En tiempos de exilio, Perón conducía con mensajes grabados que contenían a todo el universo justicialista, de izquierda a derecha.
Cristina eligió los mensajes escritos. El soporte no es la única diferencia. A la jefa del Frente de Todos nada le impide el contacto directo con los militantes. Y los textos exudan una intransigencia cercana al sectarismo. Reafirman el relato más preciado por su núcleo duro de seguidores, sin concesiones a la diversidad de la coalición oficialista.
Cristina no firma la carta al FMI, pero en ella se reconoce su letra. El texto rubricado por los senadores que le obedecen enuncia consignas maximalistas, propias de las asambleas estudiantiles de otro tiempo.
Las extensas parrafadas pueden resumirse en cinco reclamos a Kristalina Georgieva:
1.Patear los pagos para el próximo Gobierno, a partir de 2025.
2.Conceder “varias décadas” para amortizar la deuda.
3.Rebajar intereses
4.Abstenerse de condicionar la política económica.
5.Infligirse un harakiri público por el préstamo a la Argentina bajo el gobierno de Macri, fogoneado por Trump.
Lo único negociable es el período de gracia hasta 2025. El resto implicaría que el Fondo cambie sus reglas sólo por el caso argentino.
Como las epístolas bíblicas, las cartas que firma o inspira Cristina admiten interpretaciones diversas. Más o menos heréticas.
Voceros del Senado y de Olivos señalaron que se trató de un respaldo a la posición negociadora de Guzmán. Comparaban el pronunciamiento con una movilización callejera hostil hacia el Fondo que Néstor ordenó convocar mientras se reunía con enviados del organismo. Intentaba mostrarles así existían restricciones políticas y sociales para el ajuste.
Los protagonistas y las circunstancias difieren. Esta vez fue el Gobierno quien llamó al FMI. Y las objeciones provienen de la conducción política del oficialismo y de una representación institucional de alto nivel.
¿Es un posicionamiento ideológico genuino? ¿O sólo una declaración tribunera, para fidelizar a la tropa tras el giro ortodoxo de la política económica?
Los antecedentes admiten, parcialmente, ambas lecturas. Aunque Cristina mostró una dosis evidente de pragmatismo en la primera carta, cuando le reclamó a Alberto Fernández –sin nombrarlo—que encarara el ajuste. La escapada del dólar lo tornaba impostergable.
Hasta le aportó un guión. Le indicó que convocara a los enemigos políticos y corporativos del kirchnerismo –después de denostarlos en párrafos anteriores– a un consenso. Para compartir costos.
Eso sí, ella se despegó. Descargó toda la responsabilidad en Alberto Fernández. El manifiesto de los senadores va en la misma dirección.
Lejos de fortalecer al presidente y al ministro de Economía, el panfleto de ayer los debilitó.
Enterró la impronta recatada y técnica con que apuraron la negociación. Y dinamitó el esfuerzo por empatizar con Georgieva y los gobiernos europeos que financian al FMI, blancos directos de las diatribas.
La pregunta sobre quién manda está en la base de la crisis de confianza. El cristinismo la alienta con acciones como la de ayer y con otros hechos políticos: el impuesto a la riqueza, que incomoda a Guzmán, y la confrontación pública con el presidente por la designación de un nuevo jefe de los fiscales.