A lo largo de su historia, Argentina ha sido cuna de deportistas increíbles. Leyendas de las más diversas disciplinas, que nos muestran de lo que somos capaces los argentinos cuando nos enfocamos en objetivos mayores.
Luis Angel Firpo, Juan Manuel Fangio, Roberto De Vicenzo, Guillermo Vilas, Diego Maradona, Hugo Porta, Lionel Messi, Luciana Aymar, Adolfo Cambiaso y Emanuel Ginóbili, son quizás los más evidentes exponentes de esta realidad.
Pero no sólo hemos tenido deportistas de elite; también se destacaron a nivel mundial, un sinnúmero de científicos, inventores, escritores, juristas y aunque parezca increíble también políticos, que posiblemente desconocías y cuya lista seguramente no terminarás de leer. Bernardo Houssay, Luis Leloir, Luis agote, Rene Favaloro, César Milstein, Adolfo Pérez Esquivel, Domingo Sarmiento, Jorge Luis Borges, Juan Vucetich, Ladislao Biró, Mario Dávila, José Fallótico, Quirino Cristiani, Antonio Norez Martinez, Enrique Susini, Carlos Arcusín, Raúl Pateras de Pescara y Carlos Saavedra Lamas, entre otros tantos que trascendieron nuestras fronteras.
¿Qué tienen en común todos ellos? Su inquebrantable voluntad, sus ansias de superación; tal como dijo Luis Decio acerca de Manu: “Su hambre de competitividad”. Todos ellos no se han quejado de sus dificultades, no culparon a otros de sus fracasos, no pidieron limosna ni privilegios; creyeron en ellos mismos, invirtieron esfuerzo y dedicación plena para alcanzar sus metas.
Ginobili ha batido varios records a lo largo de su carrera, sería extenso y aburrido enumerarlos. Pero creo que su mayor logro, ha sido posicionar al básquet como deporte en el corazón de los argentinos; algo similar a lo que sucedió con Vilas en el tenis.
Manu no pidió contemplación alguna por ser más bajo que sus compañeros, no se quejó por ser más flaquito; con enorme esfuerzo superó las adversidades y se ganó su lugar en la cancha. Con su empeño llegó a lo más alto y conquistó la meca del básquet mundial.
Sus compañeros de la selección y de San Antonio Spurs rescatan de él, no sólo sus virtudes en el deporte, también destacan su calidad humana. Compañero, líder y ejemplo; dispuesto a ser apoyo en momentos difíciles, severo ante la renuncia e incansable gladiador en la batalla.
Algunos podrán considerarlo como una persona humilde, no creo que lo sea, una persona que tiene autoestima no lo es. Creo que se confunde su modestia, cortesía y gratitud con humildad.
Humilde proviene de “humus”, o sea tierra. Humildad es postrarse ante una divinidad, un líder, un dogma o como sucede en la actualidad, ante el dios pagano llamado “sociedad”. Humildad significa ceder ante otro, ante las dificultades; significa destruir nuestro amor propio, menospreciarnos, convertirnos en esclavos de amos extraños. Manu nunca se puso de rodillas, mucho menos se arrastró; con orgullo (distinto a vanidad) se paró sobre sus pies, miró a su destino a los ojos y con todas sus fuerzas lo desafió.
Ginobili no es humilde, es modesto. Modesto viene de “medida”, medida que se obtiene al reconocer en nosotros mismos cuanto valemos (sin humildad ni soberbia). Este gran basquetbolista siempre supo de su valor, su capacidad, su tenacidad, su entrega y de su hambre.
Quien es modesto no se vanagloria, no se tiene en sobrestima; tampoco se rebaja ni humilla. El modesto reconoce su realidad, acepta las reglas de juego y juega dejando su alma y su piel en la partida.
Manu deja una huella imborrable en nuestra memoria. Su impronta y carisma quedará por siempre flotando en nuestros recuerdos, como flotó y flotó en aquel doble ante Serbia en el segundo final de aquel lejano y eterno partido en Atenas 2004.
Como es usual, el abogadete Lòpez Guillemain, el que confunde libertad (freedom) con neoliberalismo, nos somete a otra de sus habituales desmesuras.Esta vez relacionando peras con manzanas, como casi siempre. Lo peor del caso es que no queda claro qué es lo que quiere destacar de Ginóbili más allá de enumerar todos sus logros.