Bastó que chocaran contra las primeras evidencias de que no todo se va a acomodar a sus deseos para que mostraran su peor faceta. Una que ya les conocíamos suficientemente bien como para que se justifique decir que su actitud nos toma por sorpresa. ¡Vamos! ¿Qué esperaban?
Lo que asombra en todo caso es la velocidad con que el nuevo gobierno está metiéndose en problemas extra y complicándose la vida, como si lo necesitara, dada la enorme cantidad de problemas inescapables que le van a caer encima desde el primer día en funciones.
Cristina volvió a dar uno de sus típicos discursos para la audiencia de acólitos fanatizados que siempre la acompaña y ella siempre tiene muy presente en su cabeza. Una diatriba como las que solía dar en los patios interiores de la Rosada hasta 2015. Pero sentada en el banquillo de los acusados de Comodoro Py. Y no es lo mismo.
Una pena que a ninguno de los jueces que la escuchaba se le ocurriera interrumpirla para recordárselo. Pero en cualquier caso el desajuste entre sus palabras y su actitud y la obligación de dar explicaciones fue patente. Y reveló el enorme, desmesurado esfuerzo que está haciendo, y va a tener que seguir haciendo, para que su autoridad política la disculpe de sus delitos. ¿Le va a alcanzar para desarmar las causas y borrar las pruebas?
Con “la historia me absolverá” es claro que no va a alcanzar. Tampoco con el machacón contraataque del lawfare, por más aval del santo padre que tenga esa idea. Ni siquiera alcanza con su pretensión de sumar a todo el peronismo, incluido el futuro presidente, al listado de supuestas víctimas de la supuesta persecución en su contra. Lo único que puede lograr haciéndolo es hundir al nuevo gobierno con el lastre del pasado, someterlo al calvario de tener que revisar y justificar una y otra vez los 12 años de latrocinio que los peronistas quisieron dejar atrás en los últimos 4, y no pudieron.
Así lo entendió el propio Alberto, que salió a aplaudir su alegato y festejar que lo involucrara. Si se hubiera detenido a pensar las veces que va a tener que hacer lo mismo a lo largo de su mandato no se hubiera mostrado tan entusiasta. Flaco favor le han hecho ambos a una administración que aún ni empezó. Que empieza a compensar el gran favor que le hizo Cristina a Alberto, y al resto de los peronistas, al correrse de la candidatura presidencial. Con lo cual revela el costado desde el principio comprometedor de esa operación: lo que Cristina organizó fue suficiente para ganar, pero no es suficiente para dejar que otros gobiernen libres de su herencia; y como nadie está en condiciones de resolver este dilema van a cargar con él por un buen tiempo.
Como si hiciera falta, el propio Alberto sumó más lastre de su propia cosecha. En su afán de convertir su ascenso al poder en un revival del 2003 se dedicó a maltratar a un periodista con los modos que usaban él y Néstor en aquellos tiempos. No parece advertir que lo malo que ellos hicieron entonces sí puede reflotarse, le va a resultar bastante fácil en verdad hacerlo porque lo lleva en la sangre, mientras que lo bueno es por completo inalcanzable, porque no hay de dónde sacar la plata que haría falta, y sin esto sus gestos patoteriles no van a ser digeribles siquiera para los que en principio estaban dispuestos a verlo como un innovador, un moderado, un “liberal progresista”.
Cada día que pasa está más a la vista qué es lo que vuelve. Y se van debilitando los motivos para pensar que será mejor que lo que se fue en 2015. Con cuatro años de avances judiciales y penurias económicas en el ínterin, con una dirigencia peronista y kirchnerista que solo se puso de acuerdo en ocupar el vacío que dejaba el declive de Macri, sin una sola idea sensata y compartida de qué irían a hacer una vez que ocuparan su lugar, la Argentina parece haber comprado un boleto para volver al tren fantasma, y estar a punto de darse cuenta que ya estuvo suficientes veces ahí, y en el mejor de los casos, va a perder el tiempo.