Las generalizaciones son “siempre” odiosas. Esta generalización “siempre”, ¿también lo es?
La primera pregunta que debemos hacernos para empezar a contestar lo que cuestiona el título de la nota es: ¿en qué se diferencia un empleado estatal (es más correcto llamarlo así), de uno que trabaja en el sector privado?
En primer lugar está la estabilidad laboral y su rango constitucional.
El artículo 14 bis de la Constitución Nacional, es un claro ejemplo de cómo la politiquería y su buenísimo políticamente correcto, engaña a los electores con sus “buenas intenciones”, mientras esconde los efectos y las consecuencias que estos delirios producen en la vida de los ciudadanos.
Este artículo dice que las leyes (léase estado) “asegurarán al trabajador, condiciones dignas; retribución justa; estabilidad del empleado público. El Estado otorgará la compensación económica familiar y el acceso a una vivienda digna”.
Sólo tomé algunos puntos de este artículo, el cual decididamente se contradice con el espíritu del artículo 14 de la Constitución, artículo que le permitió a la Argentina dejar de ser un país de cuarta y convertirse en potencia mundial.
Los items que transcribí del 14 bis, son los deseos que tiene cualquier persona de bien; las preguntas son: ¿quién paga las compensaciones y la vivienda?, ¿vos con impuestos?; ¿quién define lo que es digno y justo?, ¿el político de turno que hace demagogia?; y por último: ¿por qué debe tener el privilegio de la estabilidad el empleado estatal?, ¿por qué debemos mantener con impuestos al empleado inútil, al vago o al ñoqui?
Si las condiciones laborales en el estado fuesen de competencia continua, como lo es en la parte privada, no tendríamos tanta inoperancia, ineptitud y dejadez entre los “servidores públicos”.
Es cierto que hay empleados estatales que se esfuerzan y son excelentes, pero esto sólo depende de su buena voluntad y de sus valores éticos (tan escasos en la actualidad) que lo llevan a cumplir con su deber (palabra prohibida por el posmodernismo que nos invade y que si te atreves a pronunciar te convierte en facho o gorila).
El empleado estatal, no se somete a la valoración de terceros (las evaluaciones de los empleados en el estado es una farsa) a través de las leyes de mercado. Estas leyes dicen que si NO servís bien a los otros, si NO haces bien tu trabajo, si NO se necesita lo que haces, no vas a cobrar, NADIE tiene que pagar lo que no sirve, lo que está mal hecho, lo que no necesita.
En segundo lugar está la casi pornográfica “libertad” que tienen los políticos para “crear” organismos del estado y “llenarlos” de punteros.
Estos proxenetas de nuestros bienes y nuestras libertades, nos arrebatan el fruto de nuestro esfuerzo por medio de impuestos obscenos que nos aplican sin ponerse colorados y sin tener que responder por sus desastres ni negociados.
Luis XIV dijo “yo soy el estado” y estos impresentables dicen “yo soy el pueblo”, tienen el mismo delirio arrogante y megalómano que tenían los reyes que exprimían a sus súbditos.
Del mismo modo que los monarcas del medioevo ejercían el derecho de pernada (quitarle la virginidad a la futura esposa de un vasallo), estos déspotas del siglo XXI nos sodomizan económicamente, ¡y encima tenemos que darles las gracias!
En tercer lugar y en directa relación con el punto anterior, está la falta de consecuencias personales de los políticos, por sus actos de gobierno.
Debo reconocer que esta inquietud mía, es de una “ingenuidad” tal que linda con lo naif.
Si estos facinerosos que nos gobiernan, junto a los que manejan los sindicatos y a las sanguijuelas de los empresaurios, se han “cansado” de ningunearnos, extorsionarnos y robarnos, amparados por una justicia cómplice que no hace nada; si los polititruchos se han encargado de destruir a la familia, a la educación, a las instituciones, a los valores y al respeto al prójimo, y han llevado a la realidad el tango Cambalache, donde es lo mismo el que labura, que el que vive de las minas, el que mata o el que cura.
Si han conseguido destruir las bases de la Argentina, ¿cómo diablos pretendo que estos impresentables e indecentes sientan algo de pudor o de vergüenza?, ¿Cómo diablos pretendo que esta aristocracia burocrática, llena de auto proclamados intocables e incuestionables iconos de la democracia y de la “voz del pueblo”, sean juzgados por sus impericias y negligencias, o simplemente por sus atropellos e ilegalidades?, ¿qué debemos hacer al respecto?
La respuesta a estas preguntas es fácil de ver, pero no tanto de llevar adelante. Como le dijo San Martín a Pueyrredón: “es imposible pero imprescindible” y yo agrego impostergable.
Somos responsables, por acción u omisión, de haberles dado a estos parásitos ese poder. Somos cómplices voluntarios o involuntarios de nuestra propia esclavitud y de la inseguridad que padecemos en las calles.
Es tiempo de retomar el control de nuestras vidas, es tiempo de destronar a estos aristócratas (polititruchos) de cartón y de asumir nuestro deber ciudadano. Es tiempo de dar inicio a La Rebelión de los Mansos.’