“Dos luces creó Dios, la del primero y la del cuarto día, el cuarto día es la luz natural, la del primer día es una conquista… es vida profunda... auténtica”. Maestro del Talmud sobre el Genesis
Me consulta un hombre, un sabio para mí, que superó el supuesto “coronavirus” que en un primer diagnóstico se pensó que tenía. Superando los 70 tiene casi todos los años una neumonía a repetición que por esas situaciones de vulnerabilidades genéticas y biológicas tienen algunos. Su sistema broncopulmonar es su talón de Aquiles. Lo que casi todos los años cursa con mucha fiebre hoy en medio de la pandemia de COVID19 era un presunto paciente con “coronavirus”.
A Ángel, así se llama el paciente, lo conocí hace veinte años cuando entre vahos de cocaína y de wisky me anunciaba su derrota en donde como decía el tango en su sabiduría “por eso en tu total fracaso de vivir ni el tiro del final le iba a salir” (Desencuentro de C. Castillo y A. Troilo).
Se trató, se recuperó y en su rehabilitación reconstruyó un proyecto de vida. Fue una alegría volver a verlo en esta circunstancia. Recuperó como diría el maestro del Talmud la luz del Primer día: la conciencia de sí, la autenticidad. Aislado. Así vivió varios días pensando en su muerte inminente. En la Edad Media el mayor de los bienes terrenales era despedirse de los familiares en su casa y me cuenta que pensaba en su madre ya muerta, sus recuerdos infantiles con la luz mortecina de la sala como único testigo. Sus hijos. Su padre todavía vivo, su mujer. Todo estaba en un lugar inasible. No se podía despedir en la despedida final.
Pensó en Antonio Machado de “Buscando a Dios en la niebla”; “cuando llegue el último día del viaje y esté la nave que nunca ha de tornar estarás ligero de equipaje, casi desnudo como los hijos de la mar”.
Los romanos a los Cesares llenos de oropeles y omnipotencias le colocaban un sabio al lado que era como un augur que le repetía a cada instante “recuerda que vas a morir, recuerda el día de tu muerte”.
La autenticidad
Que vino a hacer Ángel conmigo; vino a compartir esos días inciertos y que también para mí son absolutamente inciertos porque no sabemos dónde está ese virus que mató a tantos chinos, americanos, brasileños, italianos, españoles. ¿Donde está? Es la muerte que está en todos lados y en ningún lugar. Esa muerte tan negada en la postmodernidad aparece de repente como inasible e incontrolable.
El hombre de hoy se sentía inmortal, negando su mortalidad y el coronavirus lo instala en el tiempo del fin en aquellos que quizás en el medio de la grandiosidad del Ego nunca se preguntaron por los fines. ¿Tengo deudas con el Otro o conmigo mismo? ¿Mas que gozar he vivido?
Tiempos de incertidumbre y además resbaladizos. Nada parece sólido, ni siquiera líquido sino gaseoso. Todo tiene una forma y volumen variable dice la Química y por ello es gaseoso. Todo fluye y es inasible, todo es variable.
Un pensador vasco y gran amigo Javier Elzo que supero el Coronavirus me escribe alborozado sobre su recuperación y me lanza su nuevo libro en donde dice “el problema clave en la relación con los otros es el reconocimiento; todo ser humano tiene una necesidad de reconocimiento y esto exige escucha” y Ángel vino a compartir conmigo su experiencia de la casi muerte; así como hace años se sintió reconocido hoy vuelve a reconocerse en esta experiencia postrera del final que lo lleva, paradójicamente, a renovar fines para su vida y repensar finalidades. Siempre como dice Machado “ligero de equipajes”.
Tiempos resbaladizos
El virus nos deja enseñanzas sobre nuestra fragilidad como lo decimos desde el inicio de esta pandemia en estas columnas y además que son tiempos resbaladizos. La seguridad se ennegrece ante las nubes de la incertidumbre y en nosotros ante lo resbaladizo de la situación económica y de las fragilidades empresariales y del Estado. ¿Seguiremos trabajando en el mismo lugar? ¿Seguirá nuestra empresa? ¿Se desvanecerán nuestros sueños de años de lucha? Todo parece resbaladizo. Gaseoso. Lo “solido se desvanece en el aire” como decían los pensadores marxistas en algún momento.
Pero el Corona es un llamado a la autenticidad como Ángel me decía mirando la luz mortecina de su sala de aislamiento, mientras entraban médicos y enfermeros con mascaras y batas especiales a entrevistar al peculiar y probable “apestado”.
Jesús con su sabiduría nos enseñaba “no tomes nada para el camino, ni bastón ni bolsa, ni pan, ni dinero, ni tengáis dos túnicas “(Lucas9). Era un llamado a la autenticidad. Despierta sintió Ángel después de su resurrección.
El examen de sus plaquetas y del hisopado lo revivió a Ángel, pero en realidad revivió en sus pensamientos y reflexiones solo ante la muerte ya “ligero de valijas casi desnudo, como los hijos de la mar”. Su resurrección fue anunciada porque pensó en su vida y en las finalidades.
Solo en la cama del sanatorio se le cayeron todas las máscaras me decía. Persona en griego quiere decir máscara; la mascara del padre, del empresario, del vecino, etc.; ahí quedó solo sin máscaras y ya desenmascarado en el sufrimiento no representaba. “Soy muchos cuando nazco y uno solo cuando muero” decía Paul Valery.
Ahí todo entre sueros y drogas que en realidad nadie sabía el efecto final que tendrían. Tiempos resbaladizos y de incertidumbre.
Le comenté a Ángel las reflexiones de un sabio budista que las titulé: el arte de comer cuando se come y que en su fabula enseña que los occidentales no vivimos, corremos; la cabeza siempre está en el momento siguiente, en la ganancia del próximo mes, en la conquista del mañana; en la compra y en la venta. Los jóvenes le preguntaron al maestro budista: ¿Y usted cómo vive? Y responde: “cuando como como, me concentro en eso estoy y eso es ser yo. El que vive lo que hace no se aburre nunca “.
El cielorraso de Ángel en el sanatorio le decía que se había vuelto “cosa”, se había olvidado de su infancia, de su vida. Volvió a mí para hablar de la autenticidad y eso parece ser la terapia hoy.
El despertar antes de morir
El crecimiento de Buda es una lección. El joven Príncipe Gautama fue protegido por su Padre del conocimiento de los males de la vida, de la enfermedad, la vejez, la muerte y de otras miserias. El padre quería un hijo que viviera en pura felicidad y bienestar.
Lo lleno de palacios. Pero cuando subió a recorrer la comarca vio ancianos, vio el dolor en las calles, la enfermedad y a un muerto en las calles y Gautama eligió el camino de un monje que abandonó el mundo para ayudar a otros. Así se llamó Buda que quiere decir “el Iluminado”. Despertó. Llegó a la sabiduría de la vida que comprende desde el Sol, la Noche, el Eclipse y los Arco Iris.
Quizás esta epidemia nos ayude a Despertar aun en estos tiempos resbaladizos en lo económico.