Los mercados de capitales padecieron la peor debacle financiera de los últimos 33 años como consecuencia de la incertidumbre surgida tras el brote de coronavirus que amenaza con esparcirse por todo el planeta.
La severa contracción de esta jornada está asociada a la guerra del petróleo que libran Arabia Saudita y Rusia y a la necesidad que tienen los policy-makers de hacerle frente a una incipiente recesión.
Sin embargo, lo que se discute en el mundo es si esta crisis no es la antesala de una larga noche recesiva o bien de lo contrario. todo terminará una vez que se empiecen a distribuir las vacunas contra ese agente patógeno.
En cualquiera de los casos, los daños son severos y la caída de valor de los activos pueden inducir a mal valorarlos.
Este tiempo de turbulencias para el país es un mal momento, ya que lo que necesita la administración de los Fernández no es otra cosa que un mar calmo y una generación de expectativas favorables.
Lo que el ministro Guzmán necesita arbitrar es que los bonistas estén permeables y receptivos frente a una propuesta de restructuración de deuda que se presume será muy ambiciosa, en cuanto a la quita de capital.
Pero los acreedores necesitan también que el precio de los bonos que actualmente rondan entre 30 y 35% aumenten porque de lo contrario, el gobierno no va a poder optar por aplicar una quita importante.
A estos niveles de precios, habrá muchos acreedores que no podrán sostener la propuesta del gobierno argentino y optarán mejor por vender los títulos en default a los fondos buitre.
En el mercado descuentan que el gobierno pueda llegar con la propuesta en el plazo previsto. Pero los tenedores de títulos no tiene apuro ya que la exposición de sus carteras al caso argentino es muy pequeña.
Entre el coronavirus y la falta de un programa económico, las condiciones para la Argentina presentan gruesos nubarrones en el horizonte.