A esta altura, está de más advertir que el presidente Alberto Fernández es un tipo demagogo, sin embargo, demostró serlo a un nivel inusitado.
No hay mayor muestra de ello que el hecho de haberse asociado con la misma persona que, durante una década, no dejó de despotricar cada vez que le ponían un micrófono en frente.
Pero más allá de eso, en el conjunto de medidas que toma –casi siempre con la figura de su vicepresidenta Cristina Elizabeth Fernández haciéndole sombra- parece no ponerse de acuerdo con él mismo terminando anteponiéndose a sus propios dichos.
En lo teórico, muchas de sus palabras suenan lindas, embellecedoras. Incluso, en ocasiones, merecen el aplauso y el respeto, como por ejemplo, cuando dijo que lo que había planteado la diputada Fernanda Vallejos era una “locura”.
La legisladora nacional propuso que el Estado se quede con una parte accionaria de las empresas a las cuales asista durante el lapso que dure la cuarentena. Ciertamente relajó que el jefe de Estado se interponga ante tales abrumadores dichos.
No obstante, ese impaz para con los empresarios –a quienes supo desmerecer hace poco tiempo atrás-, duró poco y casi nada. Sólo unos días después evocaba la expropiación de Vicentin, una de las mayores empresas agroexportadoras del mundo.
Pero el primer mandatario no deja de ser el dueño de sus palabras, más allá de que en los hechos demuestre en muchos casos que no se puede confiar en lo que sale de su propia boca.
“Deberíamos volver a la cuarentena absoluta” manifestó el miércoles pasado en diálogo con Radio 10, generando más desconcierto que la certeza que podrían haber producido sus palabras.
Ciertamente lo dijo en potencial, pero nada se puede asegurar a la hora de tener en cuenta las palabras de Alberto Fernández. ¿Será que su equipo de asesores aún no entienden la lógica política o acaso es el presidente quien hace oídos sordos?
¿O será acaso que decidió resolver la expropiación de Vicentin por el simple hecho de estar íntimamente relacionada con el macrismo? Es dable recordar que no sólo se le otorgaron préstamos de forma discrecional a través del Banco Nación durante de presidencia de Javier González Fraga, sino que además, desde allí, se aportó dinero a la campaña presidencial de Mauricio Macri. Es necesario insistir ¿No será una cuestión ideológica?
De todas formas no deja de ser una pregunta insignificante, claramente Alberto no está a la altura de las circunstancias y ello, de a poco, le va jugando muy en contra. Sólo debe verse como día tras día y sin solución de continuidad va perdiendo el aval social que en algún momento supo llegar al 93%.
Para que no quepa duda de que algo en la comunicación presidencial viene fallando, llegó a admitir, en una entrevista brindada a Radio Metro, en el programa conducido por Matías Martin, que “en una tarde me devoré toda la serie”, en alusión a la ficción Casi Feliz creada por el cómico Sebastián Wainraich.
Ello generó cierto descontento en una parte de la población ya que, según señalaron varios usuarios de redes sociales, el país está en una situación compleja en varias materias (económica, fiscal, social, sanitaria, entre otras) y el presidente se dedica a mirar series como si no tuviera trabajo que hacer.
Nuevamente, el equipo de comunicación, que conduce Juan Pablo Biondi, falla en contra de Alberto Fernández.
Está a la vista de todos que no existe plan, pero no sólo para lo tendiente a la parte económica, tampoco lo hay en ninguno de los tópicos que puedan manejarse desde el Gobierno.
¿Será que Alberto no comprendió la debilidad que ello demuestra desde las esferas más altas de poder? ¿O será acaso que las decisiones las toma otra persona, CFK claramente?
Más allá de esa respuesta -obvia-, la debilidad del oficialismo quedó expuesta desde el día uno, y las dudas sobre la idoneidad de los funcionarios, y sobre todo la del presidente, continúan in crescendo.