La Argentina es el país sin escrúpulos donde hasta la vacuna contra el coronavirus se pone al servicio electoral del gobernante de turno. Es lo que pasa en ciudades de la Provincia de Buenos Aires, donde se llama a la gente a anotarse para la vacunación en locales de La Cámpora, del Frente de Todos y del partido K Nuevo Encuentro.
En 1983, con la restauración democrática y republicana, la sociedad se comprometió con la Constitución, las garantías individuales y la alternancia en el manejo del Estado. Para conseguir todo eso hace falta un pacto muy profundo, que tiene mucho de moral, de palabra de honor. Los partidos políticos tienen que respetar, entre otras, una regla fundamental: deben resistir la tentación de apropiarse del Estado.
¿Por qué? Bueno, porque si cuando gobiernan usan el Estado para llenarlo de militantes a sueldo, si regalan millones de subsidios impagables para quedar bien con los votantes, si coimean a los contratistas de obra pública para financiar campañas con fortunas imposibles de empardar, si usan los medios de públicos para propaganda y culto a la personalidad, si abusan de los alumnos para inculcarles un discurso único, entonces la posibilidad de la competencia democrática desaparece. La cancha se inclina tanto, pero tanto, a favor del oficialismo que la oposición ya no tendrá ninguna chance. ¿Cómo puede competir un partido opositor sin dinero contra un gobernador que regala un electrodoméstico por voto el día de la elección?
En Argentina los récords de la vergüenza se superan día a día. Es lo que sucede con la vacuna. Los militantes K, ya de entrada rentados con plata pública, intentan manipular a la gente cuya dignidad dicen defender, haciéndoles creer que es el partido K -y no el Estado bancado por la sociedad- el que los librará de la peste.
¿Les parece exagerado? Para nada. Todo el tiempo es así. La semana pasada el exyerno de Cristina Fernández difundía emocionado cómo la Anses regalaba jubilaciones y subsidios directamente en una unidad básica de La Cámpora. En Desarrollo Social hay un plan para que los miles de piqueteros K a sueldo -que ya hacen política repartiendo alimentos comprados con fondos públicos sin licitar- cobren también para “convencer” a la gente de vacunarse. Hay ejemplos de sobra.
No hay ley que pueda garantizarnos una democracia efectiva. Esa vocación exige que los partidos se autolimiten. Deben atarse ellos mismos las manos. Y renunciar a identificar el Estado con su facción política. El kirchnerismo debe encontrar sus propios escrúpulos, alguna vez, y dejar de usar hasta las vacunas para hacer electoralismo. Porque, si no, lo que hay es una vocación de fascismo. Que al final eso es la identificación del Estado con el partido, que, sin alternancia, en los hechos se transformará en Partido Único.
Hace poco un sector se embanderó tras un pañuelo naranja y con un lema: “Iglesia y Estado, asunto separado”. Los argentinos democráticos también tenemos que elegir un color. Al lema ya lo tenemos: “Partido y Estado, asunto separado”.