Este es el estribillo de un famoso tema de Creedence Clearwater Revival. Y es que cuando uno se mete en la política bonaerense, pareciera que debe prestar atención a lo que cantaba John Fogerty.
Comentaba hace unos meses un ex funcionario del gobierno de Scioli sobre lo dificultoso de gobernar la provincia más grande del país: “Vos asumís, viene Baradel y te dice ‘tenemos que hablar´. A partir de ahí, cuando cerrás la paritaria docente, que es el 35 % del presupuesto provincial, arrastra al resto de los gremios públicos, y te quedaste sin plata, y tenés que llamar al gobierno nacional para que te de algo para hacer obras. Y además tenés el quilombo de la policía”.
En esa provincia asumió hace 3 semanas Axel Kicillof, quien nunca había encabezado un espacio político propio, y que saltó al candelero hace 8 años cuando Cristina lo designó secretario de Política Económica (el ministro era Lorenzino), y dos años después pasó a ocupar el rol de ministro.
Con ese bagaje, rodeado de un grupo reducido de allegados que ya lo habían acompañado en el ministerio de economía nacional, encaró una reforma fiscal que por ahora está trabada en la Legislatura Provincial. Será cuestión de negociar, aflojar en algunos puntos, y la ley saldrá aprobada. Hasta ahí una anécdota más de la política. Pero lo más interesante es cómo funciona el experimento Kicillof.
En primer lugar, como se apuntaba recién, decidió aislarse del establishment político provincial. Eso puede ser positivo o negativo, dependiendo de con cuánta potencia política se llega y cuánta autonomía de vuelo se posee. No parece ser este el caso del nuevo gobernador, quien llega impuesto por el fuerte liderazgo de la ex presidenta.
Kicillof decidió no darles espacios a los intendentes (sobre todo los del GBA), ni a Sergio Massa (con quien estaba en negociaciones avanzadas). Los primeros se quejan de que no les atiende el teléfono (y muestran pruebas de las pantallas de sus respectivos celulares). El hombre de Tigre ordenó a su tropa que nadie acepte un cargo en su gabinete ante la falta de cumplimiento de pre acuerdos. Para alguien que llega como un socio minoritario de una sociedad anónima grande, el aislamiento suena riesgoso.
Pero ahí no termina todo. En el mundillo político poco informado se da por supuesto que el nuevo mandatario provincial pertenece a La Cámpora. Error: nunca militó en esas filas, si bien siempre hubo afecto societatis. Las diferencias de criterio aparecieron ya durante la campaña. De a ratos Kicillof y el jefe de la agrupación juvenil kirchnerista tuvieron encontronazos y el teléfono cortado. Esos conflictos lejos de desaparecer se incrementaron con el armado del gabinete. Máximo Kirchner le manifestó a su madre algún desconcierto para la poca generosidad del elegido para con sus huestes. Vale apuntar que “los chicos crecen”: ya no son los inexpertos de 2015, comprenden mejor la complejidad de la política bonaerense por haber hecho “la colimba”, como se dice habitualmente.
En segundo lugar, como derivación del aislamiento, lógicamente se impuso una actitud de poca flexibilidad para negociar cambios en la ley que envió al senado provincial. Esto se refleja en su poca capacidad de diálogo con personajes que fuman abajo del agua, y que siempre están dispuestos a entrar en razones, si las razones son valiosas.
En tercer término, luce descoordinado del gobierno nacional. Si la administración Alberto aplica un ajuste, la provincia no puede superponer el suyo sin manejar las mismas coordenadas que el presidente (a quien tarde o temprano tendrá que ir a pedirle fondos para tener un poco de oxígeno). De esa falta de tacto político se quejan en la Casa Rosada.
Moraleja: cuando se inicia un viaje, mejor comprarse una guía experta sobre el lugar que se va a visitar. Las recomendaciones sobre dónde comer, dónde alojarse o dónde acampar, o los lugares por visitar ahorran tiempo y dinero. Salvo que uno piense que ninguna guía sirve, y que comenzará a escribir una nueva desde cero.