El presidente Alberto Fernández volvió a dialogar con el monje negro del gobierno, alguien que en realidad es una especie de primer ministro en las sombras de Cristina Elisabet Fernández, el jefe de inteligencia de Montoneros, Horacio Verbitsky, para su portal financiado con publicidad pública, “El Cohete a la Luna” y allí tuvieron una muy interesante charla sobre el dólar… Sobre sus dólares.
En una nueva incursión sobre el pensamiento barrial de la Argentina, que hace un sinónimo entre tener una cuenta en el exterior con el delito, el presidente afirma con mucha vehemencia que nunca tuvo una cuenta en el exterior pero que sí tuvo cuentas en dólares y en euros en la Argentina.
Allí hace una muy simpática mención a que “uno pierde un montón de plata porque cuando tiene que recibir un pago de afuera lo hace al cambio oficial y recibe muchos menos dólares que los originales”. A lo que Verbitsky responde que él también muchas veces recibe pagos por colaboraciones periodísticas del exterior y, en ese caso, “cuando tendría que recibir cien dólares, recibo cincuenta”.
Ambos progres de café, dieron, en un diálogo de no más de un minuto, un argumento contundente para demostrarnos que entienden perfectamente la cuestión del dólar cuando hablan de sus dólares. En ese caso sí admiten “que pierden un montón de plata”.
Ahora cuando el campo, por ejemplo, o cualquier exportador o beneficiario de un pago exterior se manifiesta igual que ellos, por exactamente la misma situación, allí no, allí hay un conjunto de cipayos, vendepatrias, especuladores, gorilas y escoria que “no es el pueblo”, como desvergonzadamente dijo el jefe de gabinete Santiago Cafiero (quien también ahorra en dólares) respecto de la gente que ayer salió masivamente a manifestarse en contra de la corrupción y de la falta de república.
Fernández y Verbitsky confesaron abiertamente que creen en un sistema de castas en donde ellos, como integrantes de la casta dominante, sí pueden defender sus dólares y sus ingresos exteriores, pero el pueblo raso, el que no tiene acceso a los privilegios del Estado, no; ese pueblo (que encima no es pueblo para Cafiero y seguramente tampoco para el presidente ya que anteriormente lo había descripto como “gente de mal”) debe agachar la cabeza y “perder un montón de plata” como ellos no admiten para sí mismos.
¿Cuánto más hay que seguir explicando que esta gente no tiene ningún interés en la igualdad, en la justicia, en el derecho, y en la posibilidad de que la sociedad civil mejore su condición de vida?
Esta gente se ha apropiado del Estado y transmite a lo que ellos consideran “pueblo” la idea de que el “Estado” son ellos y que por lo tanto una manifestación contra ellos es un alzamiento contra la nación y contra la patria.
Pero mientras tanto, lo que hacen es usufructuar los privilegios a los que les da acceso su posición para poder hacer lo que les prohíben a los demás.
Ellos sí que claramente no son el pueblo; ellos sí que, claramente se aprovechan de sus cargos para elevarse a una condición a la que le niegan acceso a la gente de trabajo, a la gente que podría empardarlos o incluso superarlos a través de su esfuerzo lícito, de su creatividad innovadora, abasteciendo eficientemente las necesidades de sus conciudadanos.
Es contra esas injusticias que la gente que paga la olla de todos se manifestó ayer. Es contra el despotismo de una nomenklatura que vive como reyes mientras la ciudadanía está cada vez más apretada y se tiene que privar cada vez de más cosas.
Esa ciudadanía que cultiva la tierra, cría animales, trabaja en profesiones liberales, es comerciante o tiene un emprendimiento pequeño o mediano, esa gente que es la que hace los países, es la gente perseguida en la Argentina; esa gente es confiscada por los impuestos que inventa un comunista que nunca trabajó en su vida; a esa gente se le demuelen cotidianamente los sueños de crecer, de vivir bien, de educar a sus hijos en paz, de progresar a través del trabajo honrado.
Esa gente que está privada de tener una moneda para defender el fruto de su trabajo; esa misma moneda que Fernández y Verbitsky añoran cuando hablan de sus propios bolsillos; esa gente que construye de buena fe y que no mendiga ni culpa a los demás.
Esa gente es el pueblo, Cafiero. Usted que viene de una familia de políticos que siempre vivieron del erario público, que nunca corrieron, esquivando semáforos en rojo para llegar al banco a cubrir un cheque, no tiene ninguna autoridad moral para decir quién es el pueblo y quién no. ¿O acaso, con su lógica, debemos concluir que “el pueblo” es el conjunto de “organizaciones” pagas que se suben a micros pagos, para dirigirse a concentraciones en donde comen comida paga, y de la que no tiene la menor idea de qué se tratan, cuando no sea que presumen que estando allí van a poder seguir viviendo de la teta del Estado sin trabajar y probablemente ofreciendo “servicios” de fuerza bruta para intimidar a los que ustedes no consideran pueblo? ¿Es eso, Cafiero, a lo que usted considera “pueblo”? ¿Esa masa amorfa de descamisados, sostenidos por los impuestos confiscatorios que paga el pueblo trabajador, es el “pueblo”, para usted Cafiero?
Sería interesante que lo aclarara. Aunque, a veces, el diálogo, cándidamente inocente de sus jefes, hablando de los dólares, sirve como una respuesta tácita a ese y a otros muchos interrogantes.