No es un secreto para nadie que una cantidad imprecisa pero que sospechamos grande de argentinos piensa en irse del país. A veces es sólo un ensoñamiento y nunca pasan de averiguar si tienen que conseguir o no el acta de nacimiento del tatarabuelo en una Italia de origen que ya es demasiado lejana. A veces los planes se concretan y se van.
Pero no es una fantasía. El exilio argentino empezó siendo político en los 70. Se transformó en exilio a Europa de profesionales de clase media recién recibidos en las hiperinflaciones de los 80. Y se masificó con la hecatombe de 2001: por primera vez argentinos que no eran universitarios se rajaron y por primera vez el destino predominante era Miami. En junio, la consultora Research Strategy preguntó: “¿Si pudieras irte a vivir fuera del país, lo harías?”. El 49% respondió que sí.
Ayer, el presidente Alberto Fernández se refirió al tema. Como ya es costumbre, su planteo fue entre confuso y ambiguo.
Dijo el presidente: “Días atrás escuchaba un formidable discurso de Máximo (Kirchner) que se refería a esta nueva retórica de que los argentinos se van”. O sea que para Fernández la cuestión de la emigración es una “nueva retórica”, un relato, tal vez un relato de los medios, un verso.
Es lo que también había planteado Máximo el fin de semana en su formidable discurso. El hijo de Cristina había dicho que la emigración “es una cuestión que quieren imponer” personas a las que no identificó “que están tratando de quebrar la esperanza y la voluntad de la sociedad en un momento de agobio”.
O sea que Fernández por un lado coincidió con Máximo. Las ganas de irse son un invento. Sin embargo, a continuación se ve que se la tomó en serio, porque arengó a los argentinos a que se queden: “No se vayan, hay un país que construir! Hay argentinos que necesitan... Lo que hace falta es que todos nos arremanguemos, que todos nos pongamos de pie y todos hagamos el esfuerzo para construir un mejor país”.
No es un relato
Para aclararle la cuestión al Presidente tiremos un par de datos. Según las Naciones Unidas, la emigración de argentinos no ha parado de crecer desde 1990, cuando se fueron 430 mil. Ni siquiera se frenó en los días felices del kirchnerismo cuando repatriaban profesionales con empleo garantizado en el Conicet bajo la retórica de la “repatriación de científicos”, con un discurso patriotero pero con plata del presupuesto, eso sí. En 2005 habían emigrado 808 mil personas. En 2015 se fueron del país 946 mil. Un aumento de 17%. Y siguió: en 2019 fueron 1,013 millón, un aumento de 7%.
Este año, esos números van a bajar dramáticamente, sencillamente porque no hay aviones y durante buena parte del año muchos países restringieron el movimiento migratorio. Pero es indudable que la incapacidad de la Argentina de terminar con 10 años de estanflación, crispación y decadencia, hizo que aumente la cantidad de argentinos con ganas de armar los bártulos aumentó.
Uno lo escucha a diario. Gente joven y no tanto. Profesionales y no tanto. Aventureros y personas con hijos.
Ahí están los datos de los consulados de Italia, España, Australia y otros países: crecen las consultas. O del gobierno de Uruguay, que cree que 100 mil argentinos podrían radicarse allí.
Presten atención si quieren saber
Si al gobierno el tema le preocupa en serio debería analizar bien -antes de largar por favor un nuevo subsidio impagable- por qué tantos argentinos quieren irse.
Son personas que aparentemente están dispuestas a tomar riesgos y a trabajar, no piensan depender del acomodo en un puestito público ni de un plan. Se van a buscar su futuro no a Venezuela o a Cuba, sino a países donde rigen la democracia republicana, la ley y la economía de mercado. Se van a países donde los impuestos son estables, donde no se confiscan empresas ni se asfixia la iniciativa privada. Se van a países donde se busca ampliar la igualdad de oportunidades y donde el partido en el poder no intenta destruir el principio del mérito y del esfuerzo. Se van a países donde no hay leyes prediluvianas que prohíben trabajar. Donde si alguien exporta -desde autos hasta un texto traducido- el Estado no le afana la mitad de lo que factura sólo manipulando el mercado de cambios. Son países capaces de emitir una moneda con la que se puede ahorrar, tener crédito, invertir y consumir. Son países donde la Presidencia no intenta copar la Justicia para garantizar la impunidad de corruptos que se autoperciben como patriotas.
No hay un solo argentino que se esté yendo a un país adonde le propongan el discurso poco pensado de Fernández, donde la idea más exitante es la de “arremangarse”, para “ponerse de pie”, por “los argentinos que necesitan” y todo ese caldo chauvinista y berreta. Precisamente, los que se van escapan de toda esa mediocridad embardunada de palabras. A ver si les prestamos un poco más de atención a los que hacen las valijas. Capaz que así, quién sabe, aprendemos qué es lo que deberíamos hacer en nuestro país para que las personas, en lugar de irse, vengan.