Vamos a decirlo bien claramente, creo que una de las preguntas centrales que debemos hacernos es el por qué en Latinoamérica no hemos sido capaces de afianzar instituciones democráticas fuertes, de largo alcance, frente a tantos desafíos de tantas satrapías, de tenebrosas dictaduras, que aún asolan nuestro continente.
Luego de un corto período de optimismo, en que triunfaran gobiernos de corte democrático, pero políticamente pusilánimes, hoy, nuevamente asistimos a un panorama de incertidumbres con el triunfo de gobiernos de corte socialista, marxistas con rasgos autoritarios, que representan un retroceso en el camino de la democratización y del triunfo del libre mercado, esenciales para sacar finalmente de la pobreza a tantos pobladores de nuestro sufrido continente.
En el México de López Obrador y en la Argentina kirchnerista de hoy, vemos que se han contaminado con el virus del Socialismo del Siglo 21, fracasado en todos sus intentos anteriores, como lo hemos podido ver en Cuba, Venezuela, Nicaragua y hasta hace poco en la Bolivia de Evo Morales.
Hay varios factores que han colaborado a este retroceso político, entre ellos la enorme corrupción existente en varios de nuestros países, resultado muchas veces de haber caído en las garras del narcotráfico internacional. Se suman a ello las acciones cubiertas y encubiertas del Foro de San Pablo, que tendrá su próximo encuentro el día 22 de enero en Caracas, bajo el ya significativo lema de “Gran encuentro mundial de movimientos políticos, sociales y liderazgos del Foro de San Pablo ampliado”, donde se diseñarán los planes de desestabilización, de vandalismos, de sabotajes, de convulsiones sociales de los próximos meses, en contra de los valores democráticos de un continente.
En la última reunión del Foro, también en Caracas, en julio del año pasado, se planificaron las criminales protestas sufridas en Ecuador, Chile y Colombia. Y Maduro lo reconoció “el plan va perfecto, Uds. me entienden.”
Mencionemos también las políticas desestabilizadoras del denominado Grupo de Puebla, también un instrumento combativo del Castro-Chavismo, que pretende liderar Alberto Fernández; y no olvidemos la política marcadamente populista del Papa Bergoglio, que descaradamente da apoyo a gobiernos antidemocráticos, y que ha hecho la situación política actual aún más compleja. Y no olvidemos las actitudes de Bergoglio proclamando repetidamente su frase “cuiden a Cristina”, desconociendo el carácter corrupto y ladrón de su gobierno, aceptando con una sonrisa cómplice, durante una visita a Bolivia, de manos de Evo Morales el regalo de un crucifijo engarzado con una hoz y martillo. Bergoglio para colmo protege en el Banco Vaticano millones y millones de Euros de tantos sátrapas y delincuentes latinoamericanos.
Y como si fueran pocos los peligros que enfrentan actualmente nuestras democracias, ha aparecido uno nuevo en estos últimos días, el triunfo en España del socialismo de Pedro Sánchez, acompañado por su vicepresidente, el marxista bolivariano Pablo Iglesias del partido Podemos, hijo predilecto del chavismo venezolano que lo ha financiado desde el inicio de su carrera política. La conexión de Podemos con Venezuela es estrecha, y así lo ha demostrado en diciembre pasado un juzgado de Madrid que comprobó que Iglesias recibió un depósito de 272.000 dólares del gobierno de Maduro a una cuenta offshore, radicada en San Vicente y las Granadinas, por supuestas asesorías.
Y este depósito es tan sólo la punta de un iceberg de dineros del narcotráfico internacional para Iglesias provenientes no sólo de Venezuela sino también del Narcoestado boliviano de Evo Morales. Obviamente el nuevo gobierno español se está alineando detrás de gobiernos de tinte marxista-socialista en nuestro continente.
Esta malaise política que estamos sufriendo, tiene sin embargo un claro origen. Es producto ante todo de una sistemática batalla cultural que está ejerciendo en el mundo, y no sólo en nuestro continente sino también en los EE.UU y Europa, el llamado “marxismo cultural”, gran aliado del socialismo, que lucha en guerra abierta contra los valores de nuestro mundo occidental, vanguardia de los derechos humanos, de sistemas republicanos, del libre mercado y de libertades individuales, tales como las conocemos hoy en día. Las raíces de esta guerra ideológica debemos buscarla en sus fundadores y propagadores, como lo son Antonio Gramsci, Herbert Marcuse, Adorno y la llamada Escuela de Frankfurt. Estos ideólogos marxistas al comprobar su fracaso acudieron a la estrategia de dar una batalla cultural a través de las instituciones democráticas, tratando de destruir los valores claves, los pilares de nuestra libertad, de nuestra rica tradición judeo-cristiana, base de nuestras instituciones republicanas. Es justamente esta ideología la que explicaría los últimos levantamientos, insurrecciones que presenciamos tanto en Chile como en Ecuador y Colombia.
