Pasaron algunas semanas durante las cuales algunos incautos vieron a Alberto Fernández como un ángel rubio de ojos azules, lo suficientemente iluminado como para sacarnos de las acechanzas del Covid-19.
Finalmente, hemos entrado de lleno en una triste “normalidad” populista y demagógica, como ocurre cada vez que el peronismo asciende al gobierno.
En efecto, las medidas correctivas para poder pagar nuestras deudas, dominar la inflación y salir del estancamiento perpetuo, parecerían ser políticamente imposibles, ya que volvemos a oír, una vez más, la misma cantilena de siempre: “El mundo tiene que entender que para pagar tenemos que poder desarrollarnos” (Alberto F. dixit).
Mientras tanto, la “maquinita” de imprimir dinero trabaja a tambor batiente; y las torpezas del gobierno aumentan día a día.
¿Qué significa esto? En buen romance, que la mayoría de la sociedad dice querer un sistema de gobierno democrático, pero por falta de cuidado, o cobardía, o falta de espíritu público, no está a la altura de los esfuerzos para desarrollarlo con inteligencia, preservándose de aventuras ideológicas.
William H. Hutt, quien ha debatido por años los problemas del capitalismo y la economía libre en su relación con la cuestión “social”, ha llegado a la conclusión que el problema más urgente en algunos países como el nuestro es restringir de alguna forma el proceso de la compra de votos, a través de los cuales los políticos ofrecen mayores retribuciones materiales (que no cumplen jamás o lo hacen imprimiendo dinero falso), mejores servicios sociales (robándose los fondos destinados a tal efecto) y precios estables (ejerciendo un torniquete sobre los mismos que, invariablemente, salta por el aire a los pocos días de haber sido impuesto).
Un político debería obrar siempre como un estadista y apoyarse en principios que apuntasen a objetivos de largo plazo; pero la mayoría de ellos en nuestro país toma disposiciones atadas con alambre para que permanezcan, al menos, durante su mandato, durante el cual se enriquece y enriquece a sus amigos… volviendo algunos años después de haberse ido, para ser votado nuevamente por los mismos a quienes defraudó.
En materia de principios básicos sobre economía, todos los peronistas y populistas que nos gobiernan desde hace por lo menos 50 años, no han comprendido que el papel moneda tiene valor en la medida que la gente suspenda su incredulidad y acepte que tiene “respaldo”.
Pero en la medida que ciertas situaciones apremiantes desvanecen la confianza, comienza una huida pública en masa hacia otros activos. En nuestro país hacia el dólar. Probablemente, porque tenemos una suerte de virtual sistema bimonetario imperfecto, que pretende paliar la licuación dineraria mediante diversos mecanismos de “fuga” de la legalidad.
Porque es bien sabido, que las preferencias temporales de un individuo – celebradas en su más estricta intimidad-, son las que deciden, en última instancia, el valor de la moneda en relación con el nivel de vida adecuado para su supervivencia.
En estos días de control pandémico -con efectos inflados vaya a saber por qué intereses-, en los que la comprensión pública sufre una “impase”, el gobierno de “los Fernández” está obteniendo un respiro transitorio.
Sin embargo, comienzan a advertirse sutiles “incomodidades” en distintos sectores sociales que desconfían del discurso oficial, alejándose de los incentivos sugeridos para elegir destino para sus ahorros y/o tenencia de efectivo, ya que el resultado de los mismos -bajo la forma del interés-, es demasiado pequeño para compensar una emisión descontrolada de un Estado que no rinde cuentas.
En el horizonte, aparece además la amenaza de un aumento de impuestos y servicios -anunciados en sordina-, una vez pasada la cuarentena.
Anteayer, el Banco Central le dio un nuevo “uppercut” a las transacciones legales vinculadas con el sistema bursátil de “contado con liqui”, limitándolo hasta casi asfixiarlo.
¿Cuánto tiempo aguanta este caos paralizante? ¿Tres meses? ¿Seis meses?
Nadie puede asegurarlo, porque el desbarranque de una economía mal diseñada se convierte en algún momento en un alud cayendo por la ladera de una montaña, donde la piedra chica no le pide permiso a la grande: simplemente la lleva por delante y se desliza por la pendiente a la misma velocidad.
La inflación y el desempleo, que ya asoman su cabeza, van a recoger sus víctimas entre muy distintas clases sociales y la miseria de los sueldos del mercado formal -que no acompañarán el deslizamiento de los precios como siempre-, provocarán con seguridad nuevos focos de descontento a los ya habidos, cuyas características son por ahora impredecibles hasta para el más avezado analista.
