Culpables de degradar el prestigio y la eficacia de la política, son
considerados taimados, falsos, astutos, trepadores, ilusionistas, encantadores
de serpientes, hipócritas, camiseteros, vividores y beneficiarios de la
obsecuencia de diminutos servidores, asesores y lacayos; mediocres como ellos, dispuestos
todos a vender la mitad de su conciencia al mejor postor y si el precio lo
amerita la mitad restante.
Para acceder
al poder, mantenerse y consolidar sus posiciones e intereses personales, no
trepidan en ser lamebotas
del jefe sin violentar la regla de oro:
primero ellos, después la secta,
luego el partido y por último la Patria, y siempre leales, virtud
que encarnan en proporción directa a la generosidad
del jefe. ¡¿Qué son, fanáticos…
?! ¡Noooo….! Fanáticos de verdad son los otros, ¡los de abajo del palco!
¿Talentos o facultades especiales…? Nones: pensamiento
regimentado; disponibilidad para la comparsa; movilidad satelital (alrededor del
jefe); anticipación a sus deseos; rapidez
para aplaudir y alabarlo; coraje para defenderlo ante quien sea porque
“la política no es para los “pechos
fríos” ni para los “perejiles”; etc.
Más que ciencia, para ellos la política es arte, ¡Arte,
arte! Artesanía…
Del hartazgo de tanto politiquero ilustrado, de tanto fracaso
y frustración, advino su
generalizado rechazo y la opción por otros especímenes presuntamente
incontaminados de codicia materialista, supuestamente mejores que aquellos. Desaparecido el cursus
honorum aumentaron los politiqueros
por inercia: los que no saben hacer nada pero siempre están, y a quienes
igual hay que pagarles sueldos o dietas para no discriminarlos por… por…
¡¿por…?!
Ni capacidades técnicas ni administrativas ni probadas
evidencias de gestión. Ufanos universitarios
de la calle, idóneos a priori sin prueba en contrario, a costa y cargo de
la sociedad pero sin rectificación de errores cometidos. Nódulos enquistados,
arribistas, langosteros y recienvenidos
todo terreno, becarios permanentes
hasta que aprendan a gobernar, después del próximo período… o sea, hasta
jubilarse.
Los incentiva el presupuesto estatal y la tajada, o sea, el
llamado “costo de la política”, sesudamente estudiado por expertos
buscadores del tope conveniente. Los oficialistas recomiendan maximizarlo para
garantizar buena calidad de gestión, mientras la oposición se opone, a veces
con resentimiento por haberse perdido tanta maravilla.
Constituyen un subsector pesado de la burocracia estatal en
el ámbito de la politiquería, ese espacio sustituto de la vida política
institucional donde se procesa realmente la ciudadanía y la representación, escuela del oportunismo y
la viveza criolla donde se compran, venden y cooptan almas, cerebros y manos.
La cultura politiquera clausura el diálogo e introduce la
negación del adversario, su ignorancia, el ninguneo y hasta la aniquilación
según convenga en los hechos y el discurso. Ella enardece los reflejos
defensivos de la tropa pues su moral debe sustentar el irrespeto hacia los
otros, incapaces de nada bueno, corruptos y politiqueros, los buenos somos
nosotros, sólo nuestra receta vale, sólo nuestros remedios curan, y los de
ellos no sirven para nada.
Las calidades politiqueras atribuyen rangos.
El principal, el de la mesa chica, los históricos
incorporados por arriba de a uno, en “paquetes” o en tandas; merituados por sus “históricos combates” o sus
interesantes parentescos. Para ellos la permanencia, encumbramiento y protección
de las “redes solidarias”… (para el caso de retiradas anticipadas); el
desplazamiento a la capital provincial o a Buenos Aires para iniciar o proseguir
carreras políticas donde se “corta el bacalao”. Y en la vejez, con
abultadas jubilaciones y fojas de servicios a la vitrina de los
bolas de de bronce del Partido.
En segundo nivel los impresentables:
camada indecorosa habitualmente en falsa escuadra, habituada a poner los pies en
polvorosa, amparada en la sensible y piadosa “contención partidaria” que de
máxima les ofrecerá una diputación por la sábana o un puesto de funcionario,
y de mínima una suma mensual como supernumerario de algún senador o diputado
nacional con aspiraciones.
En el tercer nivel, en la base social, a mayores necesidades
y urgencias mayores peleas por las migajas después de los premios mayores: los
puestos municipales de planta permanente. Con tenacidad y obsecuencia el
oficialista llegará, sobre todo en Patagonia donde el subempleo
disfrazado funge como respuesta legítima a la escasa densidad demográfica.
Mientras
tanto, la sociedad -incluidos quienes miran la película por los MM- opina,
legitima y apoya, desaprueba o
rechaza las medidas de los politiqueros, se equivoca frecuentemente y resulta
corresponsable de sus desaguisados tanto como de los correspondientes al sector
político.
Extendidas y diluidas las responsabilidades ninguno saldrá
herido, ni su desempeño a macroescala será evaluado sino
superficialmente. Como políticos virtuales, hacen
como que gobiernan aunque sólo politiquean, y entre ellos se tratan con
indulgencia corporativa: ¡si no se les pide a los grandes ni a los de arriba
control de gestión ni relación de costo-beneficio… ¡por qué ensañarse con
ellos!, reclaman sus parientes, ¡qué se gana con
exigir a los Partidos y a los gobiernos garantías y salvaguardas de honestidad,
transparencia y capacidad! Más fácil será buscar al candidato que anuncie que
robará menos, o sólo lo imprescindible… Y entonces se lo vota y listo.
Ésta
es la Nueva Doctrina Popular Resignada.
La alternativa, estimado lector, es luchar, arremangarse,
ensuciarse los zapatos, transpirar
como mínimo, alzar la voz y hacerse oír, denunciar, informarse y desconfiar de
lo que lee, escucha y mira, discutir con sus compañeros, imaginar una salida,
protestar todas las veces que haga falta sin dejar pasar ni una. Con que haga
hasta ahí, después aparecerán las propuestas y las eventuales acciones, y
entre ellas la expulsión definitiva de los politiqueros.
De lo contrario, usted será corresponsable. En ese caso ya no denuncie. Será tarde nuevamente, e inútil.
Carlos
Schulmaister