Este fin de semana estuve en la Feria del Libro de Bragado, donde presenté mi novela “La matriarca, el barón y la sierva”. En primer lugar quiero destacar la enorme importancia cultural que tiene la Feria en Bragado y también en las localidades vecinas.
El enorme esfuerzo de quienes trabajan para que la Feria sea un éxito, este año tuvo que enfrentar una valla inesperada. Habíamos comentado las desgraciadas declaraciones de Germán Marini, jefe del bloque de concejales kirchneristas de Bragado.
Santiago Kovadloff, nuestro querido y admirado Santiago, fue calumniado, infamado y discriminado por este concejal. A mí también me dedicó un párrafo. Fiel al grupo que representa, Marini mintió.
Deliberadamente le atribuyó a Kovadloff un vínculo con la dictadura militar que fue exactamente el contrario al que él tuvo.
Santiago fue víctima de la dictadura militar, se tuvo que ir del país y es más, hizo oír su voz opositora a la dictadura, por ejemplo, desde la revista Humor, un bastión de la libertad de expresión en medio de la noche dictatorial.
Este señor, Marini, en un acto discriminatorio, se negó a que nos fuera otorgado el pergamino de visitante ilustre. Para fastidio de los fascistas, Santiago y los demás disertantes no sólo recibimos el título, sino que fuimos reivindicados por la gente de Bragado que colmó el teatro Constantino.
Para que el pasado de intolerancia, censura y persecución no se convierta en futuro, quiero compartir con vos este texto.
Esther Fainzilber era una inmigrante rusa llegada a la Argentina con apenas cinco años. Vinculada desde su juventud con diversas actividades culturales, participaba de un grupo de mujeres que se reunían a compartir lecturas en el Teatro IFT, en la calle Boulogne Sur Mer.
Fundado en el año 1932, el IFT era una de las escuelas de teatro independiente más antiguas de América Latina, una institución abierta a cualquier miembro de la sociedad, fuera o no judío, y tenía una clara orientación progresista.
Entre las diversas actividades del IFT estaban los Leienkrais, grupos de lectura integrados por mujeres que leían y comentaban libros.
En el año 1953, el teatro fue clausurado por el aparato de censura peronista con el argumento de que llevaba a cabo actividades conspirativas. A partir del cierre, los Leienkrais continuaron haciéndose de manera clandestina en las casas de los distintos miembros de cada grupo.
Esther Fainzilber, madre de dos hijos adolescentes y casada con un militante comunista, participaba de uno de estos encuentros de lectura en un departamento cercano al teatro, cuando un grupo de policías tiró la puerta abajo y detuvo a todas las mujeres.
El clima de delación imperante durante aquellos años era tal, que un vecino del edificio denunció a las mujeres por «comunistas y judías».
Esther Fainzilber fue llevada detenida a la comisaría 7º, de Lavalle y Pueyrredón. Estuvo encerrada en un calabozo durante dos días y, sin que se le concediera la asistencia de un abogado, fue trasladada al Departamento Central de Policía, donde la prontuariaron.
Permaneció detenida en una celda hasta que le dieron la noticia que nadie quería escuchar: iba a ser trasladada a la temible Sección Especial, famosa por aplicar las más crueles torturas a los disidentes políticos. Esther pudo escuchar los gritos provenientes de las celdas de tormentos.
La mujer fue llevada a los empujones frente al escritorio de un comisario. El hombre se puso de pie y con un tono intimidante, examinando sus documentos le dijo:
—Veo que ha nacido en Rusia…
Esther Fainzilber, aterrada, le explicó que hacía muchos años se había hecho ciudadana argentina. El comisario, de pronto con una voz amable, le preguntó:
—Dígame, señora Fainzilber, ¿a usted le gustan los deportes?
Desconcertada y habida cuenta de que hacía algunos años ella había practicado remo, le contestó:
—Sí, ¿por qué?…
—Porque si le gustan los deportes, la vamos a deportar.
De ahí fue llevada nuevamente a una celda, con la convicción de que habrían de regresarla a Rusia. Le dijeron que sería embarcada en el primer vapor con destino a la Unión Soviética. Imploró desesperada, ante la amenaza de no volver a ver a sus hijos ni a su marido.
Cada hora, se acercaba un oficial para decirle que pronto sería llevada al puerto. Así estuvo otros dos días en la Sección Especial, hasta que la subieron a un camión celular junto con otras mujeres.
Para su enorme alivio, le informaron que en lugar de deportarla, la llevarían presa al asilo San Miguel, en la calle Riobamba entre Lavalle y Tucumán.
El asilo era en realidad un convento donde trasladaban a las mujeres sospechadas de actividades políticas contrarias al gobierno. Ahí, por primera vez en varios días pudo recibir la visita de su esposo y sus hijos.
Esther Fainzilber permaneció privada de la libertad durante un mes en el asilo San Miguel. Al entrar en su nuevo lugar de cautiverio descubrió con asombro que la mayor parte de las detenidas eran prostitutas.
Esther Fainzilber compartía con ellas la comida, el abrigo y el dinero que le llevaba su familia y trabó una gran amistad con varias de ellas. Conozco este testimonio de primera mano porque Esther Fainzilber era la madre de mi madre.
Vaya este recuerdo a la memoria de mi abuela, Esther Fainzilber, cuya pasión por la lectura seguramente contribuyó para que yo fuera escritor. Que ese pasado nefasto no se repita.