El gobierno ofrece una imagen cada vez más confusa a la sociedad. Una mitad no entiende por qué los jueces tienen que estar sacando a sus acólitos e incluso a algunos de sus funcionarios de la propiedad ajena, y la otra mitad no entiende por qué apalea y gasea a quienes hacen eso mismo en otras propiedades, y con más necesidad que ideología como justificación.
Así que, hoy por hoy, ni oficialistas ni opositores tienen muy en claro para dónde quiere enfilar Alberto. ¿Tiene esto solución? Algunos apuestan a una “crisis clarificadora”: que un sacudón lo haga adoptar un rumbo más reconocible. Pero lo cierto es que el gobierno del FdT lleva la ambigüedad en la sangre. ¿Puede de todos modos encontrar su camino? El presidente lo está buscando, y con un diagnóstico que se ha ido volviendo más realista. Con lo que está cada vez más asustado.
No es lo mejor que le puede pasar a un país, tener un presidente que hace tiempo no duerme, que luce ojeroso y al que le tiemblan las manos. Pero, en la actual situación, ¿no es el menos malo de los muchos datos malos que ofrece la política?
Es indicio inocultable, por de pronto, de que en el Ejecutivo saben que las cosas van mal y pueden estar mucho peor dentro de poco. Aunque no estímulo suficiente para que busquen, con una dosis de sentido común, el modo de evitarlo: el miedo de Alberto puede que sí sea un poco sonso.
Lo mostró estos días con el desalojo a las piñas en Guernica de quienes cometían el mismo delito que él había estado promoviendo en Entre Ríos; para acto seguido, encima, ponerse a reivindicar al delincuente. Y lo sigue mostrando con su desencaminada estrategia para frenar el dólar: Guzmán festejó como una victoria haber logrado que bajara un poco el dólar blue, a fuerza de dólar futuro y dilapidar bonos en dólares de corto plazo, que pagan tasas altísimas; con lo que se aseguró que la economía siga en recesión, y cuando sea inevitable la devaluación que por miedo ahora se demora, sus costos sean enormes para las cuentas públicas.
Y más preocupante aún que todo esto es que Cristina no comparta los miedos de Alberto: ella no parece estar asustada, o al menos no lo suficientemente asustada. Sigue en la suya, jugando a las escondidas con sus deberes como máxima líder del oficialismo y vicepresidente. Esta es la conclusión más importante que se puede extraer de su reciente carta a los argentinos. La misiva pinta a un personaje, la autora, que sigue en la estratósfera, que le dice al presidente que las decisiones las toma él y que se arregle, y que es cuestión de la sociedad ponerse de acuerdo para combatir la dolarización, y si no lo hace es porque está lleno de malditos, como los empresarios, los medios, los opositores y la lista sigue, que no le hacen caso a Ella.
Toda esa gente está ya hace tiempo acostumbrada a que Cristina la descalifique y maltrate, así que no se va a desvelar por sus nuevos reproches y admoniciones. De allí que donde estos causaron más daño, y donde buscaron hacerlo, fue en el propio gobierno. Ahí ahora no sólo Alberto, ya nadie va a dormir tranquilo.
Porque al haber hablado de “algunos funcionarios que no funcionan”, echó un manto de sospechas sobre todos, y no comprometió su respaldo a ninguno. Ni el más kirchnerista, ni el más esmerado, puede dejar de pensar ahora que en cualquier momento lo ponen de patitas en la calle. O sea, lo que hizo la vice fue devaluar a su gobierno in toto. Ni cien marchas opositoras salvajes hubieran sido tan corrosivas.
Y encima lo dejó por escrito. No es la primera vez que usando la pluma se va más de boca que cuando habla. Le sucedió también cuando apareció muerto Nisman: escribió primero que lo habían matado, y cuando le avisaron que todos sospechaban que lo había matado ella, escribió de nuevo diciendo que no cabía ninguna duda de que se había suicidado. ¿Hay que esperar la segunda “carta a los argentinos” para que desmienta a la que leímos la semana pasada? ¿No es todo esto un juego peligroso, cuando su gobierno pende de un hilo?