Ya lo había anunciado el siglo pasado el ideólogo marxista italiano Antonio Gramsci: “Hay que destruir la cultura hegemónica del capitalismo.”
Y si bien es cierto que las teorías económicas de Marx han fracasado, las batallas del Marxismo Cultural parecen actualmente estar triunfando. Es increíble presenciar la ignorancia histórica de estos peligrosos conceptos que van inundando nuestras sociedades, en especial a las nuevas generaciones, manipuladas por muchos medios de comunicación y por muchos profesores universitarios, que hacen que vastos sectores de la población no entiendan bien el significado histórico de conceptos como el socialismo y el marxismo, y esto tanto en los EE.UU. como en Europa o Latinoamérica. Si consideramos las opiniones de la generación de los millenials, que comprenden las edades entre los 23 a los 38 años, y la llamada generación Z, que comprende a aquellas entre los 16 a los 22, que gritan y reclaman por el mundo “queremos socialismo, y ahora”, tendremos una idea del peligro que enfrentan nuestras democracias.
Estos grupos agitadores, vandálicos, muchas veces manipulados por hipócritas seguidores de la Escuela de Frankfurt, desconocen lo que ha sido de nefasto tanto el marxismo como el socialismo en nuestra historia reciente. Aproximadamente el 50% de ellos rechaza al capitalismo y al libre mercado, y un 15% cree incluso que el mundo estaría mejor si la Unión Soviética aún existiera. Seducidos por un ideal de Justicia Social, cada día más jóvenes pretenden corregir la desigualdad por medio de la redistribución de la riqueza, en lugar de ocuparse de la creación de la misma.
De los fundadores del Marxismo Cultural, el único sobreviviente en nuestros días es el Profesor Juergen Habermas, quien justamente hace años dio un giro radical en su pensamiento, volviéndose un acérrimo crítico del mismo. Gran ironía de la historia.
A sus 92 años, considerado como uno de los filósofos más importantes de los últimos tiempos, Habermas ha tenido cátedras en las universidades de Heidelberg, Frankfurt, Princeton y Berkeley, y recibido el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Superando los planteamientos marxistas de la Escuela de Frankfurt, hostiles al cristianismo, fue desarrollando progresivamente un interés mayor por el papel de la religión en la sociedad occidental, como una influencia que facilita las condiciones que hacen la vida más digna para el ser humano y abren una puerta a la esperanza en vez de al desconsuelo, un papel al fin y al cabo que la filosofía difícilmente podrá llevar a cabo. En el plano político, Habermas aboga por la conversación, el diálogo, por lo que él llama la vía “argumentativa” frente a todo tipo de “diálogo reprimido”.
Uno de los instrumentos totalitarios utilizados por el Marxismo Cultural para controlar la libre expresión y poner una mordaza a la información veraz es lo que hoy conocemos como la “Dictadura de lo Políticamente Correcto”. Ya en su novela distópica 1984, George Orwell advertía: “El pensamiento corrompe el lenguaje y el lenguaje también puede corromper el pensamiento“. El autoritarismo de lo políticamente correcto considera al ser humano como débil, pasible de ser engañado, o sea que está necesitado de esta nueva cultura, que no está basada en el concepto de una sociedad libre. Es más, en parte utiliza los métodos más autoritarios y tiránicos de la sociedad anterior, que tanto critica.
La columna vertebral sobre la que se apoya todo el esqueleto del éxito de las democracias está basada en la libertad de opinión, anclada en nuestras constituciones, y no en este virus totalitario producto del Kulturkampf marxista. Hace muy poco tiempo pude ver en una revista cultural española una sugestiva caricatura en la que aparece una niña, evidentemente curiosa y avispada, un tipo Mafalda española, acompañada por su madre, a quien pregunta:”Mamá, ¿ qué significa ser políticamente correcto?” A lo cual la señora responde: “Renunciar a tu propio criterio para conseguir la falsa aceptación de una mayoría de imbéciles”.
Umberto Eco, el gran filósofo, escritor y periodista italiano, antes de su muerte acaecida hace unos dos años, publica su último libro titulado “Número Cero“, una novela que se centra en la crítica al mal periodismo, manipulador, chantajista, mentiroso, militante y que fue como una premonición de lo que está sucediendo hoy en día . Es un latigazo a los malos periodistas que no cumplen con su rol de informar imparcialmente, documentadamente, en épocas tan difíciles para las democracias occidentales. O bien lo hacen por ignorantes, o por mala fe o porque son discípulos del Marxismo Cultural que ha invadido a los medios, a las universidades y nuestra sociedad. Tenemos que estar muy atentos y combatir este virus anti democrático con todas nuestras fuerzas.