“En la lucha entre tu y el mundo ponte de parte del mundo”. (Kafka que nos llama a deponer el narcisismo y aprender a escuchar lo que sucede)
El 26 de junio se conmemoró el Día Internacional de Lucha contra las Drogas en medio de este recordatorio mundial las dos epidemias chocan y el AMBA hoy es un testimonio de ello.
AMBA resume casi 2.000 barrios de condiciones miserables en donde viven o superviven millones de personas. Ahí el COVID19 hace estragos como también lo hace el consumo inveterado de drogas como el crack, la nicotina, la marihuana, el vapeo de sustancias inhalables, los opiáceos , la metanfetamina y la cocaína en sus diversas formas. Al lado de ello bandas que utilizan a los propios consumidores con fuerzas de choque que imponen sus propias Leyes.
Las respuestas de los Estados provinciales, municipales y el Nacional son enormes, pero parecería que todo es poco. Es que hay un choque de virus algunos antiguos como las drogas en su versión epidémica desde hace 20 años, la pobreza marginalizada, la aglomeración contaminante con todas las traumáticas inimaginables como el abuso, la violencia, el incesto incluso, etc.
La Iglesia, el Covid y el desamparo adictivo
La propia Pastoral de Adicciones y Drogadependencia (documento de esta semana) no sale de su asombro por el aumento de consumo de drogas durante la cuarentena. Sale a la luz todo precisamente cuando la inermidad simbólica de muchos no encuentra salida más que en la circunstancial fuga hacia la autodestrucción.
Recuerda este documento -sugestivamente poco publicitado en los medios- que es el Dia Mundial de Lucha contra las Drogas y se encuentra en sus lugares de reparo y amparo con adictos en fuga imposibles de controlar y muchos con riesgo de Covid o ya con Covid.
Adelanté la semana pasada lo que sucede en algunos de los paraderos del AMBA; adictos que viven en la calle son cuidados en lugares deportivos pero la hiperkinesia y la ansiedad de la abstinencia les impide quedarse, o hay violencias con otros. En realidad, esos lugares deberían ser comunidades terapéuticas -instrumento científico probado de contención -con operadores, psicólogos entrenados e incluso con psiquiatras que conozcan los vericuetos de las abstinencias y las angustias de las dependencias.
Piden los sacerdotes que a la entrada a estos reparos y sitios que tiene la Iglesia se certifique el Covid negativo. Hoy consumir drogas es sospecha de riesgo de Covid, aunque sea joven. El sistema respiratorio está dañado por el crack, la marihuana la nicotina; los opiáceos dañan la capacidad pulmonar y la oxigenación pulmonar y los estimulantes como la cocaína y la metanfetamina alteran el circuito cardio-cerebro vascular. Por ende, el sistema inmunológico quedó en condiciones deficitarias para resistir la circulación comunitaria del virus.
El documento eclesial busca testeos de COVID (en Almagro en una residencia religiosa de amparo hubo 25 infectados) pero es más lo que en mi humilde opinión hace falta ya que muchos son adictos en fase crónica y necesitan una atención especial; de lo contrario estos centros son entrada y salida para búsqueda de comida o incluso de entrada de drogas.
La propia Organización Panamericana de la Salud (OPS) a principios de Junio determina en un documento titulado situación actual y desafío de los países de América Latina, el Caribe y la Unión Europea que la respuesta al COVID exige una mayor atención a la salud mental y a las adicciones (Luiz Alfonso-Asesor Regional) ya que los usuarios de drogas son un grupo de alto riesgo por combinación de características demográficas, vivir en medios adversos y otras condiciones concurrentes. Hay marcado aumento de uso de cannabis -dice, y hay que tratar de acercarse a estos colectivos.
Los faltantes de droga en el mercado se han sustituido por vías marítimas siendo los puertos un factor esencial para el contrabando necesitado. El mercado digital de venta se ha expandido sigue diciendo la OPS.
