“Cristina se baja”. “Cristina no se presenta”. Esta expresión de deseos es la posibilidad que más preocupa a la Casa Rosada. Por otra parte, la afirmación ”Cualquiera menos Cristina” se escucha cada vez con más frecuencia entre aquellos que votaron a Mauricio Macri y entre quienes lo volverían a votar, si no existiera una tercera opción.
Este el verdadero abismo al que se enfrentan Macri y Cristina, el precipicio en el que desemboca la grieta: la consolidación de una tercera propuesta.
El axioma “Cualquiera menos Cristina” encuentra su reflejo especular y complementario en el kirchnerismo: “Cualquiera menos Macri”.
Salvo los PRO puro y los K de paladar negro, que prefieren morir con las botas puestas en una batalla final semejante al Armagedón, el resto de la sociedad desea la aparición de una puerta de emergencia que le permita escapar de la alternativa de hierro que propone Jaime Durán Barba. Y sucede que, por primera vez, empieza a sonar fuerte un nombre diferente al de Macri y Cristina: el de Roberto Lavagna.
A uno y otro lado de la grieta se escuchan los rezos para que la postulación de Lavagna no sea más que una pesadilla de cumplimiento imposible. Y razones no les faltan para aferrarse a sus oraciones.
Tienen que suceder muchas cosas para que se postule Lavagna. Y no son menores. La primera condición de Roberto Lavagna es evitar una interna. ¿Los demás referentes de ese espacio estarían dispuestos a renunciar a favor de Lavagna?
“Lavagna es Cristina”, dicen los fanáticos de Macri. “Lavagna es Macri”, dicen los talibanes K. Es tal el arrebato de furia que levanta el solo nombre de Lavagna que, ante tanto fanático M, no sería de extrañar que surgiera una nueva corriente: el “macrismo racional”.
No es sensato afirmar que Roberto Lavagna es igual a Cristina Kirchner.
Nadie imaginaría a Lavagna como representante argentino del socialismo del siglo XXI, ni en un palco junto a Nicolás Maduro, ni fusilando a Macri, como propone Luis D’Elía, ni como aliado de los grupos antisemitas y pro-iraníes que abundan en las filas kirchneristas.
Por otra parte, el encono de Lavagna contra el kirchnerismo data de los tiempos en que fue ministro de Néstor Kirchner.
Las humillaciones a las que pretendió someterlo el ex Presidente incluían groserías y, sin metáfora, manoseos. La repulsión entre los Kirchner y Lavagna es proverbial y no tiene vuelta atrás.
Pero se agrega un dato interesante: Roberto Lavagna tampoco es Sergio Massa, mucho más identificado para vastos sectores con Cristina Kirchner. Tanto que ni siquiera el ex Jefe de Gabinete de Cristina se ocupa de disimularlo. Al contrario, sus idas, vueltas e indefiniciones lo hacen sospechoso a los ojos de todos aquellos con los que suele coquetear.
Sin embargo, y con razón, son muchos los que le piden a Lavagna el certificado “libre de kirchnerismo”. Cualquier pacto, frontal o solapado, con representantes de esa secta lo volvería sospechoso y lo convertiría en otro Massa.
Con absoluta legitimidad, Marcos Aguinis y Alfredo Casero mostraron sus prevenciones. Aguinis apeló a la propia historia del peronismo y recordó el viejo eslogan: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Será el propio Lavagna el que deberá convencer al electorado de que él no es Cámpora, ni Cristina su Perón.
El resultado de las elecciones de Neuquén deja oír tres mensajes claros: a Cristina Kirchner le acaban de decir que su tiempo se acabó; a Cambiemos, que su sello, por sí solo, no tiene peso propio en el interior, y a los radicales, que no les alcanza para cortarse solos. Y, de paso, le muestran a la sociedad que sí hay lugar para una tercera opción.
La falta de generosidad del gobierno nacional para con el candidato derrotado recuerda la clásica piedad peronista: asistir en auxilio del ganador.
Frente al maníaco festejo de la derrota del candidato propio, Horacio “Pechi” Quiroga se vio obligado a aclarar lo obvio: “Creo que esto no es una victoria de Cambiemos”. Y agregó ante el desprecio de la dirigencia nacional: “Hubo hechos extraños en Cambiemos que no deberían suceder en una coalición”.
Igual que Horacio Quiroga, muchos empiezan a mostrar un sentimiento muy peligroso. Los psicólogos, pero más aún los escritores, conocemos el peso del despecho. Es el sentimiento que está en el germen de todas las tragedias mitológicas y terrenales.
La soberbia y el desdén fue, quizás, la semilla que sembró el derrumbe del kirchnerismo. El pedestal de mármol que habita en las alturas el todopoderoso Marcos Peña parece mostrar las primeras fisuras.
Pero hay un dato que produce terror en el oficialismo. Eduardo Valdés, el virtual vocero de Cristina Kirchner, puso en duda su candidatura. Ante el presuroso viaje a Cuba de la ex Presidenta, dijo: “En esta coyuntura no tiene sentido la candidatura”. Y agregó: “Si el costo es el odio permanente, no me parece que se presente”.
Sería un escenario desolador para los arquitectos de la polarización permanente.
Ya conocemos las técnicas de distracción de Cristina. Se va a presentar. Que nadie tenga dudas. Y tampoco existe chances de un Plan B (o, mejor dicho, Plan V). Mucha gente se siente entre la espada de Cristina y la pared de Macri.
Y a nadie le gusta que lo tomen de rehén. Durán Barba convenció a la sociedad de que cualquiera era mejor que Cristina. Hoy el Gobierno ve con pánico que cualquiera ya tiene un nombre.