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Drogas, la peste blanca: parte 2

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A pura esclavitud
A pura esclavitud

“Me obligas a rendirme, solo soy un esclavo más encerrado en el olvido”. (Paciente poeta narrándome la sumisión al consumo de cocaína)

 

Al lado de esta narración poética de un paciente autodefinido como esclavo me llama el viernes un “liberado” a quien conocí en terapia intensiva sin tabique nasal y con una lesión severa por consumo en el paladar para decirme que, luego de varios años, se operaba para restaurar sus heridas de “guerra” en el consumo y llorando me confiesa agradecido que esto era para él un triunfo. Los dos celebramos emocionados la vida. Cuando lo conocí no hablaba, solo podía murmullar porque todo su aparato fonológico estaba comprometido por heridas derivadas de años y años de inflamación e irritación por la cocaína. Los agujeros en el paladar y el tabique eran un testimonio de eso.

Peste blanca o la “esclavitud” de los condenados puedo también decir como menciona nuestro padeciente. Pasaje rápido desde la experiencia del por fin conseguido “Paraíso” al “Infierno” del vacío de la abstinencia que parecen ser dos caras de la misma moneda o, podríamos decir, la trama de la Ilusión y la Verdad. Desde la armonía del éxtasis del Placer en un boliche o ante el primer golpe en las narices acariciando tiernamente las neuronas y los centros del placer cerebral hasta los retorcijones del malestar y dolor porque la dosis no se posee. Los americanos describen este momento “iniciático” (término teológico) como un “Rush” (NIDA-Instituto de Drogas de U.S.A.): oleada inmediata de placer después de administrarse ciertas drogas (la traducción sería torrente o caudal).

Nos podemos preguntar qué pasa en el después y nadie lo explicó mejor que el escritor cristiano irlandés Clive Lewis (1898-1963) cuando describe la experiencia de la adicción como un “ansia siempre creciente de un placer siempre decreciente”. Ahí aparece lo que se conoce técnicamente como el “Crash” o inicio de la abstinencia que va seguida de anhedonia, hipersomnia, agitación, cambios en el estado de ánimo, etc. Esto va a durar durante como mínimo seis meses con un probable desborde de consumo impulsivo ante un recuerdo de ingesta o ante un encuentro con pares. Lewis que presenció los inicios de la adicción en Europa mencionaba la búsqueda fanática del placer como la perdida de la noción virtuosa de la felicidad dentro un clima de época.

La cocaína resulta ser la “caricatura” de este tiempo tan presuroso e incluso le agrega más “gasolina “a este momento cultural. Más velocidad hacia la nada del vacío. Del vacío al vacío pero huimos que parece ser lo esencial. Huir parece ser la clave cuando aprender a vivir es aprender a detenerse. Ya lo enseñaba Antonio Machado (Sevilla26 de julio de 1875-Colliure22 de febrero de 1939):”...Ni el trabajo por el trabajo, ni el juego por el juego, ni la lucha por la lucha misma; la gracia está en pararse...a contemplar, meditar “.

 

La guardia medica como el “vietcong” post-moderno

La Guardia médica es una muestra de ese clima de época que describe Clive Lewis y de cómo la vida se transforma en una urgencia, ahí vamos de a poco o rápidamente llegando a nuestro “Infierno”. La guardia que observo un jueves a la tarde entre ambulancias y sonidos quejosos es una muestra de esto en la Tierra. Las demandas son imperiosas mientras el “nosotros mismos” de nuestra mismidad parecer haber “perdido por goleada” ya que no tenemos tiempo para nosotros mismos, y esta falta de tiempo resulta ser porque le tenemos, precisamente, miedo al tiempo o sea a la conciencia ya que ésta me deja solo y me obliga a pensar. Por algo en la Biblia se manda descansar un día o sea a meditar, encontrarse con otros, contemplar. Pensar. Encuentros. Esto parece faltar hoy.

El mundo de la cocaína que hoy parece ser la droga “estrella” promete aquello que la Biblia pone en boca de la Serpiente:”…seréis como Dioses”; el shock de omnipotencia y grandiosidad que sienten ante el primer contacto nasal los pone en contacto con lo que llaman el “Paraíso”. Ya somos Dioses, así constituimos nuestro propio altar, somos nuestros propios adoradores. Vamos de a poco o rápidamente llegando a nuestro “Infierno”. La guardia que observo un jueves a la tarde entre ambulancias y sonidos quejosos es una muestra de esto en la Tierra

 

Armando nuestro "via crucis"

Se entiende esta sensación que para algunos es irresistible. La alteración en el cerebro –especialmente en edades puberales y adolescentes –es total en los circuitos de la motivación y el placer. Nuestro cerebro tiene un “combustible “esencial que es la dopamina como el plus energético y de excitación que necesitamos para vivir y sentir el mundo existiendo centros cerebrales como el núcleo accumbens que procesan estos transmisores químicos. Los alimentos incrementan el 45 % de dopamina y por ende de placer en el núcleo accumbens mientras que la cocaína y las anfetaminas el 500%.

