A pesar de ser capaz de los peores derrapes, como demostró la última semana en Córdoba, Elisa Carrió es, además de una protagonista principal de este tiempo, una fina analista política. Como tal, sabe medir los momentos de peligro y es ahí donde hace los mayores esfuerzos por ponerle el cuerpo a la situación. Lo hizo el año pasado, durante la interminable corrida cambiaria, cuando llegó al extremo de advertir frente a lo que consideraba movimientos desestabilizadores, que de la Casa Rosada “yo viva no salgo, y Macri tampoco”. Y estos días ha vuelto a ponerse el casco, porque sabe que es un momento extremo.
No es que acierte en sus pronósticos, está claro. Sobre todo cuando la gana el voluntarismo y termina augurando que el dólar se quedará en $23, como se lo reprochó con poco delicada ironía un pasajero que la sorprendió en el vuelo de Córdoba a Buenos Aires. Por mucho menos los kirchneristas armaron hace una semana una cacería contra otro pasajero de avión.
Pero a esta altura sabe cuando el riesgo es grande. Y no es que siempre salga a poner el pecho; cuando la Alianza se desmoronaba, se fue con malos modos. Con Cambiemos es distinto. Se siente fundadora y parte principalísima, sobreestimando tal vez su precio, pero le alcanza para percibir que este es el último tren; no habrá otro pasaje si descarrila.
El viernes, cuando por tercer día en la semana se mostró con Mario Negri haciendo campaña en Córdoba, Lilita habló más de “sostener” al Presidente que de la candidatura de su amigo. Y se refirió a Macri como “único candidato de Cambiemos para la presidencia de la Nación”, a sabiendas de los inocultables esfuerzos que desde sectores diversos realizan para que el Presidente renuncie a la reelección en favor de María Eugenia Vidal. “Hay sectores oportunistas del establishment que quieren socavar la candidatura del Presidente e imponer otra”, agregó, aclarando que en eso no tenía nada que ver la eventual beneficiaria de ese paso al costado, María Eugenia Vidal.
Pero está claro que desde muchos sectores le han “picado el boleto” al Presidente. El establishment, como dice Lilita, que le preguntó directamente el martes a la gobernadora sobre su posible candidatura, como si ella fuera a decir otra cosa que la que dijo, ratificando su postulación a la reelección y aclarando que Mauricio Macri es el único candidato presidencial de Cambiemos. No terminó de decirlo, que muchos interpretaron su expresión como una negativa “no definitiva”. Los deseos en estas circunstancias juegan un papel preponderante entre los que escuchan.
El problema del gobierno es que las medidas anunciadas en la previa de Semana Santa fueron supuestamente la última oportunidad para enderezar el rumbo del barco. Y los respingos de los mercados a partir de entonces no hicieron más que revelar un veredicto lapidario. Así las cosas, no le quedan más medidas que anunciar al Presidente.
Un cambio de gabinete es impensado. Ya hubo el año pasado una oportunidad para recomponerlo con nuevos nombres y el único que apareció fue el de Dante Sica. Por lo demás fue un achicamiento del gabinete XL original, un maquillaje inocuo. Ahora, solo dos nombres podrían representar un cambio real con sus salidas… que no se darán. Hablamos, claro, de Nicolás Dujovne y Marcos Peña. El primero es el interlocutor clave frente al Fondo Monetario, a la sazón el pulmotor del gobierno de Cambiemos desde hace un año, de ahí que no pueda esperarse una modificación de fondo a ese nivel. Y el jefe de Gabinete es los ojos y los brazos del Presidente, tal la definición de Macri, que en la intimidad ha revelado que van por Marcos Peña para después ir por él.
Es así que el Presidente no piensa cortar ninguna cabeza, y menos quiere entregar la suya. Porque aún tiene la esperanza de que no perderá un balotaje con Cristina Kirchner, y es más: se prepara para debatir con ella en octubre y noviembre.
Lo alentó el optimismo de Jaime Durán Barba, que aclaró que el número de indecisos es aún elevado, de ahí que esa encuesta de Isonomía que desató el pánico no debería haber sido tomada como definitiva.
Pero el problema -uno de ellos- es que así se imponga en un balotaje, la marca Cambiemos es en esta coyuntura un activo tan devaluado como el peso -fenómeno inversamente proporcional a lo que sucedía dos años atrás- que solo acumulará derrotas hasta noviembre. ¿Con qué fortaleza podría encarar eventualmente un segundo mandato Macri habiendo perdido en casi todos los distritos, inclusive la provincia de Buenos Aires?
