Los primeros destellos de Alberto Fernández tanto en el discurso del Congreso como en algunas declaraciones, muestran que existen opiniones encontradas. La política de crecimiento económico choca contra la necesidad de regularizar la deuda.
La razón es muy simple. La Argentina no tiene ahorro interno y por lo tanto no cuenta con mercado de capitales que le permita financiar proyectos de inversión.
Dependemos del ahorro externo y del capital extranjero para ampliar la oferta de bienes y servicios, y para acceder a ese capital es necesario regularizar la deuda.
De todas formas, cualquier intento de azuzar la demanda vía una indiscriminada inyección de fondos durará muy poco y provocará una espiralización de la inflación.
No se pueden anunciar gastos y un festival de distribución de recursos cuando el mismo presidente anuncia que el país está al borde del default.
La otra señal que partió desde la Casa Rosada fue la opinión del flamante ministro de Cultura, Tristán Bauer, quien expresó que su gobierno va a eliminar la meritocracia.
La opinión cayó como un baldazo de agua fría sobre una población que cimentó su desarrollo a partir de la capacidad y el esfuerzo.
Si esto es así, la productividad general de la economía se despeñará y con ello, la economía padecerá ineficiencias y se hará muy poco atractiva.
Pero esto conlleva algo más en sí misma. Sin meritocracia, los mejores recursos de la sociedad se irán del país y la Argentina se quedará con los mediocres.
Hay que ser muy cuidadosos cuando se hacen declaraciones, no se pueden admitir semejantes señales apenas minutos después de haber asumido.