El sábado a la noche, los argentinos observamos nuevamente una imagen que ya se está tornando familiar. Se confirmó lo que ya se sabía: una nueva prolongación del aislamiento social preventivo y obligatorio hasta el 7 de junio inclusive. Protagonistas de esa escena fueron el presidente Alberto Fernández y a los gobernantes de los distritos que concentran la mayor cantidad de habitantes del país y de afectados por la pandemia de Covid-19 (el 87,5% del total de país), el gobernador bonaerense Axel Kicillof y el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta.
Si bien el presidente atribuyó al éxito de la cuarentena que en 19 provincias el viernes pasado no se haya registrado ningún nuevo caso de coronavirus, no ocurrió lo mismo en Córdoba, Chaco, Río Negro, Buenos Aires y CABA. Es que estos distritos no lograron superar el objetivo propuesto por el gobierno nacional respecto de la duplicación de casos de coronavirus cada 25 días, que habilitan el acceso a la fase cuatro, de reapertura progresiva y con un 75% de movilidad.
En el caso específico de AMBA, hubo un retroceso y la situación es especialmente preocupante dado que los casos se multiplicaron por cinco en los últimos 15 días y se encaminan hacia el tan temido “pico”. Por esta razón entre los principales anuncios se encuentra la decisión de fortalecer los controles en el transporte público y de restringir el tránsito no esencial. Todos aquellos que realicen tareas esenciales o exceptuadas deberán tramitar o renovar el Certificado Único Habilitante de Circulación (CUHC) hasta el 29 de mayo a través de la aplicación Cuidar, que será de uso obligatorio en la provincia de Buenos Aires.
Este será el único certificado válido para transitar en el área metropolitana por lo que a partir del 30 de este mes dejan de tener vigen cia los certificados otorgados previamente. Además, en CABA se limitará el acceso a determinadas zonas comerciales para evitar la aglomeración de personas y se mantendrá el esquema de comercios barriales de cercanía y las salidas recreativas con los niños los fines de semana. También se aumentarán los testeos en todos los barrios donde ya se han detectado casos positivos y se seguirá poniendo el foco en los más vulnerables y en los adultos mayores, principales víctimas fatales de esta pandemia, ya que el promedio de edad entre los fallecidos en la ciudad es de 76 años.
Sin embargo, esta conferencia de prensa se destacó por algunos temas ciertamente polémicos. En primer lugar, sorprende el manejo poco responsable (¿manipulación?) de los datos presentados por el presidente Alberto Fernández durante su exposición. Como ya es costumbre, se valió de “filminas” para explicar mejor las razones de esta nueva extensión de la cuarentena, pero aquellas que comparaban la situación de Argentina respecto de la de otros países de la región contenían numerosas estadísticas erróneas.
De ello se hicieron eco las redes sociales, llegando incluso el propio embajador de Chile en Argentina, Nicolás Monckeberg Díaz, a rectificar las cifras informadas por el gobierno argentino: “La tasa de fallecidos en Chile es de 3,5 x100 mil habitantes y no de 98,5 como señala el siguiente gráfico que mostraron”, fue el primero de una serie de tweets (ver al pie).
Aparentemente los datos asignados a Chile correspondían a Perú y los de Uruguay a Paraguay (que también se quejó, aunque con un tono menos incisivo). Esto provocó la necesaria aclaración respecto de la información presentada por el Ministerio de Salud de la Nación acerca del cuadro comparativo de la tasa de mortalidad e incidencia de casos confirmados de Covid-19, que estaba expresada por millón de habitantes y no por 100 mil, además del error en la rotulación de los países, con las consecuentes disculpas a los países mencionados. Aunque esto no calmó la catarata de tuits que cuestionaban la poca rigurosidad en el manejo de los datos y las habilidades del “gobierno de científicos” con sus manifiestas dificultades en la confección de gráficos. El profesor Fernández seguramente aplazaría a cualquier alumno que en la facultad cometiera errores semejantes. Evidentemente, alguien de su extenso equipo necesita aprender a manejar una sencilla plantilla de cálculo. O hacer revisar los cuadros por alguno de los excelentes profesionales que tiene por ejemplo el INDEC.
En segundo lugar, el discurso de unidad nacional y de superación de la grieta, que trató de defender en el comienzo de la conferencia de prensa tanto el presidente como el jefe de gobierno porteño, con el ejemplo de trabajo coordinado entre nación, provincia y ciudad, se fue desdibujando cuando tomó la palabra el gobernador de Buenos Aires. Es sabido que los equipos se rompen si hay personalidades que no pueden evitar diferenciarse. A Kicillof le encanta escucharse a sí mismo. El problema es que no estaba sólo o con su disciplinado grupo de trabajo, que ya está habituado a sus extensas explicaciones y encendidas diatribas, sino que exponía frente a la prensa y sobre todo de una ciudadanía muy preocupada por la pandemia y por su futuro que no tenía ninguna necesidad de soportar su desubicado discurso de barricada.