A propósito: en momentos en que el gobierno tiene que descartar una y otra vez que no adelantará las elecciones, conviene recordar que si algún reaseguro tiene esta administración de terminar este año con la saga de 91 años de gobiernos no peronistas que se van antes, es que gobierna en la provincia de Buenos Aires. No era así con Alfonsín, ni con De la Rúa, cuyas salidas anticipadas se precipitaron desde el Conurbano.
Menos en San Juan, en todas las provincias donde hubo elecciones en lo que va del año Cambiemos salió tercero. Es lo más probable que suceda este domingo también en Santa Fe, un distrito de los grandes donde hace dos años se impuso. Tan grande es el deterioro.
Por eso es que desde diversos sectores, y aun gente cercana al mandatario, exploran la posibilidad de que llegado el momento se eche mano al Plan V. Algo que hoy no aceptan ni Macri ni Marcos Peña, a la sazón los que tienen la palabra definitiva. Pero hay quienes advierten en favor de Macri que un cambio de último momento podría no ser suficiente, o bien la volatilidad es tan alta que en cuestión de días también podría consumir a Vidal.
Están los que se remontan a los antecedentes y ponen el ejemplo de Raúl Alfonsín y Eduardo Angeloz, para demostrar que cuando la figura principal del modelo está desgastada, el reemplazo no puede remontar la cuesta. Lo cierto es que el gobernador cordobés confrontaba con un Carlos Menem en ascenso, que venía de ganarle una interna al favorito del PJ, y Angeloz no era tampoco la figura política de mejor imagen del país.
Los temblores cambiarios de la última semana encendieron todas las luces de alarma, máxime cuando desde el propio gobierno anticipan que habrá que acostumbrarse a la “volatilidad”. Lleva a pensar la advertencia que propios y extraños hacían el año pasado respecto de que el gobierno de Macri era el favorito para 2019, pero no podría tolerar una nueva corrida cambiaria como la de 2018. Nadie imaginaba entonces que eso pudiera volver a suceder.
La escalada del dólar, que en una semana subió 9,1%, pone en tela de juicio la posibilidad de que el “pacto de caballeros” que dio lugar al programa Precios Esenciales pueda mantenerse vigente. El proyecto electoral del gobierno no soporta otro mes de inflación superior al 4%. Y si como por arte de magia, o por ventura, la economía tendiera a estabilizarse finalmente este mes de mayo, se sabe estadísticamente que un eventual rebote demora seis meses en verificarse. Ergo, con suerte llegaría para el balotaje. Demasiado justo…
“Hoy es momento de apoyar. Vamos a ganar las elecciones y vamos a superar estos momentos”, dijo el viernes Lilita, cuya credibilidad en materia de anticipos optimistas está, por obvias razones, al menos en tela de juicio. Y el aire fresco que inspiraba otrora, hoy ya no es el que era. Sobre todo cuando se va a la banquina, como hace cada vez más seguido y repitió la última semana en días sucesivos. En Santa Fe el lunes, vinculando decididamente al socialismo con la banda narco Los Monos, en una definición que decididamente no cayó bien en el electorado local. Y mucho menos cuando al día siguiente le agradeció a Dios la muerte de quien fue tres veces gobernador de Córdoba. Máxime cuando fue el votante de De la Sota el que hizo a Macri presidente.
Del otro lado de la calle está Cristina Kirchner, que no necesita hablar para ser protagonista. No lo hizo esta semana porque está en Cuba hasta fin de mes, y si por conveniencia fuera, le sería bien útil quedarse allí hasta las elecciones, para cumplir con el fenómeno que tan bien le sienta: crece mientras no habla.
Y no hablará durante la campaña, está claro. No con los medios, al menos. No le gusta y tampoco le resultó hace dos años. Para eso ya tiene su libro, el mejor acto de campaña que se les pudiera haber ocurrido. Allí están todas las respuestas a las preguntas que todos se hacen sobre Cristina. Sin repreguntas, bien al estilo que supo imponer durante sus dos mandatos. Con explicaciones que incluso modifican sus argumentos originales, como el referido a la no entrega de los atributos presidenciales: había mostrado en 2017 cierto arrepentimiento; ahora dice que fue para evitar que representara “un acto de rendición”.