No sé cuántos en la oposición política tiene real dimensión de lo que está en juego en la Argentina y del real peligro que corre la vida libre en el país.
El proyecto cristino-chavista para instaurar una dictadura familiar bolivariana está en plena ejecución y todas las herramientas para su consecución han sido puestas en funcionamiento: el desmoronamiento económico, la pérdida completa de la autoestima individual y colectiva, la frustración personal de millones que han visto descender su nivel de vida a instancias impensadas, el repiqueteo constante de que la única solución a los problemas es el Estado y no el trabajo, el esmerilamiento educativo, la decadencia de valores, el adoctrinamiento, el estímulo al delito y a los los delincuentes, el uso de la fuerza bruta y la legitimación del barrabravismo, el culto a la personalidad de la faraona, el debilitamiento institucional de la Justicia, la caída de los parámetros morales, la relativización de la ética… En fin, todo el abanico armamentístico posible para desplegar un bombardeo incesante sobre todo aquello que es bueno y que convierte a los países en exitosos ha sido desplegado para hacer de la Argentina un yermo pobre y mendicante sobre el que sea fácil dominar a una población entregada y sin ganas de luchar.
Este peligro increíble -que si hubiera sido descripto hace 20 años, habría hecho pasar por loco a cualquiera que lo hubiera esbozado- está hoy entre nosotros, delante nuestro, al alcance de la mano (de las manos de ellos, en realidad).
Frente a esto, el esfuerzo que hay que hacer para, primero detener este proceso de decadencia ya, y, luego, iniciar la reconstrucción, es inmenso; probablemente más allá de la imaginación de cualquiera de nosotros.
Y aquí, vuelvo al principio: no sé cuántos en la oposición política están tomado debida cuenta de esto, cuántos están calibrando la verdadera dimensión del peligro que nos acecha y que ya casi consigue lo que quiere.
Obviamente la mayor oposición política hoy está reunida en la Coalición Juntos por el Cambio. Esa confederación de partidos obtuvo el 41% de los votos en la última elección. Venía de un gobierno lleno de claroscuros. Con un fracaso económico notorio, pero también con un notable esfuerzo por reconstituir la institucionalidad de la Argentina y las relaciones del país con el mundo civilizado.
Su fracaso económico se debió a que no fue decidido en la aplicación de los fundamentos liberales de la Constitución para organizar la vida socio-económica del país. Tuvo miedo de plantearle seriamente a la sociedad un regreso vigoroso al espíritu de 1853, el mismo que convirtió al país en una potencia mundial, después de empezar como un desierto infame y analfabeto.
En ese miedo se plantó la semilla de su fracaso. Hostigado ferozmente desde el primer día por una oposición totalitaria de mala fe, que apostó a su derrocamiento, el gobierno del entonces Cambiemos no logró entregar pruebas de que sus métodos sacarían al país de la postración.
No obstante casi la mitad del país advirtió el peligro que se asomaba tras las elecciones PASO de 2019 y en gran medida le dio su voto para evitar el regreso del kirchnerismo totalitario. No alcanzó. La trama tejida con malicia por la emperatriz de todos los males dio su resultado cuando algunos peronistas innombrables -como el actual presidente y el actual presidente de la Cámara de Diputados- pactaron con el diablo.
Ahora todo será más difícil. Pero no todo estaría perdido si algunos argentinos fueran más inteligentes de lo que parece están siendo.
Gracias a Dios una irrefrenable ola de liberalismo ha nacido de modo muy poderoso en el país. Especialmente entre los más jóvenes. Trabajos denodados como los de Roberto Cachanosky, Javier Milei, Agustín Etchebarne, José Luis Espert, Miguel Boggiano y otros muchos han alcanzado el entendimiento de una corriente social nueva.
El punto es que todavía esa fuerza no tiene los votos suficientes como para ganar por sí misma una elección. Guste o no, es así. Muchos de ellos se entusiasman por su rutilante éxito en las redes sociales y extrapolan esos números a una votación. Sería muy edificante si todo fuera tan lineal.
Pero lo cierto es que la realidad política de la Argentina no lo es. Nadie mejor que los marxistas entendieron eso.
Mal que nos pese, ellos sí instrumentaron hace décadas una estrategia maliciosamente inteligente para llegar al poder. Conscientes desde el inicio que nunca ganarían una elección por sus propios votos, dejaron solo algunas fuerzas testimoniales puras para que se presentaran a elecciones y sacaran no más del 4% de los votos, y, paralelamente, infiltraron al peronismo en un movimiento táctico (que la doctrina política de los años ’60 llamó “entrismo”), para aprovechar su caudal electoral y así encaramarse en el poder.
Si se publicaran los cargos de decisión nacional importante que hoy están en manos de comunistas lisos y llanos, muchos de ustedes no lo podrían creer. Quizás se preguntarían “¿pero cómo llegó este tipo a estar acá?”. Respuesta: el “entrismo”.
Y esto naturalmente dejando de lado al mismísimo kirchnerismo que (por conveniencia política, para montar una cortina de humo ideológica que le permitiera al matrimonio Kirchner robar a cuatro manos, mientras medio país los creía “revolucionarios”) es una descendencia genética directa de los guerrilleros marxistas de la década del ’70.
Con toda humildad entonces, mi sugerencia a mis amigos defensores de la libertad de la Constitución (de todos los sectores), les diría que dejen de entusiasmarse con su número de followers y armen un “entrismo” a Juntos por el Cambio, para aprovechar el camino electoral ya hecho por ellos y, desde adentro, empezar un largo camino de retorno a la libertad completa de la Constitución.
En ese sentido debo decir que la invitación a conversar de Patricia Bullrich a Roberto Cachanosky es más que auspiciosa. Tan auspiciosa como deprimentes fueron las reacciones de algunos sectores liberales hacia la postura de Roberto de aceptar ese diálogo.
Muchachos, aquí no hay en juego una tasa de inflación o un porcentaje de incremento en la masa monetaria: aquí está en juego nuestra libertad, la de nuestros hijos y la de las futuras generaciones de argentinos. Si esa reserva libertaria no está a la altura de las circunstancias y no advierte la dimensión del peligro que el país enfrenta, la faraona tendrá el camino allanado para instaurar un feudo familiar en donde solo su indómita voluntad regule el curso de nuestras vidas.