Puede que también extrañe dar clases: Kicillof se extendió por 21 minutos, (mucho más de lo utilizado por el presidente o por el jefe de gobierno porteño en sus exposiciones), en donde no sólo volvió a cargar las tintas sobre lo poco hecho en el área de salud por la gestión de María Eugenia Vidal, sino que fue más allá incluso de los últimos cuatro años, hasta el nacimiento mismo de la provincia que gobierna desde diciembre. Comenzó con “Recibimos la Provincia en estado de abandono, con obras paralizadas en cuatro hospitales”, continuó con “Nosotros ampliamos una estructura de salud que estaba deteriorada”, para cerrar con “Hicimos en estos dos meses lo mismo que se hizo en los últimos doscientos años”.
Es bastante singular la visión que tiene de su propia administración: no sólo cree que hizo más que Bernardino Rivadavia y Juan Manuel de Rosas juntos, sino que con su crítica puso en tela de juicio las gestiones de varios gobernadores peronistas, desde 1983 hasta 2015, entre los que se encuentran Antonio Cafiero (abuelo del actual jefe de Gabinete), el canciller Felipe Solá y el embajador designado en Brasil, Daniel Scioli.
¿A quién le hablaba Kicillof? ¿Puede que su forzada mención a Máximo Kirchner busque despejar los rumores de una potencial puja por una eventual candidatura presidencial? ¿O era simplemente orientado a mitigar el avance de la Cámpora dentro de la desvencijada estructura burocrática de la provincia? Puede que simplemente Kicillof haya buscado compensar con tantas palabras ya sea las preguntas que no puede contestar, ya sea las genuinas demandas de los ciudadanos bonaerenses que no puede ni podrá satisfacer.
Para peor, eso tono inadecuado y poco profesional terminó contagiando al propio presidente, que al pasar mencionó que durante la gestión de Cambiemos “ni siquiera existía el Ministerio de Salud”, ante la actitud estoica de Horacio Rodríguez Larreta, que escuchaba impávido. Es cierto, se trata de un inexplicable lugar común suponer que la jerarquía de cualquier área de política pública está dada por la existencia de un ministerio. Hasta la propia cadena agroindustrial, la más competitiva y globalizada del país, reaccionó desencantada cuando durante la administración Cambiemos se “degradó” Agroindustria a una mera secretaría de Estado. Vale la pena recordar que hemos mantenido desde 1983 a la fecha un ministerio de Defensa que en todo caso se ocupó de administrar un consecuente desfinanciamiento de las Fuerzas Armadas, una de las pocas políticas de Estado consensuada entre los distintos gobiernos de esta transición. Lo contrario ocurrió con la política educativa: ahí el presupuesto aumentó, pero la calidad de la educación se deterioró significativamente. Ni hablar de otras carteras como Justicia, Seguridad, que prueban que haya ministerio o no es claramente irrelevante, o incluso la paradoja que se da con el ministerio de Turismo y Deporte, en un momento donde por razones obvias no puede haber ni lo uno ni lo otro.
Por último, debemos analizar el triste episodio generado ante el requerimiento de una periodista que pidió un mensaje para aquellos argentinos que sentían "angustia" ante esta nueva extensión de la cuarentena por la pandemia de coronavirus en Argentina, que provocó una inexplicable sobrerreacción del presidente Alberto Fernández. Visiblemente molesto contestó: “¿Es angustiante salvarse? Angustiante es enfermarse; no salvarse. Angustiante es que el Estado te abandone; que el Estado no esté presente". A lo que agregó con un duro tono admonitorio: "Estamos en una pandemia que mata gente, ¿lo entendemos? estamos en una pandemia de un virus desconocido ¿lo entendemos? estamos en una pandemia de un virus que no tiene vacuna, ni cura, ¿lo entendemos?". Esta asertiva afirmación del presidente fue una respuesta innecesariamente agresiva (más que “política”) cuando lo natural hubiese sido empatizar con la entendible pesadumbre, incertidumbre y angustia de millones de conciudadanos. Además, que el gobierno pretenda delimitar las causas de la angustia no solo resulta insólito, sino que, además, pone en riesgo el voto de la comunidad psicoanalítica y afines, en un país como el nuestro en donde ese electorado no es para nada despreciable.
Es sin embargo comprensible la frustración de Fernández, sometido a infinidad de presiones de todo tipo y genuinamente comprometido a acotar lo más posible el número de muertes. Pero hay que cuidar la palabra presidencial, tanto en cantidad como en calidad. Y recordar que la crítica, aunque despiadada, suma; que es fundamental alimentar el disenso y fortalecer la democracia deliberativa en un clima de tolerancia y respeto por todas las opiniones, sobre todo las que cuestionan el poder de turno.
Debo rectificar error en información publicada por @CasaRosada en reciente punto de prensa. La tasa de fallecidos en Chile es de 3,5 x100 mil habitantes y no de 98,5 como señala el siguiente gráfico que mostraron: (abro hilo) pic.twitter.com/0uUFO5Tta7
— Nicolás Monckeberg Díaz (@nmonckeberg) May 24, 2020