Hoy vamos a hablar de un tema crucial en la crianza y educación de los hijos. Quizás este sea el gran tema del cual luego se desprenden muchos otros. Le doy esta importancia porque es el eje sobre el cual se moldea la relación de los chicos con el mundo, es el marco de referencia que les damos como padres. Me refiero a los límites.
Nosotros pertenecemos a esa generación que se replanteó profundamente cómo educar a los chicos. Antes las cosas eran claras, padres y madres podían ser más o menos rígidos pero nadie cuestionaba la autoridad, y hasta la violencia física era una opción a la hora de reprimir la conducta de un chico.
Los tiempos cambiaron afortunadamente: todos sabemos que el castigo físico es dañino y tiene resultados muy negativos en la infancia, pero el tema de los límites sigue siendo controversial y angustiante para algunos padres, que no encuentran el punto justo desde donde ejercer una autoridad asertiva, constructiva y amorosa. Pongamos algunos puntos en claro.
Los primeros límites que les marcamos a los chicos desde chiquitos tienen que ver con el cuidado más elemental. Si se lleva algo peligroso a la boca o si se acerca a un enchufe, un bebé de meses escuchará “NO” y una serie de gestos y palabras para educarlo en la noción de “peligro”.
Esto es fundamental, y nadie duda ni un segundo en alejar los riesgos físicos y entrenarlo sobre cuáles son los peligros potenciales: “Dame la mano para cruzar”, “No toques a los perros en la calle”, “No podés estar solo en la bañadera”… Hasta ahí todos nos manejamos en un mar de certezas.
Las dudas empiezan a aparecer cuando tenemos que mediar en otro tipo de situaciones.
Entonces están quienes sienten que si le marcan límites al chico, que si no lo dejan explorar, medir su fuerza, probar sus recursos, relacionarse cómo le surja con los otros, probar y probarse, le estarán generando inseguridades, dependencia, reflejos de obediencia más que de seguridad y que finalmente lograrán una educación que generará chicos sumisos y dóciles con poca autoestima y escasa confianza en sí mismos.
Chicos pendientes de la norma, poco creativos y con poca audacia.
Veamos la actitud opuesta: esos padres incapaces de marcar un límite a los chicos, que los dejan hacer cualquier cosa sin darse cuenta que el hijo puede estar molestando o siendo agresivo con otros chicos, que puede inclusive estar haciendo cosas peligrosas o desaconsejadas para su edad, que puede estar trepando en una espiral de ansiedad que necesita la mirada tranquilizadora y la contención asertiva del padre o la madre… esa actitud excesivamente permisiva, puede tener también resultados no deseados.
A los chicos que no encuentran un límite justo y a tiempo les va a costar encontrar un mecanismo propio de autocontrol y autorregulación.
Pueden ser chicos autoritarios acostumbrados a que en casa las cosas son como ellos quieren, entonces la adecuación con la vida fuera del hogar, puede ser muy difícil: la adaptación a la escuela, el funcionamiento en el grupo de amigos o de deportes, todo se les hace más cuesta arriba porque el chico no fue educado para comprender límites, para respetar al otro, para escuchar.
Hay chicos que de verdad parecen pequeños dictadores domésticos que cuentan con legiones de adultos para satisfacerlo a toda hora. Salir de casa para esos chicos y confrontarse con la dura realidad puede ser un trance doloroso. La clave, por supuesto, como en todo, está en el equilibrio:
Los límites son indispensables en la educación y son una demostración de amor, de cuidado y muestran que los padres están ocupados en que el hijo se desarrolle felizmente en una sociedad y no en una burbuja. Son fundamentales para que el chico aprenda a cuidarse, a cuidar a sus pares, conozca sus posibilidades y se anime a más, se respete, respete su fuerza, pero también su vulnerabilidad, y por supuesto, que respete a los otros.
Un límite bien marcado, explicado de acuerdo con la edad y bien sostenido, refuerza la seguridad del niño y lo prepara para conocerse así mismo, para encontrar su tranquilidad, su zona de calma y hasta le da herramientas para contener a otros.
Este Federico no tiene la menor idea, como todos los que se ponen a dar consejos. A bajarlo de un hondazo. Olvidate de demostrar o actuar autoridad, todo eso es tan falso como que te hagas el amoroso o el asertivo. Nadie enseña límites sin ponerse en ridículo. Antes de ponerle límites a alguien lo mejor que podés hacer es probar que el que tiene límites sos vos. Es mucho más fácil aprender lo que son los límites de alguien que los tiene para sí mismo. La sobreestimación de la psicología y su divulgación popular han logrado que el principal objetivo sea no tener miedo a nada, y el segundo es que la culpa es sólo un sentimiento sin ninguna relación con los hechos ni con los demás. En cuanto al peligro, eso es lo menos entendido. En estos tiempos y hace unas décadas, la noción “autorizada” dirá que es peor el miedo que el peligro y que “si te tiene que tocar te toca”. Eso lo vimos hasta en los debates sobre el SIDA, sacá la cuenta Fede. La educación es un proceso que no se puede apurar. Incluso la responsabilidad a lo único que lleva cuando se apura es a la mentira para zafar. Volvemos a lo primero no pongas límites, tener y comunicar correctamente los propios límites, especialmente los de la paciencia.