A un mes de asumir como presidente, Alberto Fernández busca dar un envión definitivo a su próximo Gobierno haciendo un delicado equilibrio entre el fortalecido Grupo de Puebla, y el inicio de contactos con el FMI y los fondos de inversión, para refinanciar una voluminosa deuda que deja a la Argentina al borde de su noveno default soberano. En el plano interno repitió con la CGT la estrategia aplicada antes con los gobernadores peronistas, una versión renovada del "todos unidos triunfaremos".
A nivel internacional, nos descuida la relación con los Estados Unidos y el FMI, ya que luego de la llamada recibida de Donald Trump, envió a Guillermo Nielsen a tantear las posibilidades técnicas de llegar a un acuerdo de refinanciación de deuda que permita postergar los exigentes vencimientos que vienen.
Antes de la reunión de Nielsen con el director para el Hemisferio Occidental del Fondo Monetario, Alejandro Werner, Fernández ratificó en México que la Argentina "no está en condiciones de pagar la deuda" por sus delicada coyuntura económica.
Convencido de que será difícil disipar los fuertes nubarrones que se ciernen sobre la Argentina, el futuro mandatario no descuida el frente europeo, que también talla en las decisiones del Fondo, pero sobre todo en el acuerdo alcanzado con el Mercosur.
Habló con el francés Emmanuel Macron y entraron en sintonía rápido, porque ambos recelan del acuerdo firmado por el gobierno de Mauricio Macri con el viejo continente.
Fernández porque considera que la relación comercial con el mundo debe construirse sobre la base de analizar el impacto sector por sector que puede tener sobre el empleo y las pymes.
Macron porque está fuertemente tironeado por los subsidiados agricultores franceses, que buscarán evitar que una potencia agropecuaria como la Argentina tenga el camino allanado para entrar a Europa.
El futuro presidente argentino podría recalar en París en la segunda quince de noviembre, porque quiere estar en Buenos Aires la semana anterior a la asunción para terminar de definir un Gabinete donde ya tendría más casilleros llenos de los que parece.
Con la casi certeza de que Santiago Cafiero será jefe de Gabinete, Felipe Solá o Jorge Argüello canciller, Matías Kulfas ministro de Economía -con Nielsen a cargo de renegociar la deuda-, los puestos se irían ocupando.
Claudio Moroni suena cada vez más para Producción y Trabajo - con Agroindustria incluido- o, tal vez, en la AFIP, si es que finalmente se convierte en hecho la promesa de que la CGT "será parte del Gobierno".
Si eso ocurre habrá que observar las imágenes del acto que Fernández encabezó en la CGT, donde quedó clara su cercanía con Héctor Daer, el jefe del gremio de la Sanidad que pivoteó los destinos de la central obrera durante el macrismo.
Daer tiene muy bueno diálogo con el sector empresarial, a tal punto que participó del último Coloquio de IDEA en Mar del Plata y habló en el panel inaugural.
Decidido a lanzar en los primeros cien días de Gobierno un ambicioso plan de construcción, en el que ya se trabaja con la cámara del sector, Fernández creará el Ministerio de Vivienda, Hábitat y Medioambiente, al frente del cual quedará María Eugenia Bielsa.
Otro ministerio nuevo será el vinculado con cuestiones de Igualdad de Género, donde podrían recalar Malena Galmarini, Victoria Donda o Dora Barrancos.
Si bien las dos primeras tienen más volumen político, Fernández tiene un gran respeto por Barrancos, la investigadora del Conicet que en mayo último dio un portazo en protesta por la reducción presupuesto en el organismo.
Al día siguiente del triunfo de Fernández, un afiche sobre el Conicet se vio en las calles porteñas: "Ahora el país es de Todos", decía. Nadie se lo adjudicó oficialmente.
Para Desarrollo Social hay número puesto: Daniel Arroyo, quien viene fatigando el tema desde hace 15 años, deberá llevar las riendas del que será uno de los ministerios más importantes, al menos en el arranque de la gestión, por la delicada relación con las organizaciones que administran planes sociales.
Fernández tendrá "mecha corta", advirtió Juan Grabois, uno de los dirigentes más controversiales del espacio, en alusión a que esperan definiciones rápidas y, por supuestos, más planes sociales.
¿Podrá Arroyo lograr el viejo objetivo de ir convirtiendo esos planes en empleo? Sería un logro espectacular para un problema que la Argentina lleva sin resolver desde la crisis del 2001/2002.
Para el Banco Central, Fernández necesitará a alguien con vasta experiencia en cepo cambiario, una medida que se mantendrá y por largo plazo, como ya el propio presidente electo lo anticipó con su aclaración de que "el 10 de diciembre cambia el Gobierno, no la realidad económica".
Quien tiene la mayor experiencia es Mercedes Marcó del Pont, sobrina del fundador del desarrollismo, Rogelio Frigerio, educada en la Universidad de Yale y a quien le tocó conducir el BCRA entre los calientes años de 2010 y 2013.
La leyenda cuenta que a principios de 2011 Marcó del Pont le anticipó a la entonces presidenta Cristina Kirchner que era insostenible a mediano plazo la estrategia cambiaria.
La jefa de Estado decidió esperar hasta ser electa con el 54% de los votos en noviembre de ese año, y enseguida instauró las restricciones al tipo de cambio, que Macri se dio el gusto de levantar al día siguiente de asumir, pero terminó volviendo a aplicar para llegar con mínimo oxígeno al traspaso de mando.
El resto es historia, que según sostuvo Carlos Marx en el "18 Brumario de Napoleón...", primero se repite como tragedia, y luego como farsa.
Habrá que ver si Fernández logra evitar cualquier de esas opciones temerarias, que han resistido como frase el paso del tiempo, y torcer finalmente el rumbo maldito de la Argentina. José Calero