Probablemente, si este artículo llega a trascender más allá de los estrechos alcances de esta publicación, nunca más pueda trabajar en un medio. Pero mi deber como periodista es contar la verdad que conozco y defender la libertad de expresión. Y mi deber como hijo es cumplir con la memoria de mi padre que siempre me pidió que fuera libre y que no le tuviera miedo a la verdad.
Pues bien, esta es la verdad de mi salida del Noticiero A24:
El 23 de diciembre de 2019 tomé un café con Eduardo Feinmann en La Dolfina. Conversamos sobre lo que estaba ocurriendo en el país y sobre el final le comenté que si alguna vez pensaba integrar un equipo nuevo de trabajo pensara en mí. Eduardo, a quien conozco hace más de 25 años, me respondió con una invitación para su programa de esa misma noche.
A eso de las 21:30 estaba sentado en la mesa semicircular de su noticiero. Eduardo me preguntó cómo veía la cosa y de allí en más pasaron unos 20 minutos muy fuertes, incluyendo un cambio de ideas intenso con Natasha Niebieskikwiat.
Enseguida me di cuenta que el bloque había pegado fuerte. Eduardo también. En la próxima hora sume un 10% adicional de toda mi base de seguidores de Twitter. Mi WhatsApp no paraba de saltar en la pantalla de mi teléfono con palabras de aliento y felicitación.
Le mandé un mensaje a Eduardo diciéndole que me perdonara si lo puteaban por lo que había dicho, pero que eso era lo que creía y que lo repetiría hasta en la Luna. Eduardo me contestó: “No, todo lo contrario…”
Una semana después, en la mañana del 30 de diciembre, el productor de Baby Etchecopar, a quien nunca había visto en mi vida, me llamó para invitarme a su programa de esa noche (el último del año) y sobre el mediodía, Feinmann me mandó un WhatsApp invitándome a formar parte de su equipo en 2020. Le respondí que sí. Me dijo que hablara con Juan Cruz Ávila para arreglar los detalles, que él ya le había adelantado todo.
El 3 de enero la secretaria de Ávila me escribió para armar un café en el Dashi de Figueroa Alcorta.
Cuando llegué Juan Cruz estaba conversando con Mariano Obarrio. Me pidió que lo esperara unos minutos.
Cuando Mariano se fue me pasé a la mesa donde ellos estaban. En cuanto me senté, Ávila me dijo con una sonrisa: “Vos sos más duro que Feinmann… Te ví con Baby también. Lo único es que tenés que empezar por el final: no des la explicación primero y el título después, primero tirá el título”.
Tras cartón me hizo la pregunta más insólita que jamás había escuchado en 30 años de profesión pero que probablemente él haya sido el primero y el único que tuvo los huevos para hacérmela a boca de jarro, sin anestesia: “¿Vos qué ideología tenés?”, me dijo.
Mi cerebro quedó girando en su propio disco duro por unos milisegundos y, también sonriendo, le dije “yo soy liberal de la Constitución, un alberdiano”. Juan Cruz se me quedó mirando con la misma cara que habría puesto si yo le hubiera explicado la fórmula de la fusión nuclear, y me dijo: “nosotros somos massistas”. Después me habló maravillas de Daniel Vila y me dijo que le diera bola, que si él me llamaba por algo le diera bola.
Terminado eso puso las manos sobre el apoyabrazos de su silla y amagó levantarse. A su juicio el propósito del café había concluido. De hecho se levantó, mientras yo permanecía sentado.
Quería preguntarle por el horario del programa dado que yo hacía radio a las 6 de la tarde; también por mis frecuentes viajes y si tenía pensada una remuneración. Me dijo que por los viajes no había problema, que por supuesto habría una remuneración y que creía que hacer televisión con Feinmann bien valía modificar la radio. Todo eso me lo dijo estando ya parado y conmigo sentado en la misma silla a la que había llegado hacia 10 minutos. Ya yéndose me dijo: “te va a llamar Esteban Telpone”.
Me fui con una sensación confusa. Por fin un medio grande me daba una oportunidad. Pero había algo que no estaba bien. “¿Vos que ideología tenés?”. La pregunta seguía rebotando contra las paredes de mi cerebro.
Probablemente muchos habrán querido preguntarme lo mismo en los muchos medios en los que trabajé. Pero a todos esos medios yo les llevé dinero. Fui un buen negocio para ellos porque siempre trabajé bajo el sistema de coproducción, nunca me pagaron y repartíamos la publicidad que yo conseguía. América era el primer medio que me ofrecía un contrato con un cachet.
