“¡Presidenta, presidenta!”,
llamó casi a gritos el notero de CQC apodado Dientitos a la
Primera Ciudadana Cristina Elizabeth
Fernández de Kirchner. Esta sin empacho alguno, se dio vuelta haciéndose cargo
de una investidura todavía imaginaria. Momentos después, al ser inquirido su
marido por el citado acerca de esa posibilidad, éste respondió con una
sonrisa: “Es que va a ser presidenta”.
Cuenta
William Shakespeare en su Macbeth que
al regresar de un sangriento combate, Macbeth junto a su criado, es saludado por
tres brujas con títulos que aún no ostentaba. Picado por los bichos
antediluvianos de la curiosidad y la ambición, siniestra y letal pareja si la
hay, el noble inglés quiso saber más. Las horrendas viejas le respondieron con
sorna que, si bien era cierto que esos cargos eran ahora irreales, no tardarían
en serlo. Pero lo que ellas se guardaban, era la manera en que los obtendría.
Mediante un reguero de sangre y muerte, incluyendo la su amigo el rey, junto a
su mujer ascenderían hasta el pináculo del poder. Así, la escena de su esposa
lavándose las manos manchadas del rojo líquido que no para de correr, es todo
un emblema en la literatura universal.
Si
bien precisamente no es sangre lo que se derrama en este otoño iracundo, vuelan
los reclamos de distintos sectores mientras que en la castigada Tartagal el agua
se lleva las esperanzas de los olvidados de siempre. A pesar del incendio de
Caballito, las muertes constantes por la violencia cotidiana, la estampida
inflacionaria, cierta porción de la corporación política remeda a Macbeth en
su inoportuna lucha constante por el poder.
Tanto
El Príncipe
de Maquiavelo, como El Padrino de
Mario Puzo, constituyen referencia obligada para muchos cientistas políticos y
también de simples aficionados a estas lides. En la tercera parte del segundo,
se desliza una definición memorable: “El
poder destruye a quienes no lo tienen”. Raúl Alfonsín gozó de un
incalculable capital político al asumir el 10 de diciembre de 1983. En la
famosa Semana Santa de 1987 comenzó a rifarlo con su “Felices
Pascuas, la casa está en orden”, y luego con el fracaso del austral que
dio pie para el triunfo del peronismo en las elecciones de septiembre de ese año.
Carlos Menem dilapidó la gallina de los huevos de oro de las privatizaciones a
principio de los 90, con la inútil guerra de egos con Domingo Cavallo para
finalizar mordiéndose la cola al naufragar su apetecida rerrelección.
Dardos desde el Salón Blanco
Néstor Kirchner tiene como hábito cotidiano utilizar el Salón
Blanco como emisor de su ideario. Más que eso, lo usa para defenestrar
constantemente a quienes juzga opositores, golpistas o simplemente dotados de
una opinión contraria a su gestión. Últimamente, los depositarios de su ira
han sido algunos periodistas díscolos, los ganaderos, el gobierno uruguayo y
como siempre, los que se beneficiaron con la década menemista. Naturalmente,
subido a esa tribuna goza de un público adicto que aplaude a rabiar cada una de
sus andanadas verbales. Y muchas veces, estas son acompañadas con acciones ridículas
como el boicot piquetero a Shell, y el
parripollo de la semana pasada en la puerta de la Rural. Pero
jamás se vio entre su concurrencia a ninguna hechicera que vaticinara su
reelección, como tampoco la candidatura de su mujer a gobernadora bonaerense o
su sucesora en el sillón de Rivadavia. Algunos mal pensados infieren que no
necesita de esto, puesto que su mente hace rato que lo viene masticando. Cuando
en 1994, reforma constitucional mediante, se acortó el mandato presidencial a
cuatro años, se pensó mal que sería un habitual freno a las apetencias de
perpetuidad. Craso error, puesto que aquellos inquilinos de la Rosada que
superan el segundo año, y creen que los números le cierran favorablemente,
entran en esa loca ruleta de no largar el bastón presidencial para seguir
jugando.
En
la Argentina, la actividad política también es una trituradora de carne muchas
veces accionada con furor por ambiciones desmedidas. Muchas de esas manos,
hicieron lo posible para que en diciembre de 2001 la sangre corriera nuevamente
por las calles y aún esas muertes continúan impunes.
Sin
acuerdo por los precios de la carne, con insistentes reclamos salariales, el
conflicto por las papeleras que se dirimirá internacionalmente, el kichnerismo
camina inseguro en este otoño caliente. Candente por momentos, bajo la atenta
mirada de las brujas de Macbeth y las sombras de El
Príncipe y El Padrino.
Fernando Paolella