Nadie puede negar que estamos atravesando uno de los momentos más complejos y dolorosos de la historia nacional. No solo por la pandemia global, el contexto geopolítico en pleno proceso de definiciones y la herencia recibida, a la que infaliblemente alude cada nueva gestión gubernamental que asume, en ese constante intento infantil por disimular las propias limitaciones, sino porque queda claro que el punto de despegue de la Argentina cada vez está más lejos.
Contrario a lo que muchos suponen, la inflación no está creciendo tanto como podría esperarse en función de la emisión monetaria. La razón claramente es la restricción de la mayoría de las actividades económicas que, de estar funcionando normalmente, la dejarían mucho más en evidencia, en tanto el uso de efectivo en poder de la gente sería muy superior, esto es, la demanda de dinero.
En línea con lo dicho, si se compara el 70 % del año transcurrido, es decir, los primeros 7 u 8 meses de 2020 con igual período del anterior, es posible advertir que mientras los ingresos o recursos del Estado nunca se ubicaron por encima del 20 %, el gasto público superó el 60 %, lo cual claramente deteriora el crecimiento, con empresas soportando una presión tributaria que les deja un margen cada vez más estrecho de rentabilidad, mostrando una pobre tasa de inversión a largo plazo, y procurando al menos, por ahora, solo reponer capital, para después evaluar si conviene radicarse en el exterior o cerrar definitivamente.
Sin embargo, pese a la anomalía del escenario vigente por la pandemia, la lectura de indicadores intermensuales decrecientes en el universo de actividades económicas, no explica de por sí el comportamiento real de las mismas. Si se toman los valores absolutos de la variable desempleo, por ejemplo, y se los compara con iguales períodos de 2019, no se advierte una variación demasiado significativa.
Aún teniendo en cuenta que durante la cuarentena creció la curva de desempleo, el comportamiento no se advierte tan pronunciado porque gran parte de los que quedaron desocupados no salieron a buscar trabajo. No obstante, en la medida en que vayan avanzando las flexibilizaciones, es muy probable que esta la tasa crezca notablemente en muchos rubros, aunque no en todos.
Por último, párrafo aparte merece el fenómeno cambiario. Este viernes el dólar blue superó los $ 165.-, a pesar de los intentos desesperados del Gobierno por frenar la caída de reservas, lo cual responde, entre otras cuestiones, al avance restrictivo sobre el mercado oficial, como el cupo para acceder a la compra de los u$s 200.- dólares mensuales, que también involucra el esquema de flotación.
La medida mencionada, en medio de tantas incertidumbres, empujó a muchos ahorristas a adquirir dichos activos en el mercado informal, presionando la demanda, y disparando el precio.
La baja de retenciones anunciada y el incremento de las tasas de interés no son suficientes para empezar a equilibrar la macroeconomía, mientras persista el déficit fiscal financiado con emisión monetaria.
Si bien una posible salida temporal podría ser la práctica de minidevaluaciones periódicas que, acelerando el deterioro del peso, abran paso a incipientes correcciones cambiarias morigerando el desplome, es insoslayable la necesidad puntual de intervención del Estado en momentos como el que está atravesando el mundo, que golpea de la peor manera a los sectores más vulnerables.
De cualquier modo, como se dijo más arriba, la cuarentena está dificultando la expresión real inflacionaria que muy probablemente, de no contar con medidas concretas en el corto plazo, desencadene en una hiperinflación en pocos meses, disparándose en 2021 por encima del 45 %, y que se presenta desacelerada provisoriamente por la reducción del consumo y el congelamiento de tarifas.