Hace tiempo que en Argentina se viene dando un fenómeno realmente alarmante ya que involucra a las máximas autoridades políticas y, por consecuencia, a sus representados, es decir, el propio pueblo argentino.
El mismo refiere a una grave falta de intelecto en los debates públicos. No existe en estos una visión acertada de la realidad ya que las disputas se manifiestan desde lo ideológico.
Si bien es lo lógico, pues cada dirigente representa una fuerza política, estos encuentros carecen de ideas y rebalsan de odio, opiniones parcializadas y sobre todo la responsabilización del sector opuesto.
Las últimas campañas presidenciales, en las que los dos candidatos más polarizados -el ex presidente Mauricio Macri y el actual Alberto Fernández- ocuparon casi en su totalidad el centro de la escena, da cuenta de ello.
Entre las culpabilidades cruzadas quedó en el camino la verdadera problemática de la Argentina. La falta de políticas de Estado a largo plazo, tan necesarias para cualquier país del mundo a la hora de tratar de salir de un problema estructural.
Es muy fácil y cómodo culpar al macrismo por sus cuatro años de Gobierno, y luego escuchar a los militantes y fanáticos repetir como loros frases sin sustento.
De la misma forma pasa del otro lado, culpar de todo al kirchnerismo deja a la principal fuerza opositora como los “líderes de la moral” y la salvación para salir del país. Pero no, lo cierto es que las declaraciones de uno y otro lado van encaminadas a la generación de medidas cortoplacistas, las cuales, puede que tengan un buen resultado, pero el mismo será inexorablemente temporal.
Más tarde o más temprano, las medidas planteadas serán derrotadas por la dura realidad que vive el país, un problema estructural que necesita de políticas serias para lograr resolverse y no politiquería barata que, dicho sea de paso, hoy sobra.
Lo que se necesita son ideas claras, proyectos que busquen revertir las crisis en un abanico de materias que enfrenta la Argentina, pero no con una visión a cuatro años o dos para, eventualmente, lograr coronarse en una elección.
Estas medidas deben ser planteadas como mínimo a 20 o 30 años, pero a nadie le conviene electoralmente, esa es la triste realidad.
Por eso, quizá, la única parte de la carta de la Vicepresidenta Cristina Fernández que contenía algo de elocuencia, era aquella frase en la que mencionaba la necesidad de generar un consenso entre las distintas corrientes políticas.
No es necesario estar de acuerdo en todo, pero sí el establecimiento de pautas mínimas y básicas para lograr una mejora en la economía que se sostenga con el tiempo, terminar con las recurrentes crisis en esa materia, desterrar a la inseguridad, plantear proyectos que desemboquen en una mejora de la calidad de vida de todo ciudadano, etc…
Si la grieta continúa, y por tanto las acusaciones, Argentina jamás va a salir del hiperbólico atolladero en el que sucumbe hace casi 100 años.
¿Cómo puede ser que la memoria sea tan corta y se pase inadvertido que muchos de los problemas presentes comenzaron en el inicio de la década infame, allá lejos por el 1930?
¿Cómo puede ser que no se destaque que allí comenzó la indeclinable caída, cuando entonces el país era sexta –sí, increíblemente- potencia mundial?
Todos los actores políticos que vinieron después, no hicieron más que profundizar la crisis argentina, salvo por cortos lapsos de tiempo gracias a las ya mencionadas inútiles medidas cortoplacistas.
Entonces, ¿Cuándo los (presuntos) representantes del pueblo van a tener la mágica idea de salir enserio, y no como un spot de campaña, de las distintas problemáticas que carcomen al país y que, todo indica, será cada vez peor?
¿Cuánto tiene que pasar para que se den cuenta que si no se actúa rápido será tarde? ¿Cómo es que se permitió la existencia de 90 años de políticas decadentes? ¿Hasta qué punto de inutilidad puede llegar a caer la política –generalizadamente hablando-?
Lamentablemente esto parece no tener una resolución ya que este fenómeno se viene extendiendo alrededor del mundo.
La contienda electoral entre Donald Trump y Joe Biden en Estados Unidos ha demostrado que incluso en uno de los países que toma las decisiones a nivel global, la carencia de intelecto discursivo es obvia.
Hay una simple frase que se le adjudica a la canciller alemana Angela Merkel que podría terminar con todo el discurso político barato de la Argentina: “Los presidentes no heredan problemas. Se supone que los conocen de antemano, por eso se hace elegir, para gobernar con el propósito de corregir los problemas. Culpar a los predecesores es una salida fácil y mediocre”.
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