A los pocos días me llamaron de la administración del canal para arreglar los detalles del contrato.
Cuando eso ocurrió consideré que era momento de darlo a conocer en mis redes.
El 8 de enero, hacia el final de la tarde, publiqué un tweet muy sencillo y un posteo de Instagram confirmando que a partir del 3/2 me incorporaba al Noticiero de A24 que conducía Eduardo Feinmann. Allí les agradecía la oportunidad a Eduardo y a Juan Cruz.
En Facebook, sin embargo, como es una red diferente a la que subo habitualmente mis notas editoriales de The Post y donde conozco más el target de mis seguidores, fui un poco más amplio y escribí lo siguiente: “A partir del 3/2 voy a incorporarme al noticiero de A24 que conduce Eduardo Feinmann de 19 a 22 hs. Para mi es una apuesta muy importante y espero retribuir fundamentalmente la confianza de Eduardo que me propuso la idea. Será un año de mucha información y donde, a mi juicio, la Argentina juega los últimos de los pocos cartuchos que le quedan para defender la libertad. Muchas gracias Edu G. Feinmann y Juan Cruz Avila por la confianza!!! Los espero!!”
Eran un poco antes de las 10 de la noche de ese mismo día cuando un WhatsApp iluminó la pantalla de mi teléfono. Era Juan Cruz. Me decía “Hola”. Le dije “Hola querido…”. Lo que apareció a continuación fue un screenshot de mi posteo en Facebook. Juan Cruz decía: “Vamos de menos a más jajaj… No provoquemos tan rápido a las fieras… jaja”
Yo le pregunté: “¿Esta mal? Fue más que nada un agradecimiento a uds y una información a quienes me siguen”. La respuesta de Juan Cruz fue inmediata: “Pero yo no te pido que vengas a salvar la libertad… vamos tranqui…”
El ruido interior volvió a rugir fuerte. Algo no estaba bien. Que la libertad estaba en peligro en la Argentina no tenía ninguna duda. Es más, ese había sido el argumento central de mi participación en el programa como invitado aquella noche del 23 de diciembre. Allí había dicho que, probablemente aturdidos por los apremios económicos, los argentinos no advertían que estaba en marcha un plan para restringir seriamente los derechos civiles. Y yo consideraba mi deber profesional decirlo, contarlo, explicar por qué estaba convencido que eso era lo que estaba en plena fase de ejecución. Si mi jefe me decía que él no me había llamado para salvar la libertad, ¿cómo iba a hacerlo?
Confieso que mi primera reacción cuando Juan me dijo eso fue contestarle “pero, querido, ese es mi trabajo”. Pero me contuve y simplemente escribí “OK”.
A los pocos días firmé mi contrato y tuvimos una reunión con todo el equipo en las oficinas de Juan Cruz Ávila. Fue una reunión cordial, amable. Juan Cruz se mostraba como el DT de un equipo con aspiraciones. Eduardo era el número 10.
Grabriel Iezzi creó, esa misma tarde, dos grupos de WhatsApp: uno que nos reunía a todos nosotros más los dos productores y otro -que llamamos “Grupo Amplio”- que incluía al jefe de producción, Esteban Telpone, y a Juan Cruz. A esta altura el debut se había pospuesto para el 17 de febrero por cuestiones organizativas del canal. Yo había cambiado mi horario de la radio para las 5 de la tarde y aún seguía preguntándome cómo iba a hacer para llegar a tiempo viniendo desde el centro hasta Palermo, cuando la ciudad y el tránsito estuvieran a full.
Finalmente ese lunes llegó. Me sentí cómodo. Eduardo me dio confianza y pude desarrollar mis temas, los que le había pasado al productor, Alejandro Salinas, al grupo de WhatsApp durante el curso del día.
Terminamos arriba de 2.2 puntos de rating, peleando con C5N y bastante arriba de TN. Alejandro nos pasaba las mediciones cada cinco minutos por WhatsApp, mientras estábamos al aire. Me puse contento porque en aquella reunión en su oficina, Juan Cruz había dicho que teníamos que apuntar a un rating de 1.8.
En los días siguientes las cosas no cambiaron mucho en materia de raiting -que nunca bajo, en promedio de 1.5, con picos de 2 o, algunos días, más de 2- pero sí lo hicieron en materia operativa.
Todos los días yo le pasaba a Salinas mis temas (eran 4 o 5 por día) incluso con alguna gráfica para poder hacer placas ilustrativas.
