“Mea culpa. A partir de hoy, no seré cómplice de la muerte de la palabra”. Así comienza la dramática nota editorial donde el escritor y columnista de Radio Mitre, Federico Andahazi, anuncia su “salida” de Twitter. El autor del best seller El Anatomista pasó los últimos años exponiendo en ese espacio sus ideas y una radicalizada defensa de las políticas del gobierno de Mauricio Macri pero también, con una prosa furiosa y beligerante, cruzó a todo aquel que se animase a contradecir sus argumentos o cuestionar las políticas del oficialismo. Lo mismo hizo en radio y televisión. En los últimos días recibió un aluvión de críticas e insultos en esa misma red social después de ensayar una suerte de autocrítica por la derrota de Juntos por el Cambio en el programa de Luis Majul. Entonces tomó la decisión de cerrar su cuenta.
No es la primera deserción provocada por el alto nivel de virulencia que, en ocasiones, alcanza Twitter por cuestiones políticas. Lo novedoso de la despedida publicada por el escritor es el enojo que manifiesta con la plataforma virtual: “Twitter es el nuevo coliseo romano…” “Twitter es el barro del barro…” “Twitter es la degradación de la existencia…” “Twitter es la herramienta dilecta de la grieta…” “Twitter es la advocación del fanatismo que no tiene otra bandera más que la del fanatismo. Mea culpa”, dice. La otra curiosidad es que su “mea culpa” no hace ninguna referencia a su generoso aporte a la degradación del debate político en el país. Andahazi se acomoda al chiste del fanático que sugiere matar a todos los fanáticos. Su falta de autocrítica es la que lo lleva a enojarse con la herramienta y no con la mano que la empuña.
El Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, intervino una vez en una polémica sobre las telenovelas o culebrones. Para sorpresa de muchos salió en su defensa explícitamente, comparando a ese formato televisivo con un martillo: puede ser útil para construir una casa o para romperle la cabeza a una persona, señaló. Con buenos guiones, con buenas historias, con buenos actores, la telenovela puede convertirse en un gran vehículo cultural. Cuando carece de esos atributos y los guiones son malos, los actores horribles y sólo se reproducen estereotipos sociales, el resultado es calamitoso. El problema no es la herramienta sino qué se hace con ella. Lo mismo vale para las redes sociales.
Aunque alguna vez fui objetivo central de su intolerancia no pretendo personalizar esta reflexión en el autor de Las Piadosas, imagino que no faltará oportunidad para debatir este tema con el propio Andahazi. No es el primero que se va de Twitter molesto por el griterío y los insultos. En general en este escenario virtual la mano es más rápida que el pensamiento. Lo mismo pasa en los foros. El anonimato ampara cualquier diatriba. Incluso más: hay movidas coordinadas para intimidar a actores relevantes de la vida pública cada vez que se expresan de una manera u otra. Hay un interesante estudio realizado por la sede argentina deAmnistía Internacional y sospechas de algún tipo de aval oficial a esas oleadas de vituperios.
Twitter es una red social que nació en 2006. Si bien es adolescente ya cuenta con 500 millones de usuarios que emiten 65 millones de tuits por día. Doy estos datos para que quede claro que no necesita mi defensa. Los que me conocen saben que no suelo defender a las grandes empresas. En general sus representantes tienen con qué. O, en todo caso, contratan periodistas para esa tarea. Además Twitter factura cientos de millones y cotiza en las principales bolsas de Estados Unidos. Es una tontería defenderla pero más tonto es enojarse con ella. Es cómo pelearse con Facebook porque nos desagradan los comentarios o con Instagram porque no nos gustan las fotos que se publican.
Hace unas semanas estuvo en Buenos Aires el responsable de Políticas Públicas de Twitter para América Latina, Hugo Rodríguez Nicolat. El ejecutivo mexicano llegó antes de las PASO para dejar en claro la intención de su empresa de no quedar envueltos en la campaña sucia, las noticias falsas y las movidas de los trolls. “Twitter está apalancado en la libertad de expresión por esa razón hemos creado reglas que combaten el lenguaje abusivo. La apuesta es incentivar el debate público no restringirlo”, dijo. No es una tarea fácil. Menos en un país signado por la negación del otro y la futbolización de los discursos políticos.
Pero al margen de lo que digan sus responsables, Twitter tiene herramientas que permiten bloquear, silenciar y reportar los comportamientos agresivos o violentos. Sólo hace falta utilizarlas con criterio.
Se puede participar de esta plataforma para debatir temas de interés público, difundir actividades, sugerir propuestas culturales y buscar información casi en tiempo real (resulta muy útil seguir a intelectuales, artistas, políticos y periodistas) o se puede ingresar a ella con el único objetivo de convetirla en un campo de batalla. Más en una época dónde más que pensar se busca confirmar los prejuicios.
Se trata de una decisión personal. Un acto de libertad. Los formadores de opinión tenemos una particular responsabilidad a la hora de orientar y propiciar los debates tanto en internet como en los medios tradicionales. Resulta contradictorio quejarse por las salpicaduras del barro después de descargar toneladas de lodo sobre los demás.