Admitamos que hay razón para el alboroto que se armó esta semana luego de que un diputado de la Nación se pusiera a besar las mamas de una joven en plena sesión. No es algo que se ve todos los días por la tele. Ni en cualquier parlamento del mundo.
Sin embargo, no deja de ser un accidente. Después de todo, aparentemente, la acción entre los dos adultos era consensuada. Y el diputado salteño Juan Ameri no sabía que estaba conectado. No hubo, delito, ofensa, ni intención de ofender a nadie. La reacción del presidente de la Cámara, Sergio Massa, de exigirle la renuncia a Ameri, tal vez haya sido exagerada. Un diputado votado por el pueblo soberano es forzado a renunciar a su representación democrática porque un grupo de diputados de su propio partido se siente ofendido o cree que mantenerlo en una banca le hará pagar un enorme costo político. Ojo con eso. En serio.
El escándalo de las mamas parlamentarias, antes bien, puede terminar diluyendo bajo una montaña de memes y chistes, otro escándalo mayor que sería mucho más interesante discutir: ¿Cómo puede ser que alguien con el currículum vitae de Ameri llegue a ser diputado de la Nación en la Argentina? No se trata de juzgar a votantes ni a candidatos, ya que eso refutaría la regla democrática: todos tenemos derecho a votar y a ser votados lo que nos parezca.
El problema es, en todo caso, con un sistema sábana, clientelar, de patrones de estancia, que antes que proponer candidatos, los impone, con prácticas más cercanas a las de la mafia que a la vida democrática. No creo que una mayoría de salteños, si pudieran conocer a quienes votan, optarían por un exbarra brava sin formación ni oficio conocidos, acusado por violento, señalado como acosador, al que nadie parece conocer excepto su jefe kirchnerista, Sergio Leavy. Un jefe que le deja su banca en custodia, porque él pasa a ser senador, como si fuera dueño del puesto. No creo que a los salteños les guste votar a alguien que incurre en la conducta típicamente corrupta de usar el presupuesto público para colocar como asesora a su pareja.
Es difícil que una mayoría hubiera votado, de haberlo conocido, por Ameri, un tapado que al quedar expuesto liquida toda la discusión que se estaba dando sobre el mérito en Argentina. Ameri, ciertamente, carece de todo tipo de mérito en la noción clásica del mérito que todos tenemos.
Pero también carece del incierto mérito con el que sueñan los populistas: ni siquiera parece haber sido un militante comprometido, un puntero destacado. Ameri pasó a ser parte de la casta sin que los mismísimos tipos que lo metieron en las listas puedan explicar por qué. Ese es el verdadero escándalo.