Las sesiones preparatorias suelen ser un mero trámite. Se eligen las autoridades ya acordadas de antemano, y en general a ningún presidente de bloque se le ocurre criticar a alguno de los elegidos. En el Senado es aun más protocolar que en Diputados. Por eso no había demasiada expectativa, ni despertaba mayor interés la reunión del miércoles pasado en la Cámara alta, donde el único interrogante se planteaba en torno a lo que podía pasar con el pampeano Juan Carlos Marino y su vicepresidencia, a partir del episodio en el que quedó involucrado por la denuncia de una empleada de su despacho.
Pero el kirchnerismo alteró la rutina esa tarde. Para sorpresa de Gabriela Michetti, la santafesina María de los Angeles Sacnun, del Frente para la Victoria-PJ, pidió la palabra al iniciarse la sesión para plantear una cuestión de privilegio que la titular del cuerpo dudó en principio de conceder en una sesión de ese tipo. “Hay antecedentes”, le aclararon, y la senadora kirchnerista realizó la cuestión de privilegio contra la propia vicepresidente de la Nación, por el allanamiento realizado el año pasado a propiedades de Cristina Fernández de Kirchner. Y a continuación desfilaron con similares argumentos -todos vinculados con las causas que involucran a la expresidenta- planteando cuestiones de privilegio que alcanzaron incluso al presidente Mauricio Macri. La última en exponer fue la propia senadora Kirchner, que planteó una cuestión de privilegio tan vaga que hasta dio vueltas mientras la decidía a quién destinarla, eligiendo finalmente a la Corte Suprema de Justicia. En su discurso de fuerte contenido político, la exmandataria denunció operaciones políticas y judiciales destinadas a su juicio a “dejar afuera a la oposición en serio”.
Lo dicho: las cuestiones de privilegio son mucho más excepcionales en la Cámara alta que en Diputados, pero para nada comunes en ese tipo de sesiones. Fue una planificada puesta en escena del bloque cristinista, seis de cuyos nueve miembros hablaron en ese pasaje en la que en caso contrario hubiera sido una sesión intrascendente. Cristina llevaba un buen tiempo sin que se hiciera escuchar, y para muchos lo del miércoles fue el inicio de su campaña electoral.
Dos días después, en la otra Cámara, en el marco de la Asamblea Legislativa, el otro candidato presidencial con más posibilidades en octubre, que va por la reelección, hizo también una suerte de lanzamiento de campaña. Porque el discurso de casi una hora expresado por Mauricio Macri fue claramente en clave electoral y marcó de alguna manera el eje por el que el oficialismo piensa hacer transcurrir la campaña. Es de imaginar que difícilmente la misma se aparte de la senda que el presidente marcó este viernes 1° de marzo.
No llevaba dos minutos el mensaje presidencial cuando Macri citó a “la herencia recibida”. Aunque esta vez no fue para pasar factura, sino para dejarla de lado. Acababa de preguntarse cuántas veces “elegimos el camino del atajo”, y aclaró que no hablaba de “la herencia recibida”, sino “de algo más profundo: de la imposibilidad que tuvimos los argentinos durante décadas de hacernos cargo de nosotros mismos”.
Pero esa concesión hecha de entrada no implicó que dejara al kirchnerismo afuera de las críticas. Solo que Macri esta vez no atribuyó en general las consecuencias de sus innumerables problemas a la anterior gestión, pero una y otra vez expuso a la experiencia kirchnerista como el ejemplo negativo. Desde las licitaciones 40% más caras que en la actualidad, a la política exterior K, que puso a la Argentina en un eje con Venezuela e Irán, señaló.
A propósito, Macri ratificó el viernes que el ejemplo de Nicolás Maduro estará siempre muy a mano para enrostrarle a la principal oposición su vinculación pasada y el respaldo por acción u omisión actual, recordando así de paso la supuesta dirección que la Argentina modificó a partir del 10 de diciembre de 2015.
Previsiblemente el ejemplo de lo sucedido con el DNU de Extinción de Dominio también fue citado en el discurso del Congreso, para apuntarle ahora sí a la oposición en su conjunto: “Que cada quien que se oponga diga dónde está parado y a quién quiere proteger”, señaló. Como ya hemos dicho, ese decreto es ganancia pura para el Gobierno: vale si se mantiene por los beneficios de su vigencia, pero también si la oposición lo voltea, porque queda salpicada en su conjunto.
