchner. Accedió al cargo (ya que no al Poder) con el voto de menos de la cuarta parte del electorado. Su teórico 60 u 80% de la segunda vuelta, gracias a la evasión de Menem, es inverificable y, en todo caso, el país entero sabe que habría reflejado más el voto anti-Menem que el voto pro-Kirchner. El grueso del aparato del partido político del que proviene está bajo el control de sus adversarios y, aún cuando cuenta con aliados ideológicos y apoyo mediático, a la hora de poner músculo detrás de decisiones partidarias esa fuerza resulta insuficiente. En el plano internacional, la mitad de sus aliados ideológicos son impresentables en sociedad y la otra mitad ya se ha vendido al enemigo. Y, por si todo esto fuese poco, se enfrenta a adversarios internacionales en una situación de disparidad de fuerzas tan colosal que su margen de maniobra real es virtualmente nulo. ¿Qué puede un hombre, sin proyecto concreto y sin conocimientos profundos de política, hacer en esas condiciones? Pues, es probable que no mucho más de lo que está haciendo Kirchner, es decir: nada realmente importante.
La arremetida contra militares, jueces, establishment local, ladrones de automóviles y algún que otro competidor partidario fue una jugada casi obligada. Es cierto que había que tener alguna pequeña dosis de audacia para jugarla, pero no es cuestión tampoco de exagerar la nota. Sirvió para hacer una apertura agresiva y mantener cierta iniciativa. Pero seamos sinceros: no se sacrificaron piezas en el planteo ya que se trató, en última instancia, de derribar puertas que ya estaban virtualmente abiertas. Difícilmente las masas populares saldrían a la calle en defensa de un Nazareno; mucho menos en defensa del empresariado oportunista y harto poco probablemente en defensa de los militares heredados de la Era Menemista o de los militares del Proceso, abandonados a su suerte hasta por sus propios camaradas de armas. Últimamente en la Argentina sólo hay lealtad cuando se la paga.
La iniciativa, a todas luces, no le ha permitido a Kirchner un aumento real de Poder. Lo que le ha permitido es la apertura de un espacio político en dónde, tanto él como su entorno, esperan cosechar al menos algo del Poder disponible. Ese espacio es el que dejó vacío el "Chacho" Álvarez cuando malcalculó sus posibilidades como vicepresidente y que fue inmediatamente ocupado por Lilita Carrió quien, a su vez, malcalculó las suyas cuando, tras un festín de denuncias sin ningún resultado práctico apreciable, quedó bien claro que su pequeña cuota de influencia no bastaba ni siquiera para sacudir un poco los cimientos del sistema. Cimientos que, como todo el mundo sabe, se asientan sobre el dinero y la corrupción.
La caja de pandora
En este contexto, la estrategia de Kirchner es bastante transparente. Esgrimiendo ante la intelliguentsia socialistoide su pasado izquierdizante, el Dr.K. espera arrear hacia su redil las simpatías de todo el espectro que va desde la izquierda peronista hasta las reminiscencias del pretérito PC argentino. Es su forma de "sumar", tratando de lograr que el resultado de la suma equipare - o al menos balancee - las sumas que Duhalde ya tiene hechas.
Hay un problema sin embargo. El espacio que Kirchner tiene para crecer está, no sólo fragmentado (no hay espacio político en la Argentina que no lo esté) sino, además, limitado. La izquierda argentina, siguiendo consciente o inconscientemente la tesis de Gramsci en cuanto a que la revolución cultural precede a la revolución política, ha ocupado los resortes sensibles de fabricación de la opinión pública. Ha ganado una considerable influencia y ha apostado, inteligentemente, al fracaso de la política económica neoliberal. Con ello, luego del derrumbe catastrófico simbolizado en el "corralito", ha quedado excelentemente posicionada para tener predicamento en la enorme masa de descontentos e insatisfechos que ha generado el sistema.
De lo que no se da cuenta (en realidad, nunca quiso darse cuenta) es de que ése es justamente el papel que la plutocracia le tiene reservado. El sistema demoliberal usa a la izquierda como oposición tolerada precisamente porque así puede controlar sus propios fracasos y sus propios excesos: abre la válvula de seguridad socialista cuando la presión capitalista se vuelve insoportable y luego, cuando las cosas vuelven a quedar bajo control, fusila a todos los revoltosos acusándolos de guerrilleros y terroristas. ¿Nadie se dio cuenta de eso todavía?
Parece que no. Y, desgraciadamente, por lo que hemos podido ver en las últimas semanas, la izquierda argentina puede estar muy cerca de cometer casi los mismos errores que cometió luego del triunfo electoral de Cámpora. La izquierda en general, y la argentina muy en particular, padece de una enfermedad que no tiene nombre clínico pero que no por ello es menos letal: siente una patológica pasión por las masas, unida a una crónica ineptitud para gobernarlas. Cada vez que ve a más de mil personas juntas ya cree poseer la masa crítica para hacer su revolución, siendo que esta revolución se basa en la persecución de un espejismo inviable. Luego, cuando llega al Poder, al cabo de muy poco tiempo se ve obligada a marcar sus fronteras con alambre de púa y guardias armados para evitar que las masas se escapen del delirio político en el que se las ha metido. Y si no llega al Poder y tan sólo llega al Gobierno - como ha sido el caso de Kirchner - se apura tanto a atacar a sus enemigos potenciales y reales que se olvida de hacer la revolución que había prometido. Una revolución que, en última instancia y de todos modos, tampoco podría concretar porque su infantilismo político la conduce de un modo fatal a la inviabilidad utópica. Es un círculo vicioso.
