Murió Diego Armando Maradona, quizás el mejor futbolista de la historia. Uno de los portentos deportivos argentinos que junto a Fangio, Luciana Aymar, Monzón, Vilas, De Vicenzo y tantos otros, pusieron a nuestro país en los escalones más altos del deporte mundial.
Dueño de un don increíble y de un físico que aguantó todos los “patadones”que le propinaron y los enormes des manejos que él mismo se encajó, seguir sus jugadas era, es y será un deleite para todos aquellos que disfrutamos del futbol. También, es preciso reconocer su entrega apasionada y sin reparos en cada partido, en cada pelota, en cada oportunidad en la que se calzó la celeste y blanca.
Una amiga me dijo que para ella no era un ejemplo de deportista, lo describió más bien como un dotado que no potenció su habilidad con otras características como ser, por ejemplo, la disciplina. Creo que esto es así en parte, hay un quiebre en la carrera “del Diego”en la que perdió la “brújula”y se alejó de aquel jovencito de rulos que en algún video en blanco y negro, hablaba de su sueño de selección y de su deseo de ayudar a sus padres.
Pero cuando usaba los pantalones largos, su comportamiento era muy distinto al que mostraba al calzarse los cortos (al menos en gran parte de su carrera). El 10 en la cancha terminó siendo el -10 en la casa y en la calle.
Su adicción a las drogas y el alcohol, su destrato para con quien fue su esposa y compañera desde sus inicios, sus “fiestas” sexuales en Cuba y sus paternidades insensatas sin límite (aunque hay que reconocer que a medida que “aparecían” hijos los asumía), son el reverso de una persona que enlutó las virtudes que enaltecían su figura deportiva, con una descarnada ausencia de valores éticos.
Pero Maradona no nace de un repollo, es parte representativa de nuestra sociedad, una sociedad que festejó quizás aún más, el gol que le hizo a los ingleses con la mano que aquel en el que desplegó toda su destreza; esa misma sociedad que hizo un guiño pícaro a la maniobra de un técnico que le puso “algo” al agua de los bidones (propios) de los que bebían los contrincantes. ¿Son estas cosas parte de la “picardía” del futbol? No lo creo. Hay muchísimos ejemplos de actitudes éticas dentro de este deporte que muestran lo contrario.
Estos ejemplos de actitudes ventajistas son el reflejo de nuestra triste y célebre “viveza criolla”, aquella que junto a nuestra capacidad adaptativa y simpatía desbordante conforman una extraña mezcla de dios y diablo de la que estamos hechos; Cambalache que seduce y que despierta en todo el mundo admiración y recelo por igual. Esa misma viveza que nos posterga al querer encontrar atajos “de vida” en donde no los hay, viveza que menoscaba el esfuerzo y el mérito, viveza que castiga el éxito y promueve el parasitismo.
“El Diego” fue una figura pública, por lo que sus actos (que no ocultaba y mostraba sin tapujos) no pertenecían a la esfera privada. El problema es que ser una figura pública no es cosa simple, es extremadamente exigente y obliga a quien tiene esa carga, a tener que convertirse en un modelo de vida, en un referente dentro y fuera de la cancha, algo que nunca pudo lograr.
Él fue el único responsable de su imagen y destino, pero no el único artífice. Seguramente su círculo cercano no supo apoyarlo y aconsejarlo, y sin dudas los políticos y los medios lo llevaron a opinar acerca de cosas para las que no estaba preparado y a las que no supo decir “no hablo de lo que no sé”. Ojo, cualquiera puede opinar lo que quiera de lo que sea, pero el decoro nos debe marcar el límite de lo correcto, medido y oportuno. El endiosamiento por parte de algunos periodistas que lo consultaban y la falta de cultura de gran parte de la población que reverenciaba las “verdades rebeladas” de su ídolo, fueron condicionantes que no supo manejar.
Creo que Shakespeare, en Julio Cesar, pone en boca de Bruto parte de los sentimientos que su muerte despiertan en mi persona: “…Por qué Bruto se alzó contra César «No porque amaba a César menos, sino porque amaba a Roma más.» Porque César me apreciaba, le lloro; porque fue afortunado, le celebro; como valiente, le honro, pero por ambicioso, le maté. Lágrimas hay para su afecto, júbilo para su fortuna, honra para su valor, muerte para su ambición”.
No puedo glorificar a Maradona como referente de la Argentina, porque al hacerlo, ensucio la gloria de nuestro país. Como jugador le admiré, por su entrega le celebro, pero como persona y ciudadano le repudio.
Es fundamental que recuperemos los valores perdidos (esos que Maradona extravió). Debemos elevar nuestra vara moral, único camino que conduce al verdadero éxito individual y social. Somos los artífices de nuestro destino y del futuro de nuestro país, pero para enfrentar tamaño desafío, no alcanza con ser responsables desde lo personal, es imperioso que además seamos protagonistas desde lo cívico. Si pretendemos alcanzar ese mañana próspero que tanto anhelamos, debemos involucrarnos en nuestro hoy y meter los pies en el barro de la incorrección política, debemos afrontar la impopularidad de ser éticos y defender las rasgadas banderas del deber ser.