“Los políticos se preocupan mucho más de la seguridad de sus puestos que de la seguridad de su país”. Thomas Macaulay
El lenguaje se ha convertido en el arma con el que se desvirtúan los conceptos y se esclaviza a las personas del modo más perverso y efectivo. Por medio de la palabra, sus adeptos nos aseguran que la realidad no es un hecho objetivo, sino que es una construcción social que se corresponde con lo que ellos relatan, y que los responsables de que las cosas no sean como “deben ser” es nuestra por rechazar el relato. Esta es la retorcida pos-verdad, y te afecta más de lo que imaginás, te afecta incluso en lo cotidiano.
Te pregunto, los argentinos ¿estamos transitando grandes catástrofes naturales como inundaciones, terremotos o sequias? ¿Acaso estamos en medio de una guerra, de violentos enfrentamientos raciales o religiosos, o de ataques continuos del terrorismo? ¿O quizás somos un desierto sin riquezas naturales ni posibilidades de desarrollo?
En realidad, por suerte, no tenemos ninguno de estos problemas. Entonces, ¿por qué estamos tan mal? Simple, porque tenemos “una mochila” que nos pesa demasiado y que no nos deja avanzar. Esa mochila son el estado y los gusanos que lo manejan (los políticos).
El Estado y sobre todo los políticos que lo colonizaron, son quienes verdaderamente están en crisis. Es a ellos a quienes “no les cierran los números”. Nuestro problema es que los polititruchos nos han parasitado y viven chupándonos la sangre (dinero); nuestro problema es que no los tratamos como hay que tratar a los parásitos.
La emergencia no es sólo económica. Aunque esta sea la más urgente, no es la más grave. Incluso me atrevo a decir que lo económico es consecuencia de las otras emergencias que padece en Estado; las que son causadas por estar infectado de inútiles, mentirosos, vagos, demagogos, tiranos y delincuentes. Veamos algunos casos recientes.
A) La diputada Mirta Tundis (del Frente de Todos), al hablar sobre los jubilados, se “quebró” y lloró emocionada mientras confesaba: “yo no sé cómo ayudarlos”. La pregunta de rigor es: ¿para qué carajo se postuló si no sabe qué hacer?
No sean mal pensados, no es por el sueldo ni por la posibilidad de acomodar a la familia en lugares como el PAMI. Esta confesión demuestra que para ser funcionario público, no alcanza con “sentimientos” y “voluntarismo”, se trata de saber qué hacer, de tener la capacidad técnica e intelectual necesaria y además, de tener el coraje para hacer lo que hay que hacer sin importar el costo político.
B) La Vicepresidente Cristina Fernández, corrigió al senador José Mayans como si se tratara de un chico de primer grado, luego de que este le llamase presidente y no presidenta.
Insisto, no sean mal pensados, no es que el senador sea sumiso (casi pongo lame-botas; eso sí, botas muy caras), tampoco es que sea un cobarde (casi pongo cagón) incapaz de sostener y defender su posición, aún en un tema que parecería no tener importancia (aunque si la tiene).
Esta anécdota, además de dejar en evidencia lo patético que son estos lacayos, muestra lo déspota que resulta ser Cristina (vaya novedad). Su falta de respeto hacia la libertad de expresión y su terrible agresividad al incluir al senador dentro del demoníaco y misógino “discurso machista”.
Pero lo verdaderamente grave, ¡es que no tiene razón! Su ninguneada demuestra o bien, una ignorancia supina del idioma (algo improbable), o bien una posición despótica que busca imponer, a través de la manipulación del lenguaje, una ideología extremista. El sufijo ente (significa: que ejecuta la acción expresada por la base) es un participio activo, por ello presidente es el que preside, sin importar sexo, raza, credo o de que cuadro de futbol es hincha.
C) El Senador Caserio (del Frente de Todos) nos explicó cuál es el problema de la Argentina: “La macroeconomía es simple. O usted imprime plata. O trata de solucionar entre las posibilidades que tiene” y agregó: “usted tiene dos modos: o genera recursos (impuestos), o tiene importaciones o de lo contrario toma créditos”.
Ante la pregunta de la periodista acerca de “cuándo viene el esfuerzo de la clase política”, este “señor” contestó: “no me parece serio. Yo trabajo para venir acá, no es que me regalan el sueldo. Me parece que hablar del esfuerzo de la clase política es no entender al Estado. La clase política no es un elemento fundacional o productivo del país, como la clase sindical, como la clase empresarial” y SIN PONERSE COLORADO concluyó “la clase política no es la que hace esfuerzos, la clase política dicta normas y gobierna del modo que le parece que es el más adecuado”.
¿Siguen siendo mal pensados?, ¿acaso dudan de la sinceridad del senador cuando dijo que hacer un esfuerzo puede ser “un problema, pero es el único modo”?
Sólo diré dos cosas de estas definiciones que brindan muchísimo material. Primero reconoce el problema del déficit, pero ni se le cruza por la cabeza bajar el gasto, ¿gastar menos?, ¿estás loco?; todas las opciones que nombra son cómo sacarnos más plata. Luego mete en la misma bolsa a polititruchos, empresaurios y sindicalistas, la trilogía que nos tiene esclavizados (Espert, cobrale copyright), una verdadera asociación ilícita.
D) Como frutilla del postre, la ley “solidaria” excluye del manotazo a las jubilaciones, a las de los ex presidentes y vicepresidentes, a los miembros de la Suprema Corte, a jueces y funcionarios judiciales, y a los legisladores. ¡¿Qué tal?!
Es insultante que la casta político-judicial se auto-promulguen privilegios inadmisibles, tales como lo son las excepciones en el congelamiento de las jubilaciones (si, por más que Alberto de un par de sumas fijas, lo cierto es que le robaron a nuestros mayores). En la Argentina de hoy no somos iguales ante la ley, los políticos sepultaron los logros de la Asamblea del año XIII y se definieron como la nueva aristocracia nacional, con títulos y privilegios de nobleza y todo.
Pero lo verdaderamente nauseabundo, fueron las chicanas con las que el Diputado Darío Martínez, “escondía” a sus pares el texto del artículo en el que se evidenciaba la estafa de estos sátrapas (una suerte de “fueros” económicos).
¿Qué sigue? Quizás avanzar con la agenda del postmodernismo y seguir destruyendo los logros de la Asamblea del Año XIII, tales como la libertad de imprenta y la abolición de la inquisición.
Estemos atentos, el dios pagano de los populistas no admite voces disidentes y como un inquisidor moderno, condenará a la hoguera de la calumnia y la difamación en las redes, a todo hereje que se atreva a reclamar el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad privada, y vomitará sus pestilencias sobre los que exijan ser iguales ante la ley y no iguales mediante la ley.