El Estado es siempre el artífice que busca la forma más cómoda de resolver los problemas que él mismo generó, siempre en detrimento de quien debería representar: el pueblo.
Las malas decisiones, la pésima administración, y la corrupción son, indudablemente, los males que durante décadas se encontraron gobernando a la Argentina y que atañen a toda la ciudadanía.
Las decisiones que se siguen tomando son desacertadas y el ejemplo más banal refiere a la aprobación de un plus pactado con el presidente de la Cámara de Diputados Sergio Massa y la vicepresidenta y mandamás de la Cámara de Senadores, Cristina Fernández; para que los empleados del Congreso que hayan acudido a trabajar durante la cuarentena cobren un plus de 69 mil pesos.
Ello mientras se busca debatir el impuesto a los grandes patrimonios, se realizan compras con sobreprecios y se incita a ser “solidarios” con los más vulnerables.
Partiendo de la base de esa idea, se le debería pagar un plus similar a todo el personal hospitalario y a los uniformados de fuerzas de seguridad. ¿Por qué ellos que sí trabajaron codo a codo con la situación pandémica del Coronavirus no tienen el dichoso beneficio que tiene un empleado del Congreso?
¿Por qué el farmacéutico, el periodista, el almacenero, el ferretero y todo aquel que tuvo que trabajar durante el plazo de la reclusión preventiva y obligatoria, no sólo no percibirá una ayuda tan “magistral” sino que además deberá pagar vía impuestos esta injusticia?
Se insiste, la manera de derrochar los recursos económicos que tiene el Gobierno es incesante, sueldos altísimos, una burocracia extrema que por consecuencia deja un Estado hiperbólico e insostenible, compras con sobreprecios que paga el contribuyente y en el marco de la pandemia, donde los mismos gobernantes que piden “solidaridad” generan un gasto faraónico e innecesario.
Sobre todo teniendo en cuenta que la puja distributiva está frenada, ningún empleado (sea del sector privado o público) se va a arriesgar a perder el trabajo en busca de una mejora salarial y, dicho sea de paso, esta es una de las razones por las cuales la inflación no se disparó aceleradamente.
Entonces, ¿Para qué? ¿Para qué generar mayor descontento que el existente? ¿Para qué seguir ofuscando al privado? ¿Para qué seguir jodiendo a la sociedad con medidas demagógicas? ¿Eso es lo que quieren, la desestabilización social?
Funcionarios amasando riquezas, Presos en la calle y la gente de bien encerrada y totalmente quebrada ¿Qué país funciona así? Venezuela, Cuba, Filipinas, entre otros ¿Acaso es allí donde se acerca el país? ¿A los típicos pseudoprogresistas con I-phone y Rolex? ¿Al totalitarismo gubernamental y la servidumbre de un pueblo?
El quiebre es inevitable. No falta mucho para que la sociedad diga “basta” de una buena vez y para siempre. Lo único que salva al Gobierno del caos es la pandemia y su consecuente cuarentena, cuando eso pase, el pueblo será el que salga a la calle a manifestar ese grito desgarrador que gurda en la garganta. Y cuanto más tiempo pase, esa voz, ese rugido se hará escuchar con más fuerzas.
Muestra de ello fue el cacerolazo que se organizó el pasado jueves a las 20 horas. 20 minutos ininterrumpidos de aplausos y golpeteos de una sociedad harta del cinismo, harta de ser el títere de la mala praxis política.
La indignación, el enojo, la rabia, la desazón, el desencanto y la desilusión desembocan ineludiblemente en un estado de intolerancia, y qué más peligroso que la intolerancia colectiva.
El Gobierno reinante está en la cuerda floja, porque hoy la gente quiere gritar, expresarse, ya no importan las consecuencias, porque será la propia sociedad quien se mueva con el impulso de la pasión, de los sentimientos que simplemente logran anudar el estómago.
Como dice el gran Himno Nacional, “coronados de gloria vivamos o juremos con gloria morir”.