Ya son múltiples los costados por donde la relación del presidente con la vicepresidente choca por dos visiones diferentes del gobierno. No quizás respecto del horizonte de país, en donde puede haber más coincidencias que diferencias, pero sí en cuanto a la forma de gobernar y en cuanto a las decisiones por tomar.
Resulta obvio que Cristina Elisabet Fernández desaprueba el tipo de relación que el presidente construyó con Horacio Rodríguez Larreta, el Jefe de gobierno de la Ciudad. Su antipatía no se basa en ninguna explicación racional: Fernández simplemente odia a todos los que no están en su redil y tiene un rencor insuperable por la convivencia política civilizada.
Ya comentamos aquí el tweet que la vicepresidente escribió contra el Procurador General de la Ciudad, Juan Bautista Mahiques, acusándolo de haber “apretado” a la jueza kirchnerista Ana María Figueroa del Tribunal Oral Federal 2 para que reabriera la causa que había mandado a investigar Nisman por el Tratado con Irán. La misma jueza desmintió la afirmación de la arquitecta egipcia, pero eso no la refrenó para escrachar a Larreta en la red del pajarito.
Constantemente instruye a Axel Kicillof para que la ayude a bombardear esa relación del presidente con quien es una de las cabezas visibles de Juntos por el Cambio. Ella solo quiere rispidez y conflicto: todo lo que huela a paz la irrita sobremanera.
Alberto Fernández se haya concentrado en solo dos frentes de su gobierno: la pandemia y el acuerdo por la deuda. La vicepresidente, sobre el primero guarda silencio. Sobre el segundo, apuesta al default. Como ocurrió en marzo, Kicillof debe pagar un vencimiento de la provincia antes que a la nación se le venza el periodo de gracia para renegociar un acuerdo. Habrá que ver qué señal emite el lugarteniente de la presidente de la Provincia de Buenos Aires para tener una idea de lo que barrunta la jefa de la banda en el Instituto Patria.
Fue la línea de la cancillería que responde a la vicepresidente la que torpedeó y casi destruye la relación del país con el Mercosur. El bloque mayoritariamente quiere avanzar velozmente hacia la firma de tratados de libre comercio con Canadá, India, Corea del Sur y Líbano, pero el kirchnerismo se opone; quiere un país cerrado.
Esas líneas machacaron sobre la cabeza de Felipe Solá hasta que este se cortó solo retirando a la Argentina de la mesa de esas negociaciones. El presidente enfureció en silencio. Pero públicamente salió a bancar a su ministro. En los hechos reafirmó la pertenencia del país al bloque y retiró a Solá de todas las conversaciones con sus pares europeos y regionales.
Lo mismo acontece en prácticamente todos los ministerios. Las segundas y terceras líneas no le responden al presidente sino a Kirchner.
Así está ocurriendo con el tratamiento de las liberaciones de presos: el zaffarokirchnerismo con Pietragalla Corti y Mena como puntas de lanza fue el que armó los motines en las cárceles y el que impulsó las decisiones respecto de los que se fueron a sus casas.
Lo mismo sucede con las organizaciones sociales. Ellas le responden a CFK y desde Grabois a Pérsicco solo sueñan con presentarle batalla a cualquier iniciativa de moderación que parta de Balcarce 50.
Esta situación viene ocurriendo desde el primer día. El gobierno parcelado no tuvo un solo momento de respiro. Y es una situación que no puede perdurar eternamente. Debe resolverse de alguna manera en un plazo prudencial.
Un personaje que puede llegar a jugar el papel del fiel de la balanza en esta lucha por el dominio del gobierno es Sergio Massa. Hasta ahora el presidente de la Cámara de Diputados se ha mostrado como un soldado de Cristina. Se plegó a la intención inicial de la vicepresidente de mantener cerrado el Congreso. Solo cuando la presión social a través de los medios se hizo insoportable accedió a las sesiones virtuales contra las que todavía lucha “tecnológicamente”. Dice que no va a sesionar hasta que no le den garantías de que todo funciona.
No avanzó en ninguna medida que tendiera a solidarizar al sector político con la sociedad durante la pandemia produciendo un gesto empático de bajarse las dietas. Al contrario, junto a “la jefa” dispuso un aumento generalizado para los empleados del Congreso, mientras, en muchos casos, los médicos del sistema de salud que están luchando contra el coronavirus no solo no cuenta con el material profesional para enfrentar el contagio de una manera segura sino que en muchos casos han sufrido rebaja en sus ingresos.
Massa es un personaje peligroso por lo extraño. Se trepó a los gritos a cuanta tribuna símil “Cambiemos” (la típica escenografía de la tarima de 360° en forma de pastilla) encontró para desde allí prometer que cada vez que apareciera la ex presidente con intenciones de regresar, allí estaría él para frenarla.
De allí pasó a sellar un pacto a espaldas de sus seguidores -en una muestra cabal de peronismo de pura cepa: bien traidor- con la ex presidente (para quien el tigrense es un “hijo de puta”, textual de sus grabaciones legalmente hechas públicas por los medios cuando la Justicia lo autorizó) que le permitió a esta avanzar con su jugada de ungir a Fernández como candidato a presidente para mantenerse ella en las sombras y digitar a sus militantes con órdenes que emanan de la calle Riobamba.
Este entramado de “trabajos internos” es el que predomina hoy en el gobierno. La semana pasada los dos Fernández se reunieron a solas en Olivos. Nadie sabe lo que ocurrió allí. Sordos ruidos oír se dejan en las calles de una Argentina desgarrada.