Los primeros mamíferos clonados artificialmente a partir de
animales adultos, ovejas, cerdos y monos, parecen gozar de buena
salud. Al mismo tiempo, están asustados por los fogonazos de los
fotógrafos. Con esto están pagando por su celebridad instantánea.
Pero al menos nadie les pide sus autógrafos ni les pregunta qué
piensan acerca de Madonna, el psicoanálisis o el Fondo
Monetario Internacional.
La nueva de esta hazaña de la biotécnica explotó casi con la
misma violencia que la noticia de la primera bomba nuclear, medio
siglo antes. Y suscitó esperanzas y temores parecidos. Mientras
unos imaginaron usos benéficos, otros imaginaron usos maléficos.
Lo que no es de extrañar, ya que la ambivalencia moral es
característica de la técnica, a diferencia de la ciencia básica.
Los posibles usos benéficos de la clonación artificial, una vez
que se haya perfeccionado al punto de poder aplicarla
masivamente, son obvios. En el futuro se podrán producir copias
genéticas de calabazas, melocotones, conejos y vacunos
campeones. No habrá que esperar decenios de ardua, azarosa y
costosa selección artificial para propagar lo más perfecto de
cada especie.
Pero la perfección tiene un precio elevado. Si se cultivan
solamente calabazas gigantes, que exigen mucha agua y mucho sol,
se corre el riesgo de fracasar cuando se presente una sequía o
un verano nuboso. Si se crían solamente vacas campeonas de la
misma familia, se corre el riesgo de que todas sean atacadas por
igual por gérmenes patógenos contra los cuales no están
inmunizadas, y desaparezcan.
La uniformidad genética es valiosa en circunstancias normales,
pero catastrófica en circunstancias anormales. El motivo es que
toda adaptación es circunstancial y toda perfección es parcial.
Más vale una calabaza de tamaño mediano pero resistente, que
una gigantesca pero vulnerable.
El cheetah, leopardo africano, es el cuadrúpedo más veloz del
planeta. Esto lo hace el cazador más eficiente: le basta una
carrerita para atrapar una gacela suficiente para alimentar a su
familia y, por añadidura, a una numerosa banda de hienas,
buitres y otros carroñeros. Pero esta especie de grandes gatos
tiene la enorme desventaja de poseer una gran uniformidad genética:
todos los cheetahs se parecen enormemente entre sí. Por
consiguiente, son igualmente vulnerables a gérmenes patógenos y
accidentes ambientales. Por esto, los zoólogos creen que es una
especie en vías de extinción.
La diversidad genética, no la pureza racial, es garantía de
supervivencia. (Tomen nota los racistas empeñados en la limpieza
étnica.)
La moraleja práctica es obvia: la clonación artificial debería
practicarse con mucha cautela. Debería usarse sin disminuir el número
de variedades ni, con mayor razón, el de especies. O sea,
conviene practicarla solamente para multiplicar el número de
especímenes superdotados de cada variedad o especie. En otras
palabras, habría que conservar la biodiversidad al mismo tiempo
que se multiplica el número de copias de ejemplares
superdotados.
¿Se aplica lo anterior a los seres humanos? No, y esto por
varios motivos.
Primero, la identidad genética de dos o más humanos no basta
para obtener personas idénticas. El motivo es que somos producto
no sólo de nuestra herencia, sino también de la experiencia, de
la educación y de las circunstancias.
Los gemelos univitelinos no son idénticos en todo. (...)
Por consiguiente, aun cuando se lograra clonar un ser humano
excepcional, las copias no heredarían lo que ha aprendido el
original. (Los conocimientos no están codificados en el genoma.)
Los clones recién nacidos serían infantes tan ignorantes como
cualquier hijo de vecino. Para poder llegar a los talones del
original tendrían que aprender tanto como éste. Al fin y al
cabo, se espera de nosotros que aprendamos algo más que a balar
y obedecer al pastor y a su perro ovejero.
