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El ambiguo Procurador de la Nación

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QUIÉN ES ESTEBAN RIGHI
QUIÉN ES ESTEBAN RIGHI

El procurador General de la Nación Dr

 

    Podría escribirse aquí que este personaje es uno de los abogados penalistas mejor cotizados de Buenos Aires. Que ha progresado y prosperado en la profesión. Que es profesor universitario aquí y en México, y hombre de consulta más allá de esas fronteras. Y se estaría diciendo verdad.

    Podría escribirse también que es un extraño fanático del fútbol americano, ese juego de códigos encriptados que aprendió a entender y apreciar en sus largos años fuera de la Patria. Que pasa horas frente al televisor para ver cómo esos gigantes acorazados corren, saltan y chocan como demonios. Y que detiene el mundo cuando se juega la final de la temporada, el Superbowl. Y se estaría diciendo verdad.

    Pero pocas son más verdad acerca de nuestro personaje que las palabras dichas por él hace 31 años y que aún hoy lo persiguen como un estigma político.

    Hablamos de Esteban Justo Antonio Righi, alias Bebe, chaqueño de Resistencia, 65 años, tres hijos, egresado del Liceo Militar, doctor en Derecho Penal y Criminología. Fue ministro del Interior durante el brevísimo gobierno peronista de Héctor J. Cámpora entre mayo y julio de 1973 y ahora es el procurador general de la Nación, a propuesta del presidente Kirchner y con su aprobación encaminada en el Senado.

    Fue en la audiencia pública del Senado, esta semana, cuando Righi sacó a relucir aquellas palabras que lo marcaron, las que pronunció ante la plana mayor de la Policía Federal el 5 de junio de 1973 y por las que hoy, todavía, tiene que rendir cuentas. Lo hizo al responder a las dos impugnaciones que recibió su candidatura a la Procuración, que al mismo tiempo cosechó ochenta adhesiones.

    ¿Qué dijo Righi que hace 31 años sonaba revolucionario?

    Por ejemplo, que los deberes de la Policía son "respetar a sus conciudadanos en cualquier circunstancia, considerar inocente a todo ciudadano mientras no se demuestre lo contrario, comportarse con humanidad inclusive frente al culpable". Y también les dijo a los jefes policiales, a la salida del gobierno militar iniciado por el golpe de Estado contra el radical Arturo Illia en 1966, que "ningún atropello será consentido, ninguna vejación a un ser humano quedará sin castigo, en la Argentina nadie será perseguido por razones políticas". De tan elemental, asusta.

    Claro que esas palabras, que hoy cualquiera podría suscribir, tienen impregnado el recuerdo de otros tiempos, que les dan otra dimensión. Tiempos de la lucha por el poder entre las distintas facciones peronistas de los 70, de la violencia como método de acción política, de las organizaciones paramilitares y la guerrilla, y finalmente, del terrorismo de Estado como vehículo para imponer un modelo económico, político y social. Righi, entonces, marchó al exilio.

    Pasó diez años en México, con la nostalgia malamente remendada por las cintas con los tangos de Susana Rinaldi y El Polaco Goyeneche, que le hacían compañía en los interminables atascos de tránsito del Distrito Federal. Allí fue docente en la Universidad Autónoma y desde entonces es de los que se llaman a sí mismos argenmex, por agradecimiento al país que lo cobijó y para no estar tan lejos de su nieta mexicana.

    A su regreso, con la democracia, ganó por concurso la cátedra de Derecho Penal en la Universidad de Buenos Aires. Abrió su estudio y siguió siempre vinculado al peronismo.

    Una crónica de octubre de 1998 lo rescata entre los participantes de un hecho que no llamó demasiado la atención en su momento. Fue la creación del Grupo Calafate, un conglomerado de políticos, intelectuales y técnicos pensado por Eduardo Duhalde como "usina de ideas" para su enfrentamiento con Carlos Menem y finalmente utilizado como plataforma de despegue por Néstor Carlos Kirchner, anfitrión de aquel encuentro inaugural.

    Righi es autor de nueve libros. Entre los más notorios hay uno, de 256 páginas, que puede adquirirse en las librerías especializadas al módico precio de 88 pesos. Se titula Derecho Penal. Y está escrito en coautoría con aquel joven abogado a quien Righi invitó a ser su profesor adjunto en la UBA hace casi 20 años: se llama Alberto Angel Fernández y puede ser ubicado en Balcarce 50, Casa Rosada, primer piso, despacho del jefe de Gabinete. 

 

Andrés Martín

 

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