“La ira nunca carece de motivo, pero pocas veces se trata de un buen motivo” - Benjamin Franklin
En medio del acomodamiento azaroso del gobierno de los Fernández a una realidad que se les impone en el día a día, y la lucha ideológica despiadada que han iniciado para borrar cualquier vestigio –aún los buenos-, del período presidencial del Ing. Macri, llama la atención el elevado diapasón de la furia de muchos referentes del variopinto Frente para Todos respecto del ex Presidente.
Algunos se expresan “en sordina” (o eso tratan), y otros no pueden ocultar su rostro desencajado cuando aluden, lanzando espumarajos por la boca, a lo que consideran fue un gobierno sin valores (¿) y constituyó una amenaza para las conquistas (¿) obtenidas por 12 años de un kirchnerismo probadamente rapaz e ineficiente y 50 de peronismo aún peor.
Esta actitud prueba en realidad que muchos referentes políticos, como señalan los psicólogos, son propensos a volverse iracundos cuando se irritan por cuestiones que deberían resolver ellos mismos sin lograrlo.
Por ideología, o simplemente por ineptitud personal.
Está probado que la intensidad del sentimiento de venganza respecto de una persona (en el caso que analizamos, Mauricio Macri), se desata en forma más virulenta cuando su juicio de valor denota una excitación nerviosa producida por no contar con instrumentos de análisis alternativos desapasionados, porque cuando alguien está invadido por un sentimiento de ira y tiende a pensar que las cosas hubieran ido mejor sin los destinatarios de su ataque -lo que ocurre con el kirchnerismo-, vuelve más intensos sus improperios al comprender, en su fuero íntimo, que no puede afrontar problemas provocados por su propia incapacidad para resolverlos.
La catarsis que hacen en estos días algunos personajes de la talla de Hugo Moyano, Forster, Massa, Katopodis y muchos intendentes despilfarradores del Gran Buenos Aires –por dar algunos ejemplos al azar-, está dirigida a causar un daño “adecuado” (¿) al Ing. Macri, al no poder tomar represalias contra quien – con aciertos y con errores, no es el objeto de estas reflexiones hacer un panegírico de su gobierno-, ejerció la Presidencia de la Nación haciendo todo lo posible para torcer la inercia política que nos viene acechando desde hace años y nos ha “plantado” finalmente en la irrelevancia.
Los iracundos de hoy –algunos de los cuales en los últimos cuatro años “ronroneaban” alrededor de Cambiemos para sacar algún beneficio personal-, son los mismos que nunca han sabido qué hacer sin fondos disponibles para canalizar sus “ensayos” ideológicos; y parte de su ansiedad está provocada por la amenaza que significa el intuir que los cambios que propusieron siempre cuando los tuvieron son hoy de realización imposible.
Esto seguramente favorece el recrudecimiento del sentimiento de impotencia que los embarga: comprobar que el problema de la Argentina no es Macri, sino más bien la necesidad imperiosa de un cambio de actitud de toda la sociedad, que permita comprender que ya no podemos andar pateando lingotes de oro acumulados en las bóvedas del Banco Nación, como solía proclamar el “león herbívoro” (Perón dixit) en otros tiempos, para atender ciertos desvaríos conceptuales.
Ya no hay oro, ni tampoco dólares suficientes en reserva, porque los que había fueron empleados en planes de desarrollo demagógicos que a modo de “rituales sagrados fallidos” se repitieron durante 50 o más años.
Dicen los psicólogos clínicos que muchas personas iracundas suelen reaccionar intempestivamente cuando comprueban que la mayoría de sus preocupaciones no provienen de las supuestas malandanzas de un sujeto o sujetos elegidos para denostar, sino de la íntima comprensión de que algunas de las acusaciones que se les formulan les alcanzan también a ellas.
Por ello sería bueno avisarles a los que hoy se pasean por los medios de información practicando el “tiro al muñeco” (Macri), que desactivaran sus pensamientos inquietantes, antes que la espiral del vórtice que generan termine devorándolos a ellos mismos irremisiblemente.
Porque la ira encierra siempre en su interior un sentimiento de aguda impotencia frente a una realidad que no se acepta ni consigue dominarse.
Y en el caso del peronismo, ¡vaya si no hay motivos para que ello les ocurra!
Muchas veces hemos pensado que quizá algún día les toque sufrir la caída de su propia “cortinita” de hierro, como la de los soviéticos en Europa, en el momento que millones de ciudadanos reaccionaron casi al unísono y les dijeron algo así como: “Váyanse y no vuelvan más. Nos han engañado durante demasiado tiempo para que los sigamos soportando”.
Muchos estamos convencidos que ese día renacerá la Argentina de sus cenizas, sin “patas peronistas” que valgan.
A buen entendedor, pocas palabras.