¿Quién no ha sentido alguna vez la necesidad de entrar en un centro comercial para recibir un soplo fresco en un día tórrido de verano? Esa brisa reconfortante, creada a comienzos del siglo XX para conservar mercaderías, pasó primero a unos pocos sitios de esparcimiento y después a algunas casas de personas pudientes para convertirse ahora en un estandarte de la clase media. El aire acondicionado revolucionó la vida de la mayoría de los países, pero tiene una cara oculta. La negativa, vinculada con la sobrecarga de la red eléctrica y con las emisiones que calientan, o sobrecalientan, el planeta.
La cantidad de aires acondicionados se disparará de 1.600 millones en la actualidad a 5.600 millones a mediados de siglo, lo cual equivaldrá al uso de la electricidad que insume en todas sus actividades el país más poblado del planeta, China. La estimación de la Agencia Internacional de la Energía, que depende de Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), entraña un riesgo: las emisiones de gases de efecto invernadero que liberan las plantas de carbón y gas natural para generar la electricidad que requieren los aires acondicionados se duplicará en un año no muy lejano, 2050.
En Estados Unidos y en Canadá, la climatización de los hogares recibe subvenciones estatales. En Arizona, los propietarios deben suministrar a sus inquilinos aires acondicionados en buen funcionamiento, como si se tratara de la provisión de electricidad y de agua. Más allá del costo ecológico no previsto en 1902, cuando el ingeniero Willis Carrier creó un aparato capaz de controlar la temperatura y la humedad de una imprenta de Nueva York, el aire acondicionado modificó a lo largo del tiempo desde el urbanismo, con el crecimiento de las ciudades, hasta la natalidad. En el hemisferio norte bajaba en abril y en mayo por los calores de julio y de agosto.
Si la preservación de mercancías fue el primer fin del aire acondicionado, el rendimiento de los trabajadores resultó ser el siguiente. Sin una temperatura adecuada, el ritmo laboral descendía y el ausentismo crecía, así como los dolores de cabeza y los cuadros de hipertensión, de insuficiencia pulmonar y de trastornos de sueño. En días calurosos era necesaria una siesta. La venta de entradas de cine aumentó con la promesa de salas climatizadas. Vagones de primera clase de trenes, restaurantes y hoteles de lujo se sumaron a la ola fría. Una ola que también tuvo sus primeros detractores: aquellos que le achacan el aumento de la obesidad y de la vida sedentaria.
El 90 por ciento de los hogares de Estados Unidos tiene aire acondicionado, situación que se reduce a menos del 10 por ciento en África, Asia, América latina y Medio Oriente. Como ya no se trata de un aparato inaccesible, las ventas continúan en ascenso en países extensamente poblados como China, India e Indonesia. No hay vehículo nuevo que no lo tenga. El calor que emana hacia el exterior eleva la temperatura del ambiente. ¿Cómo prescindir del aire acondicionado? Difícil. Si no, imposible. La ola de calor que asoló a Chicago en 1995 mató a más de 700 personas. Otro tanto ocurrió en Europa en 2003 y en Rusia en 2010.
Las regulaciones para la liberación de hidrofluorocarbonos en la atmósfera, así como la eliminación de clorofluorocarbonos, previstas en protocolos internacionales, pueden contribuir a reducir el impacto en la capa de ozono. En 2011, tras el accidente nuclear de Fukushima, los japoneses debieron reducir en forma drástica el consumo de electricidad, empezando por el aire acondicionado. Un profesor de la Universidad de Waseda, en Tokio, observó una disminución en la productividad de los empleados de oficinas. La estimó en media hora por día. Al evaluarlo, el rendimiento pesó más que el confort de los trabajadores.
En primer lugar hay que dejar de satanizar las fuentes confiables de energía como las de gas, carbón, fueloil, atómica, hidroeléctrica etc son fuentes firmes y probadas y también dejar de priorizar fuentes poco confiables y caras como la eólica y solar. El uso de esas energías empobrece a los países subdesarrollados volviendolos poco competitivos. Lo de las famosos gases de invernadero es una patraña creada para montar un jugoso negocio que quisieron implementar en Francia (al aplicar un impuesto de cambio climático a los combustibles) y que tuvo consecuencias por todos conocidas por ser gente bien informada.