“La violencia es el último recurso del incompetente”. Isaac Asimov
Este último 9 de Julio, se reinstauró el tradicional desfile militar que conmemora el día de la independencia. Una multitud se dio cita y acompañó a quienes marcharon por las calles de Buenos Aires. Entre las distintas armas y divisiones que desfilaron se encontraba un grupo de veteranos de Malvinas y entre ellos el siempre controversial Aldo Rico.
Fue instantánea la reacción de periodistas que bramaron ante esta situación, atribuyéndose la representatividad de “la voz del pueblo” y repudiando la presencia de quien fuese uno de los protagonistas principales de los acontecimientos de la Semana Santa de 1987.
Aldo Rico fue partícipe activo en la guerra antisubversiva de los años 70, es un defensor del accionar militar en general de aquellos años (con ciertas discrepancias), pero no por ello desconoce que existieron abusos que debían ser juzgados. Más allá de las opiniones que cada cual tenga sobre su persona, lo cierto es que no pesa sobre él ninguna acusación de violación de los derechos humanos.
Durante la guerra de Malvinas, se presentó como voluntario, creó una compañía de comandos y mostró una accionar destacado en el campo de batalla.
Ya de regreso al continente, junto a otros compañeros de armas, llevaron adelante la sublevación del año 1987 conocida como de Semana Santa. Este hecho que conmocionó a la opinión pública, fue manipulado y distorsionado por el periodismo y por ciertos ideólogos y políticos.
Pongamos en contexto los acontecimientos. Alfonsín transitaba su cuarto año de mandato con una inflación del 175% anual, con un plan Austral fracasado a pesar de las restricciones en el comercio como los controles de precios o los “acuerdos” salariales; además cargaba con el tema del juicio a los militares por los hechos de los 70 y un olvido material de los veteranos de Malvinas.
El único valor que unía a prácticamente todos los argentinos, era el del retorno a la democracia y era el que iban a explotar esa Semana Santa.
Cuando se produjo la toma de Campo de Mayo, inmediatamente la gran mayoría de los periodistas y de los políticos tanto peronistas, de izquierda o radicales (principalmente de la coordinadora), acusaron a estos militares de pretender un golpe de estado. Nada más alejado de la verdad.
El propio Alfonsín fue manipulado por la Coordinadora y en su aparición en los balcones de la Casa Rosada dijo: “saben lo que estamos arriesgando, es mucho más que un absurdo golpe de estado, estamos arriesgando sangre derramada entre hermanos”. También hablaba de “las tropas de las fuerzas armadas leales”, dejando sobreentendido que los otros eran golpistas. Mientras daba su discurso, en las pantallas de los televisores se leía la marquesina “democracia o dictadura, todo juntos argentinos en plaza de mayo”.
Alfonsín fue a pedirles la rendición a los militares acuartelados y se encontró con una situación muy diferente a la que le habían “pintado”. Los insurrectos depusieron sus armas casi en el acto y transmitieron al presidente sus inquietudes: el cese de la campaña de agresión de los medios de comunicación contra las Fuerzas Armadas, una solución política definitiva a las secuelas de la guerra contra la subversión, aumento del presupuesto para esas fuerzas, la elección de un nuevo Jefe del Estado Mayor del Ejército de entre cinco postulantes que ellos propondrían y la exculpación para todos aquellos que hubieran participado en los hechos que se estaban sucediendo.
Alfonsín comprendió inmediatamente que la democracia no había estado en riesgo, más allá de lo impropio del accionar de los acuartelados. Esto se comprueba en el discurso que dio luego de hablar con los militares: “se trata de un conjunto de hombres alguno de ellos héroes de la guerra de las Malvinas que tomaron esta posición equivocada y que han reiterado que su intención no era la de provocar un golpe de estado”.
Luego de este evento se produjo la sustitución del General Héctor Ríos Ereñú como Jefe del Estado Mayor por el General José Dante Caridi (no era de los sugeridos por los sublevados) y la promulgación de las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final.
Los acontecimientos de Semana Santa y otros dos posteriores de la misma línea, fueron sin derramamiento de sangre. ¿Esto los justifica?, de ninguna manera.
Pero si marca una diferencia muy importante en la consideración de los periodistas y políticos con respecto a lo sucedido en 1989, cuando medio centenar de integrantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP), asaltaron el Regimiento de Infantería Mecanizada 3 de La Tablada, asesinando a 7 soldados (algunos simples conscriptos), 1 policía y malhiriendo 38 soldados y 25 policías más.
Alfonsín reconoció el valor de los efectivos que enfrentaron a los guerrilleros (entre los que paradójicamente se encontraba José D'Angelo Rodríguez, ex teniente dado de baja por carapintada) y comprendió que los militantes de la izquierda extremista representaban el peligro más grande que amenazaba a la democracia.
Sin embargo, ha pasado el tiempo y año tras año se falsea lo sucedido en Semana Santa, hablando de la defensa de la democracia ante los golpistas; y se olvida lo que Alfonsín describió como “la sanguinaria y cruel acción de estos personeros de la muerte” de la guerrilla.
No pretendo examinar el comportamiento de guerrilleros y militares, unos y otros cometieron actos atroces e imperdonables. Lo que me interesa remarcar es el análisis sesgado y tergiversado de políticos y periodistas ante dos sucesos puntuales como fueron los de Semana Santa y La Tablada.
¿Tendrá algo que ver con esta miopía, la presencia en los medios de comunicación y en los gobiernos, de ideólogos y adoradores de las guerrillas de los 70 a los que bautizaron como “jóvenes idealistas”?
La violencia es despreciable venga del lado que venga y no debe ser tolerada. Pero si no queremos repetir errores del pasado y avanzar con paso firme en nuestro desarrollo como país, debemos entender y conocer nuestra historia en toda su dimensión y en todos sus aspectos.