Más aún, los clones no podrían gozar de la misma educación ni
de las mismas oportunidades y desafíos que el original. La
suerte, buena o mala, no se repite. Y nadie puede escapar al
accidente favorable o desfavorable que llamamos suerte.
Podría objetarse que, para asegurar la identidad de los clones,
se los criaría juntos y con las mismas nodrizas y maestras. Pero
entonces se formarían personas tan similares que competirían
entre sí por los mismos juguetes, las mismas golosinas y el cariño
de las mismas personas. Competirían hasta destrozarse
mutuamente.
Segundo, la identidad genética es una desventaja antes que una
ventaja cuando se hereda algún defecto genético, como la
hemofilia, o una predisposición innata, como la diabetes o la
esquizofrenia. Si no se conoce a fondo la historia familiar, no
se puede predecir con certeza las enfermedades hereditarias que
podrán padecer los mellizos o multillizos producto de la clonación.
Tercero, presumiblemente se clonaría solamente a individuos
excepcionales por algún motivo: inteligencia o fuerza física,
astucia o falta de escrúpulos, etcétera. Se trataría de
individuos de edades comprendidas entre los 30 y los 50 años.
Pero tal vez las células extraídas de estos individuos
contengan ADN gastado (con telomeros podados) y reproduzcan un número
de generaciones mucho menor que las células de un recién
nacido.
Si es así, los clones envejecerían prematuramente. De poco les
serviría el genoma sobresaliente, ni siquiera si se les
ofreciese la mejor educación y las mejores oportunidades. En
todo caso, aún no se sabe si los clones heredan la longevidad
potencial de los originales.
Peor: se sabe que los clones de ovejas y otros animales suelen
tener graves defectos, como tamaño excesivo, trastornos
circulatorios y respiratorios, disfunciones inmunitarias y
malformaciones cerebrales. ¿Qué haríamos con clones humanos
aquejados de graves defectos de nacimiento? ¿Los mataríamos
tranquilamente como a las ovejas defectuosas?
Cuarto, la clonación de seres humanos podría usarse con fines
tenebrosos. En efecto, podría clonarse a individuos poderosos,
para usar las copias como banco de órganos. Si el mandalluvias
necesita un trasplante de corazón, se le extrae el corazón a
uno de sus clones. Si luego necesita un nuevo riñón, se
sacrifica a un segundo clon. Esta perspectiva basta para prohibir
la clonación de seres humanos, como lo han hecho varios países
por diversas razones. Pero sería un error proscribir las
investigaciones básicas sobre los mecanismos de herencia y
reproducción, ya que han arrojado resultados que han enriquecido
no sólo el conocimiento, sino también la medicina, la
veterinaria y la agronomía. En particular, es un grave error
prohibir el uso de embriones para obtener células pluripotentes
(stem cells), o sea, que pueden convertirse en células
pertenecientes a órganos tan distintos como el corazón y el
cerebro. Estas células podrían usarse para reemplazar células
muertas. Por ejemplo, podrían fabricarse prótesis vivas para
reemplazar partes del cerebro muertas a causa de accidentes
vasculares.
El conocimiento no daña. Sólo puede causar gran daño el
malvado que usa conocimiento o el ignorante que se rehúsa a
averiguar antes de actuar sobre el prójimo, o que pretende
coartar la libertad de averiguar.
En resumen, en este caso, como en los demás, es menester
distinguir la ciencia básica de la técnica. Y hay que recordar
que, mientras siempre es bueno conocer, hay acciones
innecesariamente arriesgadas y otras francamente malas. En otras
palabras, la ciencia es buena pero la técnica es ambivalente.
Por lo tanto la primera merece apoyo y la segunda exige
vigilancia. En particular, estudiemos la clonación, pero no nos
clonemos."
Mario Bunge
Extraído de su libro En Cápsulas