Uno de los días le envié un video muy curioso sobre el ministro Katopodis, pero me dijeron que de Katopodis no se podía hablar. Otro le envié el video y la letra del tema “Let’s work” de Mick Jagger para contrastarlo con la “Marcha Peronista”, pero tampoco pude desarrollarlo. Otro le envié unas declaraciones de un sindicalista sueco sobre la adaptación de los trabajadores a la tecnología y a las nuevas formas de trabajo. Tampoco.
Otro día mandé unos cuadros que demostraban el desplome de los depósitos en dólares luego de las PASO, pero tampoco pude desarrollarlos.
Un tema en el que estaba muy interesado era demostrar cómo la Argentina era uno de los pocos países que podía indicar, poco menos que con día y hora, el comienzo de su decadencia. Lo titulé, siguiendo a Vargas Llosa, “¿Cuándo se jodió la Argentina?” Para ilustrarlo le mandé a Salinas dos cuadros de coordenadas elaborados por mi amigo Roberto Cachanosky.
Cuando llegué al canal le pregunté a Alejandro si había podido preparar los cuadros. Me dijo que estaban en baja resolución. Que tenía que darle tiempo. Le dije “no te preocupes, para mañana te consigo los originales”.
Al día siguiente, lo llamé a Roberto y se los pedí. Me los mandó al toque. De inmediato se los pasé a Salinas y le dije “Ale, hoy sí quisiera comentar esto”. Nada. No pude hacerlo.
Para ese entonces, mis intervenciones se empezaban a limitar a meter comentarios aislados sobre temas de discusión de la mesa, pero nunca a desarrollar los que había propuesto.
Llevábamos dos semanas al aire y los ratings que nos pasaba Salinas oscilaban en los mismos números que habían tenido desde el primer día.
Una tarde a mí y a Rosales nos dijeron que íbamos a entrar más tarde a eso de las 7:45. Al otro día lo mismo. Pero cada vez entrábamos más tarde al aire. Al tercer día a ese dúo de confinados se sumó Laborda.
Ya era martes 3 de marzo y yo tenía que viajar a Mendoza el viernes 6. Lo llamé a Telpone para avisarle. Esteban me dijo que estábamos muy mal de rating, que el programa el día anterior había medido 0.2 (cuando ese mismo día Eduardo había tuiteado: “Gran momento en A24”, con la planilla de rating ilustrando y marcando 2.0). No quise contradecir a Esteban y no le dije nada. Pero él sí me dijo algo: “Mirá ya que tenás que viajar el viernes, por el resto de esta semana no vengas. El lunes cuando vuelvas hablamos”.
El lunes 9 yo regrese tarde desde Mendoza, así que hablé con Esteban el martes. Me dijo que los problemas con el rating seguían y que habían decidido volver al esquema del año anterior; que iban a retirar toda la opinión del programa. Así, que no fuera más. Le dije que en realidad, si habían tenido la idea de agregarle opinión a lo que era el programa del 2019, se había estado lejos de lograrlo porque, en mi caso, nunca había podido desarrollar los temas (justamente, ‘de opinión’) que había propuesto. Me dijo que no era por mí, sino que se debía a necesidades del canal. Me dijo que iba a dar indicaciones para que me liquidaran el mes de acuerdo al contrato.
Me despedí diciéndole que no quería alargar un momento que suponía que para él también era antipático y me agradeció mi profesionalismo.
Esta fue la historia breve pero completa de mi paso por el Noti, como coloquialmente lo llamábamos con los muchachos.
Todos se portaron muy bien conmigo. Me llamaron Gabriel, Luis y Guille para interesarse por lo que había pasado. No pude despedirme de ellos. Pero les deseo lo mejor. Le vuelvo a agradecer a Eduardo por la oportunidad y lamento que, lo que seguramente tuvo en mente en algún momento, no pudo cristalizarse.
Aquellas alarmas interiores que sonaron desde la pregunta inicial “¿Vos que ideología tenes?” tardaron en materializarse menos de lo que pensé. Pero la experiencia me sirvió para confirmar que mi temor inicial era correcto: la libertad está en peligro en la Argentina. O al menos vive en calidad condicional. Ahora, hasta hay corrientes que intentan encontrar, en el drama del coronavirus, un argumento para sostener que debe cambiarse el sistema de libertades individuales por el de un Estado fuerte que las restrinja. No sé por qué vuelvo a recordar mis propias palabras de aquel 23 de diciembre cuando pisé el piso del Noti por primera vez, tan solo como un invitado más.