La Argentina del kirchnerismo tiene una larga tradición de mentiras y relato. Esa secta política se ha encargado de hacer del embuste parte de su lógica de gobierno. Como si hubiera construido una matrix gigantesca en donde nos dio a ingerir pastillas azules a mansalva y nosotros (o al menos parte de la sociedad) las ha tomado alegre y conscientemente, el kirchnerismo se ha caracterizado por vender relatos imaginarios como si fueran ciertos por el simple mecanismo de repetirlos hasta el cansancio.
El método no es nuevo, ni de invención propio. Ha sido practicado desde la antigüedad por decenas de regímenes que generan mantras colectivos con los que consiguen lavar el cerebro de toda o gran parte de la sociedad.
Matrix, ha dicho William Irvin, “fue la película más filosófica que se haya hecho nunca: cada paso de su vertiginoso argumento puede ser puesto en conexión con algún problema filosófico. Si el mundo que conocemos no es más que un sueño virtual nuestro, ¿convierte eso la realidad en sueño? Si tuviéramos la posibilidad de salir de ese mundo real para regresar a otro más soñado pero menos agradable –tomar la píldora rosada- ¿sería un fracaso moral no hacerlo?”
Los argentinos parecen haber comprado el sueño de la píldora azul. Lo hicieron durante una década creyéndose los números falsos de las estadísticas públicas y transformando en realidad una película que desmentían las estanterías de los supermercados.
Pero, como dice Irving, entendieron -en un acuerdo pervertidamente colectivo- que tomar la píldora roja de la realidad era el sinónimo de un fracaso.
Los burócratas del kirchnerismo, que llevaban consigo la conveniencia personal del mantenimiento en el poder para seguir robando el Tesoro Público, por supuesto que estimularon por todas las vías la conservación de esas creencias y la repetición insalubre del relato.
Cuando surgían discusiones -como fue pública la que apareció alrededor de la inocultable pobreza que se caía de los ojos en decenas de villas miseria nuevas (durante el kirchnerismo crecieron el 300%)- los capitostes a cargo daban vuelta la tortilla del argumento y tenían la caradurez de contraatacar con argumentos tales como “medir la pobreza sería una manera de estigmatizar a los pobres”. Más pastillas azules para los giles.
Ahora, de regreso en el poder, y ante un hecho exógeno que les ha caído como anillo al dedo a sus ansias siempre hambrientas de “emergencias”, han generado otra realidad virtual; otra matrix de pastillas azules.
El objetivo mundial de “aplanar la curva” debe necesariamente apoyarse en números. Esas son las maravillas de las curvas: están hechas de gráficos de coordenadas basados en números.
Para arribar a esos números hay que medir los potenciales enfermos, como antes, para conocer los índices de pobreza, había que medir a los pobres.
No sé si el kirchnerismo habrá creado el concepto nuevo de la estigmatización de los enfermos (o de los argentinos en general) y por eso no testea en la cantidad mínima necesaria para tener estadísticas confiables y, con ello, una curva seria.
Pero lo cierto es que el país es uno de los que menos testeos hace en el mundo, menos de 400 por millón de habitantes. Chile hace más de 3.000, para tener una idea de un país cercano.
Aparecer en la televisión con filminas llenas de barras y gráficos basados en esta mínima cantidad de casos probados es completamente inconducente y trasmite una realidad de pastillas azules.
El tema es que ahora no hay por detrás unos números económicos que alguna administración eficiente podría mejorar luego. Aquí lo que está por detrás es la salud de todos nosotros. Y la salud económica también, porque si se sigue teniendo al país detenido simplemente por las dudas, porque, justamente, nadie sabe cuál es la realidad y dónde estamos parados, el derrumbe será mortal.
La sociedad debería exigir más temprano que tarde salir de la matrix. Es más, voluntariamente debería querer dejar de tomas pastillas azules y exigir el reparto a mansalva de pastillas rojas para que todos sepamos cuál es la situación verdadera y, en base a ella, empezar a tomar medidas racionales y no simplemente manotazos de demagogia populista.
Como siempre en las historias de engaños y relatos siempre hay dos responsables: el furtivo estafador a quien le conviene esparcir la mentira y el idiota receptor que ha considerado que es mejor creérsela.
El país debe reclamar seriamente que se multipliquen los testeos, que al menos alcancemos los niveles chilenos. El argumento de los costos de los reactivos también debería, de paso, remontarnos a la discusión de quién se robó los recursos que hoy nos faltan, después de haber vivido la década (entre 2004 y 2014) de condiciones internacionales para la Argentina más extraordinaria que se recuerde. ¿A los bolsillos de quién fue todo ese dinero? ¡Pastillas rojas por favor!