Esta Argentina de los últimos 60 años es muy apegada a la necrofilia,
al culto de las personalidades muertas, como también al culto de la
personalidad en general, en este caso, además de muertos, de vivos y de muertos
vivos, incluyendo al último ejemplar a la vista como es el actual presidente Néstor
Kirchner. El pingüino santacruceño, cada vez más empetrolado por su entrega
hidrocarbúrica a las multinacionales y su dependencia de Hugo Chávez, además
de acrecentar su autoritarismo tiene su séquito de alcahuetes que le colocan
encima una permanente lupa para que se lo vea grande y, de ser posible,
grandioso, más cuando se acercan tiempos electorales y por sus deseos de
perpetuarse en el poder.
El paso más reciente respecto de esta necrofilia será
dado en los próximos días, cuando el féretro que contiene los restos del
general Juan Domingo Perón haga su ¿último? paseo desde el cementerio de la
Chacarita, donde estaba alojado hasta ahora, hacia la quinta de la localidad de
San Vicente que era de su propiedad, recuperada por la gestión de Eduardo
Duhalde y convertida en museo de la devoción peronista, y en la que el tres
veces presidente, según habría manifestado en vida, desea descansar
definitivamente. Allí ya se construyó el mausoleo, imponente como marca el
culto peronista, revestido en cristal y que podrá ser visitado por sus
seguidores de siempre y, claro está, por “el pueblo”, palabra que nunca
faltó ni faltará en las bocas de los políticos argentinos.
Ese viaje seguramente será cubierto por la prensa
–hoy en día casi toda controlada por el gobierno- y no faltarán aspectos
graciosos, como la coincidencia, en esa marcha que acompañará al general, de
Kirchner y sus pseudo-peronistas “K” por un lado y Duhalde, Antonio Cafiero
y los “peronistas de antes” por el otro, que como es sabido se miran de
reojo cuando no se lanzan diatribas directamente. La seguridad de ese traslado
contará con el agregado de “4.500 muchachos de los gremios”, al
decir de Pablo Viviani, secretario general del sindicato de taxistas, en una
entrevista radial. Todo listo, entonces, para dar este nuevo paso necrófilo de
la política vernácula.
El paso siguiente hubiera sido trasladar a San Vicente
también a Evita, cuyos restos, después de un conocido y penoso trajinar por
varios años, descansan en el cementerio de la Recoleta. Sin embargo, los
“muchachos” reconocieron que la familia de la segunda esposa de Perón no
quiere ni hablar de ello. Pese a todo, los sindicalistas sostienen la funesta
esperanza –y así lo reconoció Viviani- de que, cuando ya no queden
familiares vivos de Evita, podrán cumplir con la misión de que ambos descansen
por fin juntos en el mausoleo bonaerense.
Así van transcurriendo estas cuestiones que, aunque
parecieran no tener nada que ver, están muy insertadas en los entretelones de
la política argentina. Mientras tanto, “el pueblo”, tan nombrado en los
discursos y tan relegado en la realidad, y como si ya estuviera anestesiado por
tantas dificultades que lo agobian –económicas, laborales, de vivienda, de
inseguridad, etc., etc.-, se desentiende de todo. Una anestesia que al gobierno,
único proveedor de la misma, le viene muy bien.
Carlos Machado