A
la ocasión la pintan calva, reza el proverbio.
El
apoyo político de la izquierda latinoamericana a las demandas de los
inmigrantes ilegales en EE.UU., en este año, puso sobre el tapete algo más que
la supuesta solidaridad internacionalista obrera.
Mientras
en los 90´s repudiaban por apátridas e individualistas a quienes huían de
Latinoamérica para no vivir muriendo (incluidos miles de progres desolados), desaparecido
por entonces el contexto alienante de los 70´s que pregonaba morir
para vivir, ahora han vuelto al clásico cliché
de la solidaridad latinoamericana en versión marxista, cuando los
totalitarismos de ese cuño han caído estrepitosamente por su propios defectos,
o se han transformado, o lo harán muy pronto.
Pero
si ahora no postulan la toma del poder es sólo por la obligada admisión de su
inviabilidad práctica y no porque la hayan descartado. Sin embargo, la
emergencia de aquel movimiento migratorio con base en Méjico ha renovado su
excitación militante en tanto las comunidades hispanas en EE.UU. son un
formidable campo para el internacionalismo anticapitalista -onda trotzkista-,
sintetizado en la frase “cuanto peor,
mejor”.
Sin
embargo, los emigrados, ilegales o admitidos, tienen una larga historia de
padecimiento de nacionalismos fracasados como para no prestarse a secundar hipótesis
fantásticas que sólo sirven para efectuar digresiones como ésta; algo que no
figura en la agenda presidencial mejicana pues con el saldo social negativo que
le deja a Méjico el aumento de las exportaciones a costa de la pérdida y
precarización de empleos en las maquiladoras multinacionales no tiene margen
para grandes engaños sino para los pequeños pero crónicos y estructurales,
propios de la política mejicana.
Dado
el novedoso cariz socialista del hasta hace poco fascista Chávez con su famoso “grito
de Buenos Aires” -aquel de la muerte
del capitalismo- era previsible la aparición de semejante “solidaridad
internacionalista”.
Sin
embargo, a despecho de las obsesiones marxistas latinoamericanas, aquellos
inmigrantes no plantean la lucha de clases en suelo ajeno sino las necesarias
reformas sociales para la convivencia democrática. Nada obsta a esa determinación,
ni siquiera que algunos de sus compatriotas residentes legales y propietarios de
pequeñas empresas también les paguen la cuarta parte del salario debido, ni
tampoco las amenazas y persecuciones de sectores reaccionarios.
Tal
determinación demuestra que su emigración obedece al agotamiento de su
confianza en las formas de lucha política y social de su patria de origen, tan
sesgada por todo tipo de violencia. Intuitivamente perciben que cualquier
alternativa fuera de la democracia es violenta, totalitaria y falsamente
socialista ya que no existe socialismo sin libertad, y lo que bajo esas
condiciones y modalidades así se presente y autodesigne ha de ser fatalmente un
nuevo engaño.
Pero
lo que asombra es el oportunismo de la reflotada solidaridad de izquierda con
los mejicanos, más aun, con los latinoamericanos, pues es contradictoria con la
fidelidad a sus mentores intelectuales, a sus libros y sus escritos dispersos,
si nos atenemos a que, por ejemplo, Federico Engels, coequiper de Carlos Marx,
consideró afortunado que “la magnífica California fuera arrebatada a mexicanos flojos que no
sabían qué hacer con ella”, y
que “constituye también progreso el que
un país ocupado hasta hoy exclusivamente consigo mismo, destrozado por
perpetuas guerras civiles y deprivado de todo desarrollo[…] sea arrojado por
la violencia al movimiento histórico. En
interés de su propio desarrollo, México estará en el futuro bajo la tutela de
los Estados Unidos”.
Pero
lo peor de todo lo constituye la biografía de Bolívar escrita por Carlos Marx.
Su lapidaria y despectiva caracterización de aquél como “el canalla más cobarde, brutal y miserable”, “el verdadero Souluque”, aludiendo
al emperador haitiano con el que intentaba ridiculizar a Luis Napoleón III, y
la consideración de que “la
fuerza creadora de los mitos, característica de la fantasía popular, en todas
las épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres. El ejemplo más
notable de este tipo es, sin duda, el de Simón Bolívar".
El
sospechoso silencio del advenedizo discípulo venezolano, necesitado de un
mentor histórico propio para su actual “revolución bolivariana”, del mismo
modo como hiciera Castro con Martí, no puede menos que obedecer al peor
oportunismo político ideológico.
Esos
conceptos marxistas y otros similares son desconocidos por los pobres de América
latina, variable de ajuste clásica de las apelaciones tanto oligárquicas como
seudo progresistas a luchar y morir por la patria.
Las izquierdas, por su parte, parece que no se enteraron; sin embargo, no
es así: se conocen sesudos intentos postmarxistas explicativos y exculpatorios
en la segunda mitad del siglo XX que adicionalmente convalidan la simpatía de
reformistas y revolucionarios con las oligarquías latinoamericanas seudo
liberales durante todo ese siglo.
Pero
sí llama la atención que quienes se han identificado en algún momento con el
nacionalismo revolucionario latinoamericano, en principio no fundado en fuentes
marxistas, como es el caso del primer comandante Chávez, hoy busque representar
la síntesis ideológica de ambas vertientes en lugar de mostrar sus profundas
contradicciones.
Por
cierto, no es la primera vez que ello sucede. En 1972, en Argentina, otro
oportunista y “comandante”, un guerrillero que decía ser peronista y que
tenía 24 años, la edad en que Napoleón fue ascendido a general en el campo de
batalla, trabajaba en la futura unidad de todas las organizaciones guerrilleras
sudamericanas, marxistas y no marxistas. Con tal de coronar su sueño de
convertirse en el conductor máximo de la coordinadora guerrillera había
aceptado una grave exigencia de las organizaciones marxistas: Montoneros
renunciaba a la tesis de los dos
imperialismos, fundamental por entonces para los peronistas y los tercermundistas.
El
triunfo parecía cercano. Mientras se probaba el futuro uniforme de gala
comenzaba a sentirse y a actuar como general.
Hoy
es un desterrado voluntario.
Bocazas
va por el mismo camino. Los
charlatanes son los primeros que huyen…¡con el pretexto de que servirán para
otra guerra…!
Carlos Schulmaister