El coronavirus no sólo se esparce entre las personas. También afecta a algunos gobiernos. Y es contagioso. En 195 países y 14 territorios, la organización Freedom House halló por decimocuarto año consecutivo un preocupante declive de las libertades políticas y civiles. “La democracia y el pluralismo están bajo asalto”, dispara el informe. ¿Por qué? Los dictadores, explica, “están trabajando para acabar con los últimos vestigios de disidencia doméstica” y, a su vez, “muchos líderes libremente elegidos someten en forma drástica sus inquietudes a una interpretación amañada del interés nacional”. Xi Jinping, por un lado; Donald Trump, por el otro.
La epidemia, resumida en la persecución de grupos étnicos y religiosos minoritarios y los ataques persistentes contra los inmigrantes, incluye las “elecciones gestionadas por etapas» en Rusia durante 2019, así como la Ley de Enmienda de Ciudadanía de India, que otorga la condición de ciudadano a las minorías no musulmanas de algunos países vecinos. Trump, dice el informe, “ejerce presión sobre “la integridad electoral, la independencia judicial y las salvaguardas contra la corrupción». Que se haya mostrado enérgico contra los regímenes de Venezuela e Irán no implica que haya obrado del mismo modo con otros autócratas.
En ese delgado límite entre democracia y autocracia transita el disgusto de las personas con aquellos que eligen para ocupar cargos públicos, según una encuesta del Pew Research Center en 34 países. Más de la mitad, el 52 por ciento, no se siente representada frente a un 44 por ciento que opina diferente. Eso ocurre en países con instituciones consolidadas, como el Reino Unido, Estados Unidos, Francia y Japón. La cuna de la democracia, Grecia, tiene el mayor índice de insatisfechos del mundo: 74 por ciento. El escepticismo gana terreno, como el coronavirus, con un síntoma común: el cabreo de la clase media urbana, más allá del continente.
En eso coinciden ambos estudios, así como en la aspiración de la mayoría de los ciudadanos de contar con un sistema judicial equitativo y, excepto en Nigeria y Túnez, alcanzar la igualdad de género. Un escalón debajo están la libertad de prensa, no medida con la misma vara, y la religiosa, más importante en Estados Unidos, India, Israel y Nigeria que en Japón o en algunos países de la Unión Europea. El “retroceso democrático” y la “recesión democrática”, como llaman a este trance varios académicos, abrevan en la frustración con una elite política a menudo aislada de los problemas sociales. Del día a día de la gente de a pie.
Esa percepción, frecuente en Ucrania, Túnez, Argentina y Japón, trepa al 71 por ciento en Estados Unidos. Las evaluaciones políticas guardan relación con los indicadores económicos. Si la economía no funciona, las personas creen que tampoco funciona la democracia. La desconfianza en la democracia tiene ribetes parecidos a la desatada por la epidemia de coronavirus, manejada con cuarentenas y bloqueos selectivos frente a la posibilidad inminente de contagio. Frente a fenómenos de esa magnitud, los gobiernos no descartan que el cabreo sea algo así como un arma biológica.
Una suerte conspiración alentada por agentes externos, de modo de no asumir sus propias culpas.