La transversalidad fue un elemento al que echó mano “el kirchnerismo de Néstor” -como suele ahora diferenciarse a la era K-, a instancias del hoy presidente electo. Difícilmente se exagere aventurando que en esa experiencia el entonces jefe de Gabinete tuvo un papel central, y previsiblemente hoy intente replicarla en la medida de lo posible. En ese sentido quisiera que la foto que se tomó el viernes con Ricardo Alfonsín sea un llamador para el futuro.
Quienes también fueron centrales en esa experiencia breve pero notoria son los que hoy reclaman -sin mayor éxito- un rol protagónico en la alianza que en breve pasará a ser la principal oposición, pero al recordar ese tiempo remarcan en qué momento terminó lo que definen como un espejismo al que fueron convocados. No fue con la guerra con el campo, sino cuando el presidente Kirchner se abrazó con el gobernador Gildo Insfrán. Ahí tuvieron conciencia de que el espacio progresista al que habían sido llevados no era tal, y que el peronismo más temprano que tarde volvería a sus fuentes.
El inoxidable gobernador formoseño vuelve a ser protagonista hoy, cuando el futuro gobierno refuerza su alianza con quien lleva 24 años en el poder de su provincia y encara su séptimo mandato. Insfrán ocupó un lugar central en el recinto de la Cámara alta el miércoles pasado, cuando juraron los nuevos senadores y su comprovinciano José Mayans estrenó el traje de jefe del futuro bloque oficialista. Producto del acuerdo alcanzado por su jefe con la futura titular del cuerpo, Cristina Fernández de Kirchner.
Si bien aún es senadora -la licencia que pidió esa misma tarde es a partir del 10 de diciembre-, la vicepresidente electa no estuvo, aunque su presencia se advierte más allá de que esté o no: por si alguno tenía dudas, ha quedado claro estos días que ella gobernará el Poder Legislativo con mano firme; esto es, más allá de los límites del Senado que conducirá.
Se le reconocen los pasos dados a partir de la victoria del 27 de octubre para digitar todo el eje de poder que mandará en el Congreso a partir del 10 de diciembre, como así también su influencia trasciende esos límites. La expresidenta sorprende aun repitiendo esquemas. En 2011 nombró presidenta provisional del Senado a Beatriz Rojkés, esposa de uno de los gobernadores con los que cultivaba mejor relación, el hoy caído en desgracia José Alperovich. Ahora, cuando todos pensaban en un kirchnerista puro para la línea sucesoria -Oscar Parrilli o Anabel Fernández Sagasti, se decía-, se inclinó por otra esposa de gobernador, Claudia Ledesma Abdala de Zamora, consorte del santiagueño Gerardo Zamora, quien además fue el último presidente provisional de la pasada gestión K.
Zamora es un influyente gobernador, ganador por el 75% y dueño de una cantidad de votos de la que ningún otro colega puede hacer gala: los tres senadores de su provincia le responden, y tiene además un bloque de siete diputados nacionales. Algunos creen que son seis, pero tienen uno más, pues el que ingresó este año a través del Frente de Todos reporta al Frente Cívico por Santiago. El acuerdo global alcanzado con Cristina incluye no solo sumar a los senadores de su bloque a uno oficialista unificado a partir de ahora, pues eso ya había sucedido allí antes, sino que la experiencia se replicaría en Diputados, donde Cristina quiere que su hijo mande también en un bloque unificado y grande.
Aunque todavía no está la aceptación definitiva de santiagueños y misioneros, aspira a asegurarse con esa decena de diputados ser allí primera minoría, pues eso le alcanza para desbancar a un bloque de Juntos por el Cambio que también comienza a sufrir resquebrajamientos, producto en este caso de la ingratitud que genera el llano, y un mal manejo del PRO que insiste en priorizar sin mayor debate para los cargos de conducción a la dirigencia porteña. Espejo del pasado reciente, cuando en 2015 ganó Cambiemos, ese oficialismo tampoco era inicialmente primera minoría, condición que alcanzó a partir de una ruptura del bloque FpV-PJ, generada precisamente por el fastidio de los diputados del interior que se cansaron de ser soslayados.