Pero estas preguntas abren también otra posible interpretación, que justificaría ser un poco menos pesimistas: tal vez no es que Cristina no esté asustada, ni que ignore las perspectivas negras que se ciernen sobre su gobierno, sino que lo disimula, hasta que llegue el momento en que su intervención tenga más chance de funcionar y dejar en claro que ella es la salvadora. Una vez que toquemos fondo, será más fácil convencer a sus acólitos que el ajuste es culpa de los errores de Alberto, más Macri más la pandemia claro, y por tanto inevitable, y que ella no es tan desconfiable ni peligrosa como dicen sus críticos, porque demostrará ser la única capaz de salvar a la democracia y el capitalismo argentinos. Así que, de paso cañazo, olvidarse de sus causas de corrupción sería un precio módico a pagar por sus servicios.
¿Podría funcionar una operación de este tipo? ¿Para hacer qué? Una vez que Alberto haya hecho de Duhalde, para su beneficio, ¿ella pondría un Lavagna para levantar el muerto, o un Kicillof para seguir enterrándolo? Imposible saberlo. Y, en cualquier caso, ¿su carta habría que leerla como parte de un cálculo de oportunidad o de su megalomanía? En el primer caso aún habría que explicar por qué hay en ella tanta megalomanía y se esmeró en complicarle mucho más las cosas a Alberto.
Es que, aunque las acciones recientes de Cristina, su ausencia, su carta, etc, sean parte de una estrategia racional para reposicionarse ventajosamente, hay en ellas también dosis indudables de su habitual falta de responsabilidad y prudencia. Sus palabras también expresan la personalidad de alguien que confía ciegamente en su invencibilidad, así que adopta conductas temerarias y subestima seriamente los riesgos que tiene delante.
Quien escribe irresponsablemente también actúa irresponsablemente. Ese es el problema básico que tenemos con la señora hoy. Encima, ella parece creer que la historia le ha dado la razón en todo: se ha convencido más que nunca de que nada puede hacerle mella, así que no le teme a nada. Tal vez porque a fines de 2017 todos la dábamos por muerta y renació de las cenizas, aprovechando con sorprendente habilidad las oportunidades que le ofreció el declive de Macri. Y tal vez también porque siempre sobreestima sus talentos y se rodea de gente que vive celebrándoselos.
¿Qué puede hacer entonces Alberto? ¿Si no la puede convencer de que comparta sus miedos, buscará la forma de sobrevivir solo? Es lo que dicen ahora sus funcionarios: “no nos va a ayudar ni a respaldar, pero al menos nos liberó las manos para que hagamos lo que nos parezca, adelante, ¡llegó la hora del albertismo!” No pueden decir otra cosa, pero si se lo creen están fritos. Deben saber que esa opción no los va a llevar lejos: no estuvieron en condiciones de gobernar solos al comienzo, menos lo estarán ahora. Aunque hay gente que cree que deben intentarlo, incluso en la oposición. Como Carrió, que ve en esto la oportunidad de separar del todo a Alberto y Cristina.
Ese también es un sueño delirante. Alberto y cualquiera que lo piense dos veces saben que este gobierno sobrevivirá mientras mantenga detrás suyo al peronismo unido, disconforme y en permanente tensión, pero unido. Esa es desde el comienzo su razón de ser, y aun cuando todo lo demás fracase, si el peronismo sigue unido, tendrá chances de sobrevivir.
La verdad es que Alberto no puede evitar, entonces, seguir intentando que Cristina cambie de actitud. En algún momento, ojalá antes de que sea tarde, con operación oportunista de salvataje y autoexaltación o sin ella, con un Lavagna o un Kicillof de la mano, como sea, se avive que si él se hunde, ella lo va a seguir, y que el agua, que le entra al casco por diez mil agujeros al mismo tiempo, está llegando a ese nivel crítico en que el hundimiento se acelera.