Casi cien días de gobierno de Alberto Fernández. Ya habíamos señalado oportunamente que el gabinete que lo acompaña en esta transición era realmente mediocre, porque así lo había decidido el propio Presidente y sus acuerdos con el PJ tradicional y los sindicatos más poderosos.
Pero la cuestión se pone muy complicada cuando aparecen crisis graves y los que tienen que pilotearla están confundidos, perdidos y ni siquiera saben que deben hacer.
La pandemia del coronavirus desnudó las limitaciones de varios ministros.
Ya sea por subestimación, posiciones conspiranoides, negligencia, impericia o dolo (cuando la ideología se sobrepone a lo científico y/o a la realidad) están comprometiendo la vida y el futuro de millones de argentinos.
Si el presidente quería realmente terminar con la grieta ¿qué mejor oportunidad que ésta?
Alberto Fernández siempre mantuvo contactos reservados con Mauricio Macri y una parte importante del arco opositor.
Correspondería ahora que convoque a todos para que aporten lo necesario a fines de resolver la encrucijada en la que nos encontramos.
En este punto no debería importarle al primer mandatario qué opina Cristina Fernández o el grupo de fanáticos que la rodea.
Los “miedos periodísticos pautados” que durante el gobierno anterior clamaban por una mesa de concertación ante cualquier movimiento del dólar, hoy guardan sepulcral silencio (valga la alegoría) siendo que está en juego la vida de millones de compatriotas. Y no quiero dejar de recordar mi anterior nota sobre el desprecio del valor vida.
Los líderes políticos se convierten en estadistas cuando leen correcta y anticipadamente el panorama geopolítico internacional y toman decisiones rápidas y con certezas.
Hoy en día el diagnóstico indica que corresponde encolumnarse con los poderosos.
Argentina ya equivocó durante la Segunda Guerra Mundial alineándose incorrectamente, hecho no menor y cuyas consecuencias las seguimos sufriendo hasta nuestros días. Y eso que en aquel entonces se sabía claramente quienes eran los enemigos de la humanidad.
En la actualidad, y siendo que el enemigo es invisible, deberíamos colocarnos en la vereda que la agenda internacional nos indica de donde provendrían las soluciones a los problemas actuales: EEUU e Israel son los que tienen en sus manos las recetas para enfrentar, en primer lugar la pandemia, y luego el ordenamiento que sobrevendrá al colapso económico que inexorablemente acaecerá.
Mientras estamos entretenidos en determinar si se extreman o no las medidas de contención del virus que nos azota (también por cuestiones que ya explicité en mi última nota) hoy Alberto Fernández debería ordenar a los ministros del área cerrar lo más pronto posible el arreglo con nuestros acreedores internacionales (ofreciendo una quita menor y un plazo más amplio) que permita luego abordar el acuerdo con el FMI en las mejores condiciones que se pueda y con el objetivo de cancelar definitivamente cualquier situación conflictiva con unos y otros.
Argentina entra pronto en temporada otoño-invierno y cualquier posición defaulteadora nos alejará del mundo, nos dejará sin crédito de ningún tipo, sin acceso a los mercados internacionales que adquieren nuestros comodities, y sin posibilidades de contar con la suficiente medicación ni siquiera para las más básicas patologías. Y eso ya ocurrió en la era kirchnerista.
La dureza de los acreedores internacionales será, a partir de ahora, directamente proporcional a la intensificación de la pandemia. Y eso se viene en estas tierras en los próximos meses. Mejor prevenir que curar, entonces.
Que una parte del gobierno, embanderado en una postura ideológica autodestructiva, crea que el mundo se sentirá incómodo con nuestra amenaza de default y que bajarán sus pretensiones de cobrar lo que se les debe, es un gravísimo error de concepto que no solamente se cobrará miles de vidas, sino que nos condenará por décadas a un futuro miserable.
Una guerra civil –aún de baja escala- en el medio de una pandemia incontrolable nos deja casi a las puertas del infierno.
Y si Alberto Fernández le estrecha la mano a satanás, nos condenará irremediablemente a todos los argentinos. Sin excepciones.