La tarea de orfebrería con la que el kirchnerismo trabaja en el Senado incluye las comisiones. Las principales quedarán obviamente en manos del nuevo oficialismo, pero las claves serán manejadas por cristinistas puros. Por eso es que al final Cristina no puso a nadie propio en el segundo escalón de la sucesión presidencial, pues los prefiere en comisiones como Acuerdos -la que designa los integrantes del Poder Judicial, que quedaría en manos de Anabel Fernández Sagasti-, y Asuntos Constitucionales -irá María de los Angeles Sacnun, también cercana a La Cámpora-. En Presupuesto -para donde sonaba Alperovich- Cristina quiere poner a Carlos Caserio, aunque no porque le responda, sino porque para que se quede en el Senado le tienen que dar algo importante. Y no es que quien no lo quería presidiendo el bloque del Senado ahora lo valore, sino que si va de ministro, lo sucedería alguien que responde al gobernador Schiaretti y por lo tanto el Frente de Todos perdería un miembro. Nada se deja librado al azar.
Ni siquiera el manejo administrativo, que quedó por completo en manos de integrantes de La Cámpora. Como secretaria administrativa puso a la exdiputada nacional pampeana María Luz Alonso, que al jurar lo hizo “por Cristina Kirchner”; y detrás de ella a Mariano Ramiro Cabral, secretario de Cristina Kirchner. Secretario parlamentario será el exsenador ultra K Marcelo Fuentes.
Los que están fastidiosos son los gobernadores más cercanos a Alberto Fernández. En rigor, el presidente electo no veía con malos ojos que el oficialismo se manejara como interbloque, manteniendo su identidad el bloque Justicialista que responde a los gobernadores. Algo que también sugería el presidente del bloque de Diputados saliente, Agustín Rossi, para quien sería más fácil administrar una bancada de esas características, en donde legisladores tan disímiles tuvieran mayor margen de acción, mas votaran todos juntos. Pero prevaleció el deseo de CFK.
Hasta ahora los gobernadores más alineados con el presidente electo fueron postergados por el propio Fernández. Tironeado por su vice, ha tenido que resignar uno tras otro cargos prometidos a sus aliados, y en ese marco los gobernadores más afines han perdido espacio. El caso principal es el del tucumano Juan Manzur, ganador con amplitud en octubre, pero que está pagando la osadía de haber dicho en septiembre que “el peronismo tiene jefe y se llama Alberto Fernández”. Se imaginaba entonces liderando una liga de gobernadores en la que se apoyara el nuevo mandatario para resistir embates desde el kirchnerismo. El primero en sufrir en carne propia el poder de veto de Cristina fue el diputado Pablo Yedlin -hombre de Manzur-, quien era número puesto para el Ministerio de Salud, cargo que ahora ostentará Ginés González.
Esos gobernadores en los que Alberto Fernández iba a recostarse para equilibrar poder ven que son soslayados. Al citado Manzur se le debe sumar el entrerriano Gustavo Bordet, que paga el precio de haber perdido la elección el 27 de octubre; el sanjuanino Sergio Uñac ganó, pero no le va mejor; sobre Perotti dicen que pondrán a María Eugenia Bielsa en Vivienda, pero ella no responde al gobernador electo.
Por el contrario, el peronismo duro de Gildo Insfrán recibe reconocimientos, y gente que no es de origen peronista siquiera son encumbrados como autoridades del Senado: Gerardo Zamora a través de su mujer, presidenta provisional; y el misionero Maurice Closs, elegido vicepresidente primero del Senado. Los dos de origen radical, para despecho de los peronistas afines.
El chaqueño Domingo Peppo debió bajar su candidatura a gobernador a pedido de los Fernández, pues Cristina privilegiaba a Jorge Capitanich. Le prometieron la embajada de Paraguay, que aceptó a regañadientes y ahora ni siquiera la tiene asegurada. Dos diputados que le responden, Elda Pértile y Juan Mosqueda, podrían no integrarse al bloque que liderará Máximo Kirchner, y están en tratativas con Graciela Camaño, que manejará el interbloque bisagra de Consenso Federal. A cuyo mentor, Roberto Lavagna, Alberto Fernández insiste en sumar de algún modo a su gobierno. Ya se sabe que el exministro es difícil de convencer.
El poder que viene mostrando Cristina desde su supuesto “segundo plano” es enorme y va más allá de las bolillas negras que saca alternativamente: ha puesto y pondrá gente afín en todo el equipo que Alberto F. anunciará el viernes que viene.