La economía es territorio minado para el Gobierno, que no puede exhibir mayores logros en la materia. Más bien todo lo contrario. Tal cual se preveía, Macri citó las causas a las que esta administración atribuye las “turbulencias” del año pasado, y a partir de ello hizo hincapié en haber alcanzado con su gobierno una economía más sana de cara al futuro, que permitirá en adelante “cambiar los cimientos podridos y descuidados por décadas”, dijo. A falta de éxitos en la economía cotidiana, el presidente tuvo que hablar de la macroeconomía para tratar de templar los espíritus.
Hizo muchas referencias a la pobreza, porque es un karma de esta administración que arrancó poniendo a la “pobreza cero” como un horizonte, y este es un presidente que pidió ser evaluado por la manera como pueda llegar a reducirla. Difícil zafar del aplazo, cuando en el último año ese número se habrá disparado de manera exponencial. Precisamente lo hizo por eso: Macri recordó en la primera etapa de su administración logró bajar la pobreza, pero luego aclaró que como consecuencia de la crisis de 2018, ese problema “ha vuelto a los niveles de antes”.
¿Y la inflación? En su primera presentación ante el Congreso, Macri se quejó de que en la última década había sido del 700%, y prometió reducirla; el año pasado alardeó con que había bajado, pero ya se sabe lo que la megadevaluación de 2018 hizo con los precios. “Este año esperamos una baja sustancial de la inflación”, se animó a pronosticar.
Cuando dijo que “la Argentina está mejor parada que en el 2015”, sonó casi como una provocación al kirchnerismo, que no resistió la tentación de descargarse y se mostró de la peor manera. En rigor, el destrato que prodigó la bancada que conduce Agustín Rossi al presidente de la Nación, al que gritaron e insultaron durante buena parte de su mensaje, es el mismo que le brindan a cualquier diputado oficialista que los critique en un debate. Y ya le habían gritado a Macri en sus anteriores presentaciones, aunque esta vez traspasaron los límites. Perjudicándose a sí mismos, pues solo a los convencidos pueden divertir sus rostros destemplados o gestos socarrones ante la palabra presidencial.
No es común que esto suceda: de hecho, no pasaba desde la recuperación democrática. Ni con Raúl Alfonsín, menos con Carlos Menem, ni siquiera con Fernando de la Rúa, que inauguró dos períodos legislativos. No había interrupciones e insultos con Eduardo Duhalde, y ni qué hablar con el matrimonio Kirchner, que por el contrario se tentó con poblar de militancia a partir de entonces las gradas. En el Congreso jugaban de local.
Pasa sí con Mauricio Macri, que a diferencia de sus antecesores sí tiene un gobierno en minoría. “Somos el primer gobierno en 100 años que pasa todo su mandato en minoría, y aun así generamos consensos. Insisto, somos el primer gobierno que en 100 años pasamos todo nuestro mandato en minoría, y aun así logramos consensos”, dijo el presidente en un pasaje de su discurso del viernes.
Lo que pasó el viernes prueba también porqué el Gobierno preferiría poner en un freezer al Congreso hasta las elecciones.
El contrapunto con el kirchnerismo es afín a una campaña en la que Cambiemos espera que solo se vean en primera fila el oficialismo y esa oposición. Que el resto de los candidatos pasen desapercibidos y la gente vote blanco o negro.
El mensaje tuvo casi la misma extensión que el de la primera apertura de sesiones ordinarias, en 2016, cuando ante el reclamo de que hablara de una vez de la herencia recibida, Macri dedicó la mitad de su discurso a enumerar lo encontrado al llegar al poder. Como dijimos, esta vez el presidente volvió a poner al kirchnerismo como su espejo, tal cual hará a lo largo de una campaña que probablemente tenga spots con pasajes de este discurso de Macri distribuidos a través de las redes sociales. Más que un mensaje a la Nación, tuvo el tono de arenga de campaña. Y el eco de los gritos de los K le sirvió como marco adecuado al tono presidencial y sus puños apretados.
Los carteles completaron la escena. El día anterior el massismo había lanzado el hashtag #BastaDeMentiras como antesala de la visita de Macri y en referencia a sus dichos en anteriores aperturas de sesiones. No hubiera llamado la atención que esa consigna hubiera aparecido pegada en las bancas este viernes, pero los que echaron mano a los carteles fueron una vez más los K, que exhibieron la consigna #HayOtroCamino.
También le cierra eso al Gobierno, que buscó en el mensaje presidencial recordar adónde conducía ese camino.