Chocaron las 2 epidemias COVID y drogas al lado de una pobreza con hacinamiento, aglomeración, vida en la calle y con un default cultural asombroso en nuestro país en donde se llegó a alabar como sociedad el consumo de drogas como algo no dañino para la salud; en fin, es el drama que nos toda enfrentar. Las drogas en su versión epidémica aparecen con fuerza desde los 2000 y la ocultamos de mil maneras, pero ahora aparece el COVID.
Hoy los adictos tienen muchas dificultades de atención: los centros sanitarios en sus guardias se dedican a los problemas urgentes de la epidemia y son pocos los que pueden dar una mínima desintoxicación, los centros de mayor complejidad en adicciones están llenos o con muchas precauciones para atender pacientes si no tienen el certificado de COVID negativo. Los propios pacientes no se acercan a los hospitales para una mínima desintoxicación que les permita seguir luego drogándose (porque así parece ser la historia) por el temor al contagio.
Ergo los datos que mostramos la semana pasada nos muestran un aumento de consumo (estadísticas de Universidad de Córdoba y del Instituto Gino Germani) con múltiples bocas de entrega a través del “take away” o con mensajerías especializadas a través de chats, Instagram, Facebook, etc. Además, más caras porque las rutas están más custodiadas y por ende con un delito “más a la mano” para conseguirlas.
Drama y/o tragedia
Según los griegos la vida es drama o tragedia. En el drama hay lucha, resistencia, agonía, esperanza con desesperación, pero es la vida que busca vivir; en la tragedia el desenlace está dado. En una antropología cristiana la vida es cruz, apocalipsis, resurrección, esperanza y salida. Así somos. Hay que pelearla, pero sin negar las consecuencias ni lo que sucede. Veamos y abramos un poco la ventana de lo que ahí -en el AMBA- sucede:
1. Las condiciones de vida de los jóvenes de barrios informales del AMBA (barrios críticos del conurbano y de la periferia de la Ciudad de Buenos Aires) se encuentran muy deterioradas. La mitad de estos jóvenes viven en hogares con Necesidades Básicas Insatisfechas (50,7%) y bajo la línea de pobreza (50,6%). Estas condiciones se agudizan entre las mujeres, especialmente aquellas que tienen responsabilidades familiares y las que no se encuentran ocupadas y no asisten a establecimiento educativo.
2. En lo que respecta al tipo de hogar, solamente un tercio de los jóvenes (33,6%) vive en un hogar nuclear biparental. Las mujeres son quienes tienden en mayor medida a residir en otro tipo de hogares. A su vez, el 36,1% de los jóvenes tuvo algún problema grave durante su infancia y/o adolescencia, y el 29,5% algún problema moderado. El 7% de los jóvenes no posee redes de contención familiar, condición que se agudiza entre los varones que no estudian ni trabajan.
3. Estos jóvenes se encuentran en gran medida excluidos del sistema educativo formal, y ocupan un lugar subalterno en el mercado laboral. Solo 1 de cada 3 (35,2%) logró completar sus estudios secundarios, y solamente el 7,4% accedió a estudios terciarios o universitarios. Su situación ante el mercado laboral no es mejor: El 29,3% se encuentran inactivos.
4. La mitad de los jóvenes (49,9%) fumó alguna vez en la vida, y el 40,1% fumó durante el último mes. El 57,4% consumió alcohol durante el último mes. Más de un tercio de ellos (35,6%) lo hizo con una alta frecuencia (varias veces por semana). El 11,3% muestra síntomas de consumo problemático. El 43,7% de los jóvenes probó drogas alguna vez, el 27,3% consumió durante el último año, y el 22,1% en el último mes. Los varones son mucho más proclives al consumo de drogas que las mujeres, especialmente aquellos que no completaron sus estudios secundarios, quienes no estudian ni trabajan y los que tienen responsabilidades familiares.
5. La droga ilegal más consumida es la marihuana, prácticamente coincidiendo con el consumo de drogas en general (41,7% probó alguna vez, 27,3% consumió durante el último año y 21,4% en el último mes).
Cuando termine la pandemia –en la llamada post-pandemia– todo acabara cuando llegue la vacuna tan deseada y buscada o enfrentaremos el problema de las drogas con la fuerza que se merece. Es el drama como lucha -dirían los griegos -para aminorar los efectos de la tragedia.