Alberto Fernández probablemente se esté poniendo al frente de una horda evidente de nuevos señores feudales que han iniciado un proceso de restauración de las normas por las que el mundo se regía en el siglo XVI.
En efecto, bajo el verso de la vida igualitaria, la solidaridad y echando mano de la consabida sensiblería argentina, están bajando un discurso para quedarse con los ahorros que miles de familias formaron durante décadas.
Haciendo pie en la emergencia y apelando a la más baja de las demagogias, los Fernández, los Kirchner y personajes como el comunista Heller prometen ahora crear un impuesto nuevo sobre los ahorros que los argentinos blanquearon en 2016.
Esos ahorros fueron puestos bajo jurisdicción segura, respetuosa del Estado de Derecho, como consecuencia de la larga experiencia de expropiaciones, confiscaciones y robos que los bolsillos argentinos habían experimentado, al menos, durante las últimas seis décadas.
Lejos de hacerse responsables por haber estatuido un sistema de defalco, arremeten contra los que actuaron previsoramente en cuidado de sus ahorros y el de sus familias, tachándolos de “evasores”.
Sepa algo, Fernández: nadie habría “evadido” nada si la Argentina hubiera sido una tierra donde la justicia, la imparcialidad de los jueces, la razonabilidad de la ley y la limpieza incorruptible de los funcionarios hubieran sido la norma.
Pero no. Usted y los muchos que lo antecedieron convirtieron al país en una tierra de latrocinios económicos en donde nadie podía dar por seguro el fruto de su trabajo. Personajes de su calaña se empeñaron en moldear un sistema legal de robo y de explotación del trabajo ajeno sin ningún reparo en la equidad.
La Justicia -gran responsable de todo lo que ocurre- apañó ese orden jurídico confiscatorio y de avasallamiento de las libertades y del derecho de propiedad.
La gente escapa de donde se la persigue, Fernández. Puede hacerlo hasta incluso físicamente si el tormento es intolerable. O fiscalmente si algunas apariencias mínimas siguen vigentes. Pero para el caso, el resultado es el mismo: la gente se va de donde la roban.
Ahora bien, usted, Máximo Kirchner y el marxista de Heller (que no podía ser otra cosa que marxista si tiene alma de ladrón) se quieren quedar con lo que fue el fruto de décadas de trabajo de esa gente.
Y es más, quieren hacerlo por encima de la ley y de la Constitución. Esa gente fue convocada bajo un conjunto de promesas a sincerar esos activos a cambio de un pago único. La Constitución establece que la ley no puede ser retroactiva en estos casos. Su proyecto es un balde de alquitrán más a la letra y al espíritu de la Ley Fundamental.
Y el justificativo de la emergencia no alcanza a superar el verdadero motor que inspira este tipo de normas: la idea de quedarse con todo.
Pero por si todo este atropello le parecía poco, frente al montonero asesino de Verbitsky, se animó a ir más allá y dijo que establecer esos impuestos le parecía más justo que bajar el sueldo a los funcionarios públicos. Es decir, una confesión lisa y llana de que son ustedes los únicos que no contribuyen con un centavo de su patrimonio personal a la situación por la que el país atraviesa.
Se llena la boca hablando de solidaridad, de esfuerzo compartido y de sensiblerías por el estilo, pero a la hora de poner la suya se hace el cócoro desafiando a la gente y diciéndole en la cara: ”¡no pienso bajarme un puto centavo mis ingresos!… Antes los voy a seguir exprimiendo a ustedes; los voy a seguir robando, les voy a seguir sacando hasta la última gota del esfuerzo de su trabajo para que me paguen a mí y a mis funcionarios… Pero de mi bolsillo no verán ni un peso”.
Es el siglo XVI: una casta de nobles que tienen derecho a todo y una masa de esclavos a los que se les esquilma hasta la piel. Ese es el sistema de vida que descaradamente propone este conjunto de impresentables delincuentes.
Todo lo que han robado del Tesoro Público y sobre lo que no dieron una sola explicación, parece que no les ha parecido suficiente. Su plan es seguir violando los derechos civiles, atacando la propiedad privada y vender una demagogia barata hecha a la medida de los cerebros que lavaron durante 70 años.
Cuatrocientos años de evolución del Derecho tirados a la basura. De nuevo gobierna una oligarquía depredadora que arrasa con los derechos de los que están en el llano. Han logrado poner a unos contra otros para reinar en la división.
Pero cuidado, Fernández, no sea cosa que la pandemia dote de unos poderes fenomenales a personas que estarían decididas a hacer ahora cosas que nunca habían hecho antes.
Quizás su desboque y su desmesura sincericida envalentone a una ciudadanía hasta ahora dormida que esté dispuesta a presentarle batalla. A desobedecerlo. A medir fuerzas como nunca antes.
¿Qué ocurriría si esas fuerzas por fin se desatan y la Argentina toma la decisión de dar un nuevo grito libertador igual o más fuerte del que alguna vez nos hizo independientes?