Con todo, el cálculo de Kirchner de sumar Poder por izquierda no es irracional. Teóricamente hasta podría ser un buen cálculo de realismo político. Pero es terriblemente peligroso. En primer lugar por lo ya apuntado: al avanzar sobre sus enemigos internos abriendo la caja de Pandora del revanchismo de izquierda, el gobierno corre el peligro de suplantar corrupción por venganza. Y difícilmente alguien pueda encontrar argumentos sólidos para demostrar cual de ambas calamidades es el mal menor.
Pero, en segundo lugar, corre, además, el riesgo de quedar atascado en un espacio político interno demasiado estrecho mientras que a su competidor más importante, el Duhaldismo, todavía le queda el recurso de fumar la pipa de la paz con el menemismo - su ex-aliado de otrora y hoy circunstancial enemigo - para controlar aparatos (partidarios y de los otros) e, incluso, motorizar buena parte del resto de la alicaída burguesía partidocrática.
Súmese a esto la presión de la plutocracia internacional y se verá que Kirchner, encerrado entre el infantilismo político de izquierda y la voracidad financiera plutocrática, está ya seriamente expuesto al riesgo de perder el control. Por ahora es sólo un riesgo. Pero es real.
Gritar por izquierda, avanzar por derecha
Y el mayor factor de riesgo es la debilidad intrínseca de la estrategia elegida. El principal problema reside en que, de esta manera, es muy difícil - por decir lo menos - construir Poder real en la Argentina. Ahora que el centro burgués liberalcapitalista se ha convertido en "derecha", la estrategia de sumar votos con la intelliguentsia de la izquierda local y consolidar ese Poder con el dinero de la derecha internacional da por resultado una política que no es ni de derecha ni de izquierda. Ni siquiera es de centro. Es simplemente mediocre.
Para que la estrategia tenga sentido, debería incluir al menos algún dique de contención a las pretensiones de la plutocracia. Y la forma de lograr esto no sería, por supuesto, mediante desplantes patrióticos festejando un default. La forma más efectiva sería investigando a fondo nuestra principal hipótesis de conflicto que es la deuda externa. Pero eso es justamente lo que no se investiga. De eso no se habla. Ese tema es tabú.
Sin embargo, aún con todas las garantías jurídicas imaginables no sería tan complicado desde el punto de vista político. Sería simplemente cuestión de responder a lo que yo llamo "la pregunta del almacenero": ¿Quien le prestó cuanta plata a quien; en qué se gastó y quien la gastó?. Sería tan simple como eso. Lo que sucede es que, para hacer esa pregunta en serio sí haría falta verdadero coraje. Y ése es el coraje que falta. Porque, en lugar de atacar el principal problema por el lado en que puede ser atacado en buena posición y con buenas armas, el gobierno se dedica a evadirlo. A sus enemigos internos los amenaza con el Poder de la Ley pero frente al enemigo externo respeta la Ley del Poder. Quizás no sería mala idea proceder exactamente a la inversa.
El hecho es que, al cabo de sus primeros meses, no se percibe que Kirchner tenga un verdadero proyecto político más allá del probablemente inspirado en su colega Lula Da Silva (el cual, a su vez, probablemente se inspiró en Felipillo González que fue quien estableció la escuela) y que consiste en tratar de mantener la popularidad sumando votos con demagogia socialista mientras se avanza sobre lo esencial con economía capitalista. El hecho concreto es que los cambios necesarios (los verdaderos; no los que exige el FMI) no se hacen. La utopía socialista se anuncia pero no se implementa y la utopía liberal se implementa pero no se anuncia. Con ello, el país real se aleja cada vez más de su destino posible.
El problema de fondo es que la burguesía en general y la burguesía argentina en particular ha producido muy pocos políticos de verdadera envergadura. Y, en el fondo de su alma, nuestro buen Dr.K. probablemente - por sus orígenes y su trayectoria - no es más que un burgués rebelde, intelectualmente dispuesto a negociar una Tercera Posición por una Tercera Vía, la cual, al final de cuentas, no es más que una expresión de ese eterno dorado término medio tan caro a una burguesía melindrosa que le huye a las definiciones precisas.
Lo que la Argentina necesita es una verdadera elite dirigente firmemente comprometida con su país. La politiquería pequeñoburguesa, sea de izquierda apoyada en un proletariado egocéntrico y volátil, sea de derecha apoyada en una oligarquía traidora y codiciosa, ha demostrado a las claras que no está dispuesta a dar la batalla por una Argentina soberana. Ni siquiera se atrevió a luchar, más allá de algún inofensivo cacerolazo, por sus propias cuentas bancarias. Se llenó la boca hablando de la defensa de la Patagonia pero, por las dudas y en lugar de enfrentarse con los tiburones financieros locales, giró el dinero de la Patagonia a un banco extranjero - para que lo cuiden los tiburones financieros internacionales.
La política en la Argentina se ha convertido en un griterío de teros que chillan a propósito de cualquier cosa y en cualquier lado pero que ya no ponen los huevos dónde deberían ponerlos.
En el nido, claro.