Nada de eso parece preocupar demasiado (a juzgar por los hechos) a la hydra de dos cabezas (Alberto y Cristina), que nos gobierna, secundados muy de cerca por “Figureti” Massa, en medio de un subibaja de valoraciones positivas y/o negativas que se inclina hacia uno u otro según sean las circunstancias.
El Presidente parece muy conforme con sus clases “científicas” ad hoc, en las que, munido de un deslizador de imágenes, muestra alguna sorpresa repentina ante los cuadros que le preparan sus “asesores”, quizá veinte minutos antes de sus monocordes parrafadas docentes, remedando sin disimulo las medidas que se toman en el mundo desarrollado, donde el supuesto peligro decae diariamente, haciéndonos dudar a muchos si se trata de una verdadera pandemia o una simple epidemia más. ¡Chi lo sá!
No puede disimular al mismo tiempo las ojeras y bolsas bajo los ojos que ni sus maquilladoras pueden ocultar. Son las que aparecen invariablemente en un individuo angustiado y perdido; y hasta la reluciente prótesis blanquecina de sus dientes superiores, ha ido desapareciendo de su rostro.
¿Cuál será el destino del Frente para Todos a corto plazo? ¿Qué trama en la oscuridad la “faraona egipcia”?
Milton Friedman solía señalar que existe una suerte de enfermedad “parkinsoniana” en el gasto público (ahora mismo se siguen designando empleados de distintas jerarquías a pesar de las limitaciones presupuestarias, (¡hola ex yerno de la ex Ella, Camilo Vaca Narvaja!). Esa ley dice que los dirigentes políticos “seguirán gastando todo lo que produzca un sistema de impuestos y se darán maña para agregar bastante más” (sic).
Eso es lo que aparece en el horizonte próximo.
¿Cómo imaginamos que seguirá la historia? Probablemente con más emisión y más postración para los que menos tienen.
Como esto viene sucediendo desde el advenimiento de los gobiernos peronistas o neo-peronistas (incluimos a algunos radicales, socialistas populistas y supuestos neokeynesianos tardíos), ha provocado que de tanto en tanto suframos un violento frenazo, una devaluación sideral y el consiguiente default de la deuda con nuestros acreedores.
Los peronistas en especial, que basan gran parte de su poder en los dirigentes gremiales (casi todopoderosos en el terreno de las eventuales “reivindicaciones” salariales), han llevado a que la sociedad toda se comporte como un gremialista en potencia para defender sus ingresos, porque el desafío de la inflación obliga a cada individuo a pelear contra el resto de sus semejantes.
Quizá no se esté calibrando debidamente el drama que significa que nuestra economía –por lo cerrada e ineficiente-, esté hoy ubicada en el ranking mundial junto a un lote de países casi desahuciados en materia de desarrollo, como Venezuela, Angola, Zambia, Cuba, Ecuador y Venezuela.
Un drama que nos permitió “integrar” a la pobreza a unos 10 millones de argentinos, que no desembarcaron precisamente en naves espaciales desde Marte o Saturno.
Frente a esta realidad, nos sorprendemos diariamente con novedades que nos llevan a pensar que algunas disposiciones tomadas por algunos miembros del gobierno rozan directamente con una manifiesta mala praxis. Como el insólito pedido de aumento de salarios para el personal administrativo del Congreso, que ha estado estos meses “tincándose el pupo”, como dicen los cordobeses.
La medida, propuesta por Cristina Fernández, evidencia una sola cosa: está buscando adeptos para consolidar un polo de poder a fin de combatir lo que no le gusta del gobierno de Alberto. Nada mejor en ese sentido, que tener “comiendo de la mano” a dependientes que agradecerán, de una u otra manera, los favores recibidos.
Veremos qué dice la oposición. O mejor dicho, qué consigue, ya que los K tienen una gran habilidad para controlar a la gente mediante dádivas y extorsiones “non sanctas”.
Sospechamos que ocurrirá algo de lo siguiente:
a) Aumento del desquicio en las funciones de un gobierno que no podrá cumplir con sus responsabilidades por su manifiesta ineficiencia.
b) Creciente coerción sobre la actividad privada.
c) Ausencia total de una vigilancia efectiva sobre los recursos dispuestos para paliar los efectos del coronavirus.
d) Fracaso en el control de la inflación y estancamiento económico mayúsculo.
e) Aumento de la presencia de grupos revolucionarios muy disciplinados e ideologizados, que trabajan para el fracaso de la democracia, tanto abierta como secretamente.
¿De qué otro modo habrá que señalar estas cuestiones para que sean correctamente evaluadas por “el gran pueblo argentino”? Y también, ¿cuánto nos costará salir del desbarajuste que se está incubando?
A buen entendedor, pocas palabras.