Así vamos “muriéndonos” buscando el placer ilimitado. Siempre la búsqueda del “placer ilimitado” culmina en la muerte misma. El compromiso de la memoria adictiva hará el resto o sea reiterar la conducta hasta que se haga compulsiva para lograr aquel efecto inicial de “Paraíso”. Pero nunca será igual ya que a cada consumo el peaje a pagar será mayor; al final es la vida misma el paso de la factura.

El paciente así va configurando el “vía crucis” de su condena. Cada vez que consume siente que no puede dejar y que es un condenado a morir dentro de un plato de cocaína. Ya no es más la bolsita de 3 grs. Tiene que ser “estar dentro” de un plato. Muchos pacientes entregan su sueldo a cambio de la dosis diaria. Hoy se alquilan piezas en las Villas a distribuidores a cambio del sueldo mensual del consumidor más un plato de comida con la ración cotidiana de estupefacientes incluida. La realidad para los que tratamos droga-dependientes no deja de asombrarnos. Afuera quedan hijos, familia, obligaciones. Solo importa el plato de drogas y por último el plato de comidas.

Esta pérdida de control del comportamiento es paralelo con el uso repetido de sustancias psico-activas que intensifica anormalmente los sistemas biológicos (sistema frontal y temporal del cerebro) que han evolucionado para guiar y dirigir el comportamiento hacia estímulos cruciales para la supervivencia. Por esto siempre el dependiente la cocaína elige mal y así decimos que es un “adicto al fracaso” y caen empresas, familias, múltiples parejas con abandono de hijos, etc. Parece ya un esclavo que va hacia la condena final en donde el deterioro psicológico y biológico se une a la melancolía de la culpa y la venganza hacia sí.


Los condenados al nacer

En la Provincia de Mendoza fuentes oficiales (Mayo-2018) afirman que en la Casa Cuna nacen bebes (estadísticas del 2017) que tienen signos de abstinencia (8%) con convulsiones y llantos prolongados. Un porcentaje alto de niños esperan la vida en estas condiciones. El 80 % de estas madres no habían hecho controles durante el embarazo y no pudieron frenar el apetito por consumir drogas.

En mi carrera profesional recuerdo haber asistido a una situación en donde me llamaron en consulta por convulsiones de un chico de 18 meses y en el sanatorio pregunte por la madre y el amamantamiento. El chico se nutría con leche con restos de clorhidrato de cocaína. Una feliz intervención del Juez de Familias permitió que la madre se tratara bajo tutela judicial en una comunidad terapéutica y el hijo quedó a cargo del abuelo. Luego de 6 meses el niño recupero a una madre sana y su desarrollo pudo continuar sin alteraciones.

Lo que sucede es lo que pasa en toda conducta compulsiva adictiva como lo es anular al otro. En la vida común buscamos el amor a través del amor por/hacia el otro mientras que en los comportamientos dependientes a sustancias el amor no es colocado en el campo del otro o los otros; no pueden mirar y sentir más allá de su “ombligo”. Es quizás por esto que la experiencia más importante de la mujer como lo es la maternidad queda absolutamente cercenada ya que la alienación por el consumo es lo máximo. El único otro que se privilegia es el dueño de las sustancias: el “dealer” o “transa”. La “merca” ocupa el lugar del hijo por venir. En realidad la enfermedad le impide hacer otra cosa. Es una esclava que marcha hacia su condena pero condenando a su vez a otro (el hijo).

 

La solución final

Progresivamente el paciente se va deteriorando, discapacitando.Sus energías decaen, los mecanismo cognitivos (atención, memoria, pensamiento, etc.) y sus afectos van ciclando entre exaltación y depresión hasta que por fin la abulia, la amimia, la falta de placer ganan la batalla y el ser vivo se transforma en un “muerto en vida”. Los “zombies” pululan por las ciudades. Son los “nadies” que vagando como sombras por las calles pierden la condición de ser “alguien” y a la vez van siendo olvidados por los otros (la sociedad en general con todos sus grupos).

Los aspectos criminosos sociales empiezan a triunfar. Familias que los abandonan, instituciones públicas que solo los desintoxican y no los tratan de su verdadero problema humano, falta de prevención como alerta temprana a no consumir desde la adolescencia, falta de centros de tratamiento adecuados y así surge la “muerte dulce” (eutanasia) hacia los pacientes que ya se consideran desahuciados. Basta ver lo que sucede en las “cloacas” de las distintas ciudades para entender esto.

Por último la condena culmina su obra dentro de la vida del esclavo; el poeta-consumidor me sigue diciendo: “Me resigno a lo que es estar vivo, me haces quedar solo para que no haya testigos…no me dejas escapar”. Muchos hechos que hoy suceden como asesinatos, suicidios, accidentes, muertes raras, ritos tribales de muerte en variados espacios colectivos me llevan a estas